La tercera ola comenzó cuarenta
años atrás: habrá que volver a empezar
Fue el
tema del simposio organizado por el Club de Madrid y el Centro Robert F.
Kennedy para la Justicia y los Derechos Humanos. Dos días y medio de análisis y
debate, basados en la premisa que existe una fuerte correlación entre la
democracia y la vigencia de los derechos humanos. Al decir de los activistas:
cuando los derechos humanos se respetan y se refuerzan, se construye ciudadanía
democrática.
Sin duda,
pero en 2014 esa correlación no es promisoria. Intelectualmente, no puede
sorprender del todo si se tienen presentes los ciclos históricos en el debate y
en la propia evolución de la democracia como proceso histórico de cambio
social. Piénsese en la entre guerra, cuando la idea de democracia era débil
frente al fascismo y el comunismo, ideologías contrarias entre sí pero
igualmente anti democráticas. La posguerra, el plan Marshall y la
reconstrucción de Alemania y Japón cambiaron el clima en favor de la
democracia, reforzado a su vez por la Declaración Universal de Derechos Humanos
en 1948.
En los
cincuenta la Guerra Fría significó otro impasse, hasta los sesenta cuando una
verdadera explosión de sociedad civil produjo una importante expansión de la
esfera pública. La literatura de los setenta, en contraste, fue sobre “la
crisis de la democracia”. De hecho le atribuyó a aquella explosión de sociedad
civil responsabilidad por la sobrecarga del sistema político. Crisis fiscal, de
legitimidad y de gobernabilidad fueron los términos en boga en Europa, Japón y
Estados Unidos. Ilustraban un generalizado desencanto con la democracia.
En
realidad esos términos tenían aún más sentido en América Latina, donde no había
democracia alguna. El caso extremo fue el de las dictaduras del cono sur, que
intentaban resolver crisis similares pero clausurando la democracia por
completo, con el terrorismo de estado como instrumento. La externalidad
positiva del horror fue haber motivado el surgimiento de coaliciones de
derechos humanos entre grupos de la sociedad civil y organizaciones
internacionales, especialmente la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
La jurisdicción universal y la no prescripción se hicieron norma, ambos como condición
necesaria.
Ello
coincidiría con la tercera ola democratizadora. Iniciada con la Revolución de
los Claveles de 1974 en Portugal, la ola se expandió por Grecia y España para
luego arribar a América Latina en los ochenta. Allí llegó como correlato indispensable
de la agenda y el movimiento de derechos humanos. Fue la reacción de la
sociedad ante la tortura, el asesinato y la desaparición, un verdadero cambio
cognitivo. La democracia liberal—tantas veces denostada por la izquierda por
aquello de “democracia burguesa”—habría protegido los derechos de las víctimas
de las dictadura, muchos militantes de izquierda precisamente. La lección para
ellos fue descubrir el socialismo reformista y democrático, como en
Escandinavia.
La ola
pasó por Filipinas, Corea y Taiwán a fines de los ochenta, coincidiendo luego
con el fin del régimen de Pinochet y la caída del Muro de Berlín. El fin del
comunismo, la reunificación alemana y la disolución de la Unión Soviética
concluyeron la Guerra Fría. La agenda fue de derechos humanos en Europa
también. El contrato social del comunismo—comer, pero sin hablar ni votar—había
sido masivamente rechazado y la Unión Europea se extendió hacia el este. La
democracia se convirtió en norma global y la paz democrática parecía haber
llegado para quedarse.
El
terrorismo de septiembre de 2001, sin embargo, evaporó la utopía de la paz
democrática. El mundo volvió a ser un lugar ingrato, inhóspito. Estados Unidos
invadió Irak con una justificación falsa, Guantánamo y Abu Ghraib fueron una
bofetada en la cara de los derechos humanos. Europa entró en una desaceleración
de su economía, transformada en recesión a partir de la crisis de 2008. La
crisis reveló las incoherencias de un Banco Central supranacionalque
emite moneda pero que no tiene control del gasto y el endeudamiento nacional.
El desempleo amplificó la xenofobia y la consecuente discriminación profundizó
la erosión de derechos.
El
retorno de los viejos nacionalismos europeos—siendo el ruso, militarizado, el
más peligroso de todos—deja sin cumplir el sueño de una Europa unida, en paz y
democrática. Coincidió además con el comienzo y súbito final de la cuarta ola,
el movimiento democrático en el Medio Oriente. Con la excepción de Túnez,
ninguno de ellos pudo llegar a la democracia y en algunos, peor aún, la ola
terminó en un despotismo más brutal que el anterior, por ejemplo en Egipto.
América
Latina pasó por este periodo con los términos de intercambio más favorables de
su historia. La prosperidad generó enormes recursos fiscales. Ello alimentó
sueños de perpetuación, reescribiendo constituciones a la medida de ese
objetivo. Inevitablemente, eso sirvió para concentrar enormes recursos de poder
en el Ejecutivo, a expensas del Legislativo y de la independencia del Poder
Judicial, facilitando además la colusión entre el poder político y el crimen
organizado.
La
consiguiente violación de derechos se ha normalizado y generalizado, sean estos
de políticos de oposición, periodistas críticos o activistas de la sociedad
civil. La restauración de viejas concepciones de soberanía—la retórica del
nacionalismo y la no injerencia en asuntos internos—no son más que
racionalizaciones discursivas para evitar la fiscalización externa. La OEA
aceptó esas viejas concepciones, abdicando así de sus funciones de intervención.
De esa manera es como se ignoran en la región los tratados internacionales en
la materia, supuestamente de cumplimiento obligatorio.
La
tercera ola comenzó cuarenta años atrás, en abril de 1974. Será cuestión de
generar las condiciones para que el ciclo vuelva a cambiar. Recordar la
universalidad de la jurisdicción en materia de derechos humanos, la no
prescripción, la obligación de intervenir ante las violaciones y la necesidad
de un orden constitucionaldemocrático (no cualquier tipo de orden
constitucional) siguen siendo las prioridades intelectuales. Articular estos
principios en coaliciones de la sociedad civil y las organizaciones internacionales
es la estrategia a desarrollar, como entonces, como siempre.
La
democracia esta erosionada y la agenda de derechos humanos, en retroceso. En
más de un sentido, habrá que volver a empezar.
Twitter @hectorschamis
Vía El País. España
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