Monday, December 1, 2014

Simón Bolivar, detective

En: Recibido por email. Publicado en Tal Cual

Mario Szichman

Tolstoi decía que en la administración pública hay hombres tan necesarios como los lobos en la naturaleza. Esos hombres descuellan por su cercanía con los jefes de estado, y al monopolizar la crueldad, permiten a sus jefes exhibir altruismo y nobles modales.

El general Louis Nicolas Davouz se encargaba de cometer crueldades "a espaldas" de Napoleón, en tanto su rival, el zar Alejandro de Rusia, contaba con el general Alexey Arakcheyev para concretar el trabajo sucio.

En América Latina, durante la guerra de Independencia, existió un hombre bisagra con los atributos combinados de Davouz y de Arakcheyev. Era el coronel Bernardo de Monteagudo, quien sirvió a dos amos, los próceres de la independencia latinoamericana José de San Martín y Simón Bolívar.

Monteagudo fue uno de los grandes villanos de la historia latinoamericana. En las memorias del general Guillermo Miller, uno de los soldados más fieles de San Martín, se habla pestes de Monteagudo, de su "imposición de medidas impopulares", su "opresivo espionaje", "la cruel manera en que desterró a individuos muy respetables".

Además, se sospechaba que intentaba "establecer un gobierno monárquico, contrario a los deseos del pueblo". Esos atributos convirtieron a Monteagudo "en objeto de desagrado y desconfianza". El pueblo de Lima, aprovechando la ausencia de San Martín, se amotinó contra Monteagudo y lo obligó a dimitir.

Tras la decisión de San Martín de renunciar a su cargo de Protector, Monteagudo retornó a Lima como secretario de Bolívar, donde fue asesinado en el anochecer del 28 de enero de 1825. Cuando Bolívar se enteró del asesinato de Monteagudo, exclamó: "¡Monteagudo! ¡Monteagudo! Serás vengado".  (Bolívar era un romántico hasta los tuétanos).

El retorno de Monteagudo a Lima, aferrado a la levita de Bolívar, no fue recibido con gran beneplácito. El patriota peruano José Faustino Sánchez Carrión, quien fue ministro de Bolívar, había anunciado en un bando público que si Monteagudo regresaba, cualquier limeño podía asesinarlo. Sánchez Carrión prometía total impunidad.

LA VENGANZA DE LOS PATRIOTAS 
La investigación del asesinato de Monteagudo puso a Bolívar en el rol de detective. (Una tarea que los historiadores bolivarianos no han tomado en cuenta, aunque han explorado todos los aspectos de su vida. Como recordaba el profesor Germán Carrera Damas en su magnífico libro El culto a Bolívar, a un panegirista se le ocurrió redactar un opúsculo titulado Bolívar jugador de ajedrez).

La pesquisa de Bolívar, por sí sola, es para escribir una novela, especialmente el descubrimiento de los dos asesinos materiales, Candelario Espinosa y Ramón Moreira. Pero a Bolívar no le interesaban los autores materiales sino los intelectuales, pues eran capaces de serrucharle el piso.

El principal sospechoso era Sánchez Carrión, por la proclamada inquina contra Monteagudo. Muchos años después el general Tomás Mosquera, quien llegó a ser presidente de Colombia, y fue jefe del estado mayor de Bolívar, dijo que uno de los asesinos de Monteagudo confesó a Bolívar que Sánchez Carrión, le pagó 50 doblones en oro por su tarea.

Sánchez Carrión era líder de una logia republicana que se había enfrentado a las intenciones monárquicas de Monteagudo. También Mosquera dijo que como represalia, Bolívar mandó a envenenar a Sánchez Carrión, quien falleció meses después de una extraña afección, posiblemente causada por arsénico.

EL HOMBRE BISAGRA
Aunque muy desprestigiado durante todo el siglo XIX, Monteagudo ha vuelto a ponerse de moda, adquiriendo ribetes de revolucionario y de jacobino. La figura de Monteagudo como hombre bisagra es incomparable, pues contribuye a esclarecer la actuación de dos próceres como son José de San Martín y Simón Bolívar.

