Luis Garcia Mora
La realidad azota con sus latigazos.
Aunque no nos percatemos, amigo lector, da la impresión de que con la vista puesta en el final de la carrera, la velocidad del cambio político está experimentando aceleración.
Una briosa esprintada.
La alta dosis de coerción violenta que ha esgrimido Maduro esta semana, amenazando desde la presidencia de la República con tomar la calle, si la oposición le gana las parlamentarias, le convierte en un premonitor de lo que ocurre antes de un gran terremoto.
De su derrota.
Sin pudor: “Prepárense para un tiempo de masacre y de muerte si fracasa la revolución bolivariana”.
Los números están gritando que a Maduro no lo quieren ni en su casa. Que han fracasado las posiciones totalitarias y estúpidas. La eliminación de toda forma de oposición política organizada, mediante la aplicación de una política de terror.
Que la crisis se lleva todo por delante. Que el recurso permanente de la violencia con fines represivos o subversivos ha afectado al país con consecuencias, y que su uso para solucionar toda clase de conflictos, ha acabado por institucionalizar el desorden.
Y tal desorden se manifiesta de manera palmaria: Maduro no le planta cara a la crisis.
Y un chavismo desesperado, devorado por sus propios demonios, se esfuerza alocadamente por re-polarizar, sin importarle la desintegración de cualquier esquema viable de convivencia. Sin capacidad, sin recursos materiales ni mentales, asume la violencia como herramienta de trabajo.
Como agresión física, como ataque moral, como represión política, como coerción educativa.
Ese llamado desde el poder a quemar las calles si se pierde, lo saben los camaradas y no camaradas, recuerdan las maneras de Somoza, de Stroessner, de desarticular todo esfuerzo de lucha popular civilizada.
La creación de la figura del enemigo tanto si corresponde a alguien real como si no, constituye uno de los resortes básicos para la ideologización de la violencia. Puede que le ayude a Maduro y a la cúpula en el poder para justificar su fracaso, sus actos. Puede operar como medio para distraer la atención de los problemas apremiantes y difíciles, como contraste vulgar y hasta machista para medir e inflar la propia valía. Para alentar y promover la cohesión interna. Pero no actúa como ejercicio republicano de la Presidencia: actúa como foco de agresividad.
Como el de un hombre colocado ante una situación límite.
Como un perdedor.
Y reproduce automáticamente el desorden.
No es él, aunque lo parezca, quien está directamente en juego, o en peligro de desaparecer: es sólo la actual mayoría del Parlamento. Y, sí, quizás hasta de este orden, o desorden. Pero está incurriendo Maduro en un espantoso error (con institucionalidad o sin institucionalidad) si no vigila con un poco más de escrúpulo sus palabras. Y la estrechísima relación que existe entre ellas como jefe de estado, y la acción violenta.
Su vinculación con la violencia física.
Y en el caso de la oposición, ojo: es la hora del talento político. Cabello está obligando a quienes ganen hoy en el PSUV su candidatura a las parlamentarias, que firmen un documento “anti brincos de talanquera” en diciembre.
Y el Gobierno reconoce y se asusta ante el clima de conflictividad que soterradamente se agita en el alma del venezolano, harto de cargar con la piedra de Sísifo.
Sin embargo, no es sólo la hora de la Unidad de cara a una composición o recomposición de las planchas, o del mero uso o no de una tarjeta única ante las máquinas. Es decir: del uso exclusivo de la vía parlamentaria para salir de la crisis.
Es la hora de la expresión pacífica, democrática, nacional, del descontento.
De esa virtud humana que se define como la fuerza de voluntad para llevar adelante una acción, a pesar de los impedimentos. De la habilidad de sobreponerse a esos impedimentos. De enfrentar situaciones cruciales de manera que se supere el miedo a fracasar.
De la creatividad, el valor, la decisión con que se acomete una acción o se afronta un peligro o una dificultad.
Del coraje.
CRÁTERES
− ¿Creerá Maduro que es el momento del “dakazo” diplomático? ¿De generar una crisis con los vecinos? Después de no haberse ocupado jamás, ni él ni Chávez de esos problemas, ahora se dirige, no hacia Guyana, sino que enfoca sus cañones verbales hacia la Exxon (por cierto, en sociedad con sus amados chinos), a la que Guyana ha contratado la exploración petrolífera del Esequibo. Y a un Brasil, “mi hermano Lula”, con el que ha contratado una represa y una carretera también en el Esequibo. Y además con Colombia, por el decreto del 26 de mayo que delimitó cuatro zonas operativas que abarcan aguas del Golfo de Venezuela y la Guajira.
