LEANDRO
AREA
Mal
acostumbrados a fuerza de tanto modelaje a pensar y actuar en términos de
amigos y enemigos, a sentir la política como guerra entre bandos al entender
militar y caudillesco, resulta por lo menos comprensible que hayamos hecho y
deshecho por encontrar cohesión de tropa e identidad de mando, como si de
batalla se tratara, a la estructura organizativa de la oposición democrática
frente a un gobierno de médula militar con uniforme camuflado de
civil.
Pero es
tiempo de amarrar a los locos y los excesos de la casa y encontrar señales de
vida inteligente en el planeta de la oposición venezolana que tiene frente a sí
el reto de regresar de Marte y darle cauce al preñado descontento social que se
acumula en tanta ciudadanía huérfana, la cual debería expresarse contundentemente,
en las próximas elecciones legislativas de fin de año, en contra del gobierno.
Para ello
es necesario, antes que nada, de conducción política plural, quiero decir
diversa, pero con sentido común, que dé contenido y argumento electoral y participativo
a la crisis social que vive el país. Pero no será con golpes de pecho dedicados
a lagrimear la idílica y esquiva unidad como vamos a resolver el entuerto de
las desavenencias entre líderes y organizaciones.
Porque la
unidad hasta ahora, arma de doble filo, ha sido una escurridiza consigna que ha
infiltrado de frustración política y moral a la oposición; ha sido carga,
fardo, que ha impedido el sano crecimiento de la ambición política, haciéndola
sobrellevar una mala conciencia de sí misma como si de pecado a escondidas se
tratara, y las palabras, la unidad es una de ellas, pueden tener un poder
castrador extraordinario. Y no es que nadie esté en contra de la unidad, pero
la siento como una obsesión paralizante que cierra el paso a la multiplicación
de los caminos y de los encuentros entre actores diversos, críticos e
ineludibles todos.
Puesto en
su santo lugar el asunto unitario, debo decir que prefiero la síntesis, me
conformo con ella en estricto sumario y no más allá de lo esencial y necesario;
el escueto listado de lo posible que no exige la disolución artificial de las
diferencias sino que se concreta a definir lo básico y sustancial.
Esa
“síntesis” de la que hablo, nada nuevo, vendría a ser otra manera de llamar a
un plan mínimo común que se lleva a cabo, en determinadas circunstancias, para
lograr objetivos puntuales dentro de un propósito de más largo plazo. Tiene la
virtud de que se puede escribir en una cuartilla; posee una narrativa
comprensible y comunicable; no tiene ánimo de fundamentación programática y
menos aún visos de heroicidad; es pragmática, con plazos fijos de cumplimiento
y fecha de caducidad establecida.
Se trata
en todo caso de una estrategia mínima con la que movilizar a la gente en un
sentido preciso, poniendo a funcionar todos los recursos para dar un giro
a la realidad que nos agobia y hacer crecer, con resultados en la mano, la
ilusión política del venezolano que ha dejado de tener fe, esperanza y caridad
para con la política y los políticos, a falta de victorias que permitan abrir
hacia el futuro la fuerza represada y las agallas del ánimo inconforme.
A
sabiendas y cálculos de todos los recursos que no cito por vergüenza con los
que cuenta el gobierno, estamos en la obligación de ajustar veleidades, reducir
el menú de nuestros apetitos, convertirnos en imán de tanta energía dispersa,
para lograr unos resultados electorales que pongan sobre el tapete de la
realidad la posibilidad de revertir, paso a paso, las circunstancias políticas
de hoy. Después, ya se verá.
Vía Que pasa Margarita
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