Con San Martín, Monteagudo fue pro monárquico, pues San Martín era pro monárquico. Cuando le llegó el turno de servir a Bolívar, Monteagudo se pasó al bando republicano.

El escritor argentino Miguel Bonasso, quien tiene a su favor el mérito de amar a Alejandro Dumas, ha intentado en La venganza de los patriotas (Editorial Planeta) contar simultáneamente la historia de las hazañas del general San Martín en tierra americana, yla vida, pasión y muerte de Monteagudo.

En mi opinión, la figura de San Martín recibe un tratamiento inadecuado. Si bien el general patriota no se muestra muy activo en sus labores como estadista, es un amante excepcional. Pasa buena parte del tiempo en la cama con la patriota Rosita Campuzano. O tal vez, pasaba buena parte del tiempo en la cama, y la patriota Rosita Campuzano lo atendía como enfermera. San Martín sufría de terribles úlceras gástricas. Y era un adicto al láudano, que aliviaba sus síntomas.

En cuanto a Monteagudo, consigue, al menos en la novela, que a sus plantas caigan rendidas como leonas gran cantidad de mujeres patriotas. Si calculamos que en La venganza de los patriotas se registran dos encuentros amorosos por página, debemos concluir, al llegar a la página 250, que se han registrado ya alrededor de 500 apareamientos. Quizás mi cálculo esté equivocado, y una primera lectura haya obviado algún encuentro sexual. Podría intentar una segunda lectura, pero antes me corto las venas.

Cuando el general San Martín no está en la cama, o disuadiendo a sus soldados de entrar en combate pues lo importante es ganar a los godos por cansancio, está diseñando una bandera.

Bonasso dice que la bandera es de sencilla confección. No compartimos su criterio. El primer presidente de Perú, el Marqués de Torre Tagle, ordenó otro diseño del estandarte, pues su bosquejo era imposible de concretar.

Durante la novela, el general José de San Martín es acusado de apatía, de prejuicios monárquicos, y de querer coronarse rey. Se trata, según Bonasso, de una fabricación de sus enemigos alentada por las usinas de rumores. En realidad, parte del Plan de San Martín, que es de una increíble astucia, consiste en hacer creer a sus enemigos que es apático, que tiene prejuicios monárquicos, y que quiere convertirse en un usurpador de la corona real.

Para hacer prosperar la parte del Plan que divulga Bonasso –y también para tender una bonita trampa a los godos– San Martín instituye la Orden del Sol. Y aunque su propósito ostensible es crear una aristocracia autóctona, fortaleciendo así las sospechas de sus enemigos de que tiene prejuicios monárquicos y quiere convertirse en un usurpador de la corona real, no debemos creer en los propósitos ostensibles.
No cuando se trata del general San Martín inventado por Bonasso.

San Martín, según el autor de La venganza de los patriotas, nunca quiso decir lo que dijo sino todo lo contrario, inclusive si lo estampó al pie de un documento oficial de su puño y letra. Lo mismo ocurre con la figura de Monteagudo. Bonassopresume, sin ofrecer pruebas, que Monteagudo fue injustamente acusado detodos los desmanes que verdaderamente cometió.

Lo mejor de La venganza de los patriotas es que nada de lo ostensible es real, en tanto mucho de lo oculto e indescifrable forma parte del incomprensible Plan esbozado por sus eróticos protagonistas.

El resultado es una novela hipersexualizada, donde se rinde vasto homenaje a Venus, escaso homenaje a Marte, y ningún homenaje a la verdad histórica. Y eso es lamentable. Un personaje de la talla de Bernardo de Monteagudo merece no una, sino varias novelas. Por la época en que le tocó actuar, por los personajes que frecuentó y con los que se asoció, por su vida personal, por su asesinato y por las secuelas de su muerte.

@mszichman   marioszichman.blogspot.com

Vía Tal Cual

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