− ¿Y Cuba, que apoya a los hermanos guyaneses? Guyana dio esos bloques en licencias de exploración afuera de la desembocadura del Esequibo a la Exxon, en asociación con los chinos, Petrobrás e incluso hasta Pacific Rubiales, luego que el Comandante le diera libertad para contratar sin oposición (del chavismo, por supuesto) tanto en tierra como en mar, y los guyaneses se movieron. Y al revés, el gobierno no. Estaba (está) muy ocupado, “haciendo la revolución”. No. Más bien ahuyentó empresas, confiscándoles sus inversiones en Venezuela. Como a la Exxon, a la que ahora tiene que pagar por decisión de un tribunal internacional 1700 millones de dólares, sin tenerlos, como tampoco capacidad para endeudarse ni para levantarlos ni en bonos ni en préstamos.
− Por lo que han tenido que quemar en 322 millones de dólares la refinería en Chalmette, Louisiana. Una décima parte de lo que valía, 3 mil y pico millones de dólares cuando se hizo en asociación con Exxon, Mobil y PDVSA en 1998. Y que representó una inversión de Exxon-Mobil de 2 mil 500 millones. Un negocio en que Exxon le dio a Venezuela el 30% sin poner una locha la mitad de la propiedad de la refinería, con el compromiso de dar a Exxon petróleo de la faja por 35 años. Pues bien, Venezuela, o Chávez, le confiscó a la “machimberra” a Exxon en 2007 el bloque de la faja sin ninguna compensación. La Exxon llevó el asunto al Tribunal de Arbitraje (CIADI) y el año pasado se produjo la decisión a favor de la Exxon, a la que Venezuela ahora debe pagarle 1.700 millones de dólares. Y Exxon coge el cheque y le dice a Maduro que “todavía me quedas debiendo”.
− A “eso” y que se llama gobernar. Por lo que los guyaneses nos quitan un trozo de país. Y Maduro entonces amenaza con quemar las calles, en un cambio hacia una retórica interna más agresiva (y no contra Guyana), contra más de la mitad del voto de los venezolanos, si pierde. Un recurso permanente a la violencia que ha afectado la evolución de nuestra sociedad, sumergida en este desangramiento cotidiano.
− Hechos. Los líderes del país según todas las encuestas hasta hoy: Henrique Capriles y Leopoldo López, que afortunadamente acaba de parar su huelga de hambre. Interesante, y expresión de que el espacio político está cambiando, fíjense: ambos provienen de un tronco común de centro derecha: Primero Justicia, filial venezolana de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), primo hermano del PAN mexicano y del Partido Popular español de Rajoy. Además, fundadores igualmente de PJ junto a Julio Borges. He ahí que hoy Capriles y López por experiencias de gobierno y de liderazgo popular ambos, más Capriles como gobernador y candidato presidencial que Leopoldo, se ubican más allá de sus orígenes de clase, y maduran. Cambian. Abandonando el campo conservador de derecha para ubicarse en el progresista, o mejor: de centro izquierda. Con una visión política más moderna y pragmática, Leopoldo funda Voluntad Popular partido de centro izquierda afiliado a la socialdemócrata Internacional Socialista de Willy Brandt y Felipe González, mientras que Henrique ante la posibilidad de crear una mayoría social, un discurso de “mayorías”, se identifica ante el diario El Espectador de Colombia, y contundentemente afirma “Soy de izquierda”. Capriles dice “no soy de derecha ni Venezuela tampoco”. ¿Es a esto a lo que le teme el chavismo?
− No hay liderazgo político sin liderazgo social. Tenemos una oposición ajena aún al hecho social. Hay quien habla de la necesidad de una política superior. Pues una política superior es una política que atienda el llamado al cambio estructural. Definitivamente, esta época exige un poco más de lo que se está dando. ¿Cómo hacemos para garantizar a las mayorías la cobertura de sus necesidades y un incremento de su calidad de vida? ¿Qué se puede rescatar de lo hecho hasta ahora? ¿Sobre qué base se puede negociar? Porque es un hecho que desde el poder se cultiva una onda entrópica que ya se está devolviendo y pasándole factura al propio gobierno. Pero la oposición no puede sentarse a esperar a que se desmorone. Hay quienes hablan de que esto va a hacer implosión. Entonces, ¿te vas a sentar a esperar? En Venezuela se está produciendo un cambio estructural que necesita atención. Compromiso y esféricas. Eso sin contar la reinserción en el esquema mundial: tenemos catorce años, quizás más, mirándonos el ombligo. Padeciendo los rigores de las fuerzas que se mueven en nuestro microclima, ajenos al concierto del mundo. Mientras aquí estamos pensando en si vamos a tener una nueva religión tras la ausencia del líder, en el planeta hay una agenda de supervivencia objetiva. En este país no estamos discutiendo la modernización, el desarrollo sustentable, la educación, la innovación y los recursos, la competitividad, la globalización. El mundo de hoy se define como una gran economía del conocimiento. Y ni este, ni ninguno de lo
No comments:
Post a Comment