EDITORIAL EL NACIONAL
Los gobiernos autodenominados revolucionarios todo lo quieren cambiar, a
objeto de ejercer mayor control sobre el país y los ciudadanos que tienen la
desdicha de estar sujetos a su férula; son excelentes agentes destructores de
las instituciones, pero pésimos constructores de alternativas confiables a las
instancias públicas que han sido víctimas de sus demoledores proyectos.
El chavismo no es ajeno a esa conducta, y elocuente muestra de su
desatino es la conversión del triángulo fundamental de la democracia
(Ejecutivo, Legislativo y Judicial) en caprichoso pentágono con la añadidura de
dos poderes que, aparte de generar más burocracia, dificultan los procesos para
los cuales fueron concebidos. Tal es el caso del Poder Electoral.
Enemigo de la ecuanimidad, Chávez alentó en los constituyentes el afán
del cambio por el cambio mismo y, así, el funcional Consejo Supremo Electoral
de la denostada cuarta república devino en Consejo Nacional Electoral, para,
según su página web, “garantizar a los venezolanos y venezolanas la eficiente
organización de todos los actos electorales que se realicen el país y, en
particular, la claridad, equidad y credibilidad de estos procesos para elevar y
sostener el prestigio de la institución electoral”.
La equidad ha estado negada por la omnipresencia roja en su seno; poca
transparencia ha exhibido y es nula la credibilidad de sus voceros, lo que hace
rodar por el piso los “nobles propósitos” que animan su monitoreo en cuanta
elección hay, desde la presidencial hasta la de delegados de curso en
escuelitas rurales o reinas de Carnaval. Con semejantes atribuciones, el CNE se
entromete en los asuntos internos de los partidos para coordinar –cobrando lo
suyo por su “asistencia técnica”– las primarias del oficialismo y de la
oposición, poniendo a ésta más obstáculos que alicientes. En tamaño despelote
cabe preguntarse qué chance tiene de ser tratado con imparcialidad un ciudadano
que se postule por iniciativa propia para medirse en contiendas controladas por
un árbitro que baila al son que le toca Tibisay.
Faltan escasos días para unas elecciones primarias convocadas por la
Mesa de la Unidad Democrática para seleccionar a sus candidatos a participar en
unos comicios parlamentarios de los que apenas se sabe que se realizarán en el
último trimestre del año. ¿Cuándo exactamente? Solo Dios y Tibisay lo saben. La
información que debería emanar del CNE relacionada con la designación de
miembros de mesas, actualización de datos en el REP, notificación de
migraciones, etcétera, es de exigua fluidez.
No precisar qué día
han de ser electos los representantes a la Asamblea Nacional es una cínica
táctica dilatoria salida del arsenal de herramientas con que el Poder Ejecutivo
se empeña en sacarle el cuerpo a la realidad, fomentar la abstención y no
asumir la fatalidad de una derrota. En este sentido, es notoria y preocupante
la sintonía de las autoridades comiciales con las estratagemas oficiales. Hay
que ponerle freno a ese perverso contubernio
Vía El Nacional
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