En Brasil
se está desarrollando el más severo ataque contra la corrupción que se haya
conocido en la historia de América Latina. Su capítulo más reciente ocurrió el
viernes pasado, cuando los titulares de las dos mayores contratistas de obra
pública, Marcelo Odebrecht, de Odebrecht, y Otávio Marques Azevedo, de Andrade
Gutierrez, ingresaron a la cárcel de Curitiba. Nunca se había detectado un
caudal de lavado de dinero como el de Petrobras. Más de 3.000 millones de
dólares de los cuales 700 corresponderían a sobornos de Odebrecht y Andrade.
Nunca una investigación había rozado a figuras tan poderosas. Hay 13 senadores,
22 diputados y dos gobernadores bajo la lupa. Y el extesorero del Partido de
los Trabajadores sigue preso. Nunca los jueces habían avanzado contra los que
aportan el dinero negro. Ya fueron tras las rejas 10 ejecutivos de máximo
nivel. Se trata de un mani pulite en portugués y tropical.
La
captura de Marcelo Odebrecht dejó a los brasileños sin aliento. Es el
presidente de una de las firmas más desarrolladas de la región en el área de
infraestructura y energía. Opera en 23 países, con más de 180.000 empleados.
Odebrecht es inconcebible sin el Estado brasileño. Y el Estado brasileño no
puede ser entendido del todo sin Odebrecht. Un criterio principal de su
política exterior ha sido la expansión de estas compañías. Marcelo Odebrecht es
el hombre de negocios emblemático de la era Lula da Silva. Es comprensible que
su prisión haya hecho presentir un terremoto. Y todavía se aguardan novedades
tenebrosas: las revelaciones de Ricardo Pessoa, dueño de la empresa UTC, que
está acordando con los tribunales su condición de arrepentido, desatarán otra
tormenta. Pessoa sería el coordinador del entramado mafioso que se tejió en la
petrolera estatal.
Odebrecht
es el hombre de negocios emblemático de la era Lula. Es comprensible que su
prisión haya hecho presentir un terremoto
El
escándalo dañará más la economía. "¿Quién se va a arriesgar a invertir en
Brasil?", acaba de preguntarse Phillipp Schiemer, el presidente de la
Mercedes Benz local. Las constructoras tienen vedado contratar con Petrobras,
que representa el 12% de la inversión en el país. El crédito disminuirá por las
restricciones de los bancos a prestar a empresas sospechadas de corrupción.
Odebrecht, por ejemplo, acumula una deuda de 63.000 millones de reales, unos
20.000 millones de dólares. Este deterioro llega en medio de una gran
retracción. Desde enero se destruyeron 249.000 empleos. En mayo se perdieron
115.000, de los cuales 30.000 corresponden a la construcción.
El
decaimiento está poniendo en tela de juicio la racionalización del ministro de
Hacienda, Joaquim Levy. Los críticos señalan que, como Levy realiza sus
recortes en un ciclo recesivo, la recaudación cae cada vez más y obliga a
nuevos ajustes. Este círculo vicioso se potencia desde el Banco Central, que
aumenta la tasa de interés para doblegar a la inflación.
En este
contexto la imagen presidencial se desmorona. Según Datafolha, Dilma Rousseff
es rechazada del 65% de los brasileños. Le queda el consuelo de que Fernando
Collor de Melo era repudiado por el 68%. Era en 1992, días antes de su
destitución. Rousseff no enfrenta ese peligro. Por ahora. Pero está siendo
amenazada por una investigación penal muy delicada, acusada de violar la rigurosa
Ley de Responsabilidad Fiscal en la administración del crédito público durante
el año 2014.
El
escándalo dañará más la economía. "¿Quién se va a arriesgar a invertir en
Brasil?", se pregunta el presidente de Mercedes Benz
Las
indagaciones del juez Sergio Moro tal vez inauguren un salto de calidad
institucional que Brasil podría proyectar sobre la región. Es un sueño de
mediano plazo. En lo inmediato hay que esperar que la revolución en cámara
lenta que transcurre bajo los azorados ojos de Rousseff provea nuevas
turbulencias. El proceso tiene rasgos familiares con el que azotó la a Italia
en los noventa. Una burocracia colonizada por intereses privados generó
incalculables rentas parasitarias ligadas a la decisión política.
El
derrumbe de ese régimen no llegó a través de un combate de honestos contra
corruptos. De víctimas contra victimarios. Se produjo desde adentro, cuando la
ruptura de un pacto de silencio devoró a una clase política completa.
En Brasil la historia está por
escribirse. Aunque aparecen comportamientos infrecuentes. Cuando Marcelo
Odebrecht fue detenido, su padre, Emilio, envuelto en llamas, vaticinó:
"Al lado de la celda de mi hijo tendrán que construir tres más. Para mí,
para Dilma y para Lula". Si eso llegara a ocurrir, quedaría por determinar
si la contratación de los trabajos iría a manos de Odebrecht.
Vía El País. España
Que pasa Margarita
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