En: http://www.lapatilla.com/site/2014/12/04/vladimiro-mujica-el-poder-contra-el-pueblo/
Vladimiro Mujica
En una conversación con un querido amigo cuya identidad prefiero no
divulgar, elaborábamos sobre la deriva, el derrotero, que prosigue la
así llamada revolución chavista. Ello a propósito del último
despropósito, auspiciado desde la Asamblea Nacional, de un proyecto de
ley que implica acabar con el IVIC y transformarlo en el IVECIT. Mucho
se ha escrito sobre el tema y sobre lo irrealizable que resulta intentar
dirigir el esfuerzo de generación de conocimiento del país hacia
atender las necesidades de la gente, sin tener en cuenta las
características intrínsecas del proceso de enseñanza e investigación.
Orientar ese esfuerzo hacia temas que eleven la calidad de vida de los
venezolanos implica visión, recursos, y una política clara sobre la
participación del sector público y privado. Asuntos todos sobre los que
el gobierno tiene graves carencias. ¿Por qué entonces se pretende
destruir al IVIC con el argumento de eliminar a la ciencia elitista,
cuando no se tiene ninguna claridad sobre lo que está proponiendo?
Hay muchas respuestas posibles a la pregunta del párrafo anterior:
una es que se trata de un caso de voluntarismo primitivo, promovido no
solamente por la ignorancia de la naturaleza del quehacer científico,
sino por una cierta actitud, simultáneamente arrogante y vacua, según la
cual los revolucionarios lo pueden todo a fuerza de corazón y amor al
pueblo. Esta, sin duda la interpretación más benevolente de estas y
otras acciones que han ido poco a poco demoliendo el país, no se
sostiene en los hechos. Ya hemos visto el desastre de los médicos
comunitarios, de los ingenieros improvisados y de las universidades de
segunda que se han creado durante estos últimos quince años. La
revolución del atraso ha fracasado en crear al hombre nuevo del
socialismo del siglo XXI que ve el futuro con cabeza erguida y corazón
abierto, y en su lugar cada vez hace peor y más mediocre a nuestra
nación.
A la conjetura del voluntarismo primitivo, hay que añadirle la
dimensión de un pensamiento relativamente menos ramplón y más elaborado
que se fundamenta en la creencia de que para hacer ciencia para la gente
es necesario destruir la noción de jerarquía intelectual y respeto por
el conocimiento en que se fundamenta la investigación científica. En los
proponentes de la destrucción del IVIC se aprecia claramente la
intención de transformar a la comunidad de investigadores y asistentes
de investigación, con roles bien definidos, en una especie de aldea
comunal de cultores indiferenciados de una mezcla de saberes populares y
ancestrales con ciencia, tecnología e innovación. Un esquema comunal
similar fue practicado durante la revolución cultural china: quien hoy
ejercía como ingeniero mañana debía limpiar los retretes, para que nadie
se sintiera ni indispensable ni especial. La imposibilidad de esta
forma de trabajo puede apreciarse con claridad a través de una simple
comparación con otras actividades humanas: así como a nadie se le
ocurriría sustituir a un general por un soldado bisoño en la conducción
de un ejército; ni a un neurocirujano por un estudiante de medicina en
una operación compleja del cerebro; ni al director de una orquesta por
el primer violín, del mismo modo no es posible transgredir e ignorar la
experiencia y el conocimiento en la práctica de la investigación.
Todo esto no pretende ignorar que la ciencia, además de una
maravillosa aventura de crecimiento individual que está asociada al
placer de saber como funcionan las cosas, es una actividad social de
primerísima importancia y que, en consecuencia, está sujeta a las
presiones políticas y sociales inherentes a este carácter. Los
científicos tienen la responsabilidad de rendirle cuentas a la sociedad y
la dirigencia de la sociedad, especialmente el liderazgo político y el
gobierno, tienen la obligación de entender la naturaleza del quehacer
científico para promover políticas públicas hacia el bien común. En
particular, la pretensión de eliminar la ciencia elitista no califica
como política científica y evade el debate de fondo sobre el hecho de
que la distinción entre ciencia básica y ciencia aplicada es, en buena
medida, un asunto semántico y que la una y la otra existen en simbiosis.
Lo mismo vale para la promoción de la tecnología y la innovación, o
para la protección de los saberes populares. Todas esta actividades
deben tener un espacio y programas de financiamiento y promoción que
estimulen y protejan la libertad de pensamiento y creación y el
crecimiento de todos los sectores de generación del conocimiento. La
concepción comunal destruyen este carácter diferenciado y convierte la
generación de conocimiento, ancestral o científico, en un batiburrillo
intrascendente.
Queda sin embargo una última dimensión cuya consideración es
indispensable para responder mi pregunta inicial que aquí parafraseo en
un contexto más general: ¿Por qué se pretende destruir las casas de
conocimiento del pueblo, el IVIC y las universidades nacionales, si se
sabe que esto va contra los intereses de la nación? La respuesta más
simple e indignante es que a la oligarquía chavista nada de esto le
importa un bledo. La revolución del atraso ha devenido simple pelea por
el poder, bien en su dimensión nacional, lo que implica la captura por
asalto de las instituciones generadoras de valores culturales y éticos
como las universidades, la iglesia y la escuela, o en su expresión más
corrupta asociada a los conflictos internos del chavismo. Esa perversa
pelea por la supremacía es probablemente la clave para entender porqué
se usa el poder contra el pueblo, destruyendo lo que le pertenece y lo
que podría contribuir a que nuestra gente viviera mejor.
Vladimiro Mujica
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