RODOLFO
IZAGUIRRE
En la gran mayoría de las religiones existe el infierno. En la nuestra
significa que si somos réprobos nos precipitamos, al morir, en los abismos
infernales. Es la Caída; es el “¡Non serviam! “¡No serviremos!”. La
frase no figura en los textos bíblicos, pero se le atribuye a Lucifer, quien la
pronunció para expresar su rechazo a servir a Dios, un acto de rebelión que le
valió ser desterrado del reino celestial.
En los tiempos modernos, el Non serviam es una
expresión radical, que nada tiene que ver con cuestiones religiosas. Non
serviam puede significar, por ejemplo, desobediencia civil. ¡No
obedecemos!
Aquel Ángel lleno de luz quedó convertido desde entonces en un monstruo,
en un ser abominable, en la personificación del Mal. Es el Enemigo, el Demonio,
el Príncipe de la Noche cuyo apellido es Legión. Para que su condena fuese mas
vil y atormentada vive una vida larvaria en las profundidades, es decir en la
subvida, como la de los seres muertos y enterrados. Su mayor astucia consiste
en hacer que la gente crea que no existe y le gusta ocultarse detrás de la
cruz.
Se conoce también el Diario de Faustina escrito durante su Retiro anual,
en Cracovia, el 20 de octubre de 1936 en el que enumeró y describió las
torturas del infierno: “Hoy, un Ángel me llevó a los precipicios del Infierno.
Es un lugar de grandes torturas. ¡Es impresionante el tamaño y la extensión del
sitio!”
La primera tortura, escribió, es ¡la pérdida de Dios! La segunda, el remordimiento
de conciencia perpetuo. La tercera, saber que esa condición nunca va a cambiar.
La cuarta, el fuego que penetra el alma sin destruirla -un sufrimiento
terrible, ya que es un fuego puramente espiritual, encendido por la ira de
Dios. La quinta tortura es la permanente oscuridad y un terrible hedor que
sofoca, y que, a pesar de la oscuridad, los demonios y las almas de los
condenados se ven y ven toda la malignidad, tanto propia como la de los demás.
La sexta tortura es la compañía constante de Satanás. La séptima, la horrible
desesperación, el odio a Dios, las palabras horrendas, las maldiciones y las
blasfemias”.
En Pelotón, (Platoon), 1986, la película de Oliver
Stone sobre la sucia guerra en el Vietnam (¡una herida que tardará mucho en
cicatrizar!) un soldado afirma que el infierno es la imposibilidad de la razón.
Es lo que ocurre en el país en el que ahora creemos vivir.
Es un hecho
mundialmente notorio que el venezolano de los últimos años es un país que ha
usurpado la majestad del Ángel Caído para ejercitarse en suplicios que no
alcanzó a ver la horrorizada Faustina. Habría visto que razonar con el régimen
militar es imposible; que no se nos permite disentir de la autoridad porque nos
espera la cárcel, el oprobio y duras penalidades; se acosa a los periodistas;
se castiga a quien intente invertir o producir en su empresa o hacienda; se
niega la luz que entra por las ventanas universitarias; un vacío ocupa lo que
antes estuvo lleno de ilusiones y los hijos y los médicos y los empresarios
abandonan el país, tal vez para no regresar. El vacío lo llena el miedo y el
régimen lo alimenta y se nutre de él. ¡Se complace en castigar! De eso está
compuesta el alma militar: ordenar, obedecer y castigar. No existe la alegría
de vivir, el humor que enaltece el espíritu. Solo existe un enfermizo rigor, el
carato de avena, la cuartelaria aridez de una desmesurada disciplina. Nadie
escapa del infierno pero si alguien lo logra ¡no vuelve a él! Abandonaremos,
tal vez, el país o permaneceremos en él pero agitando pancartas y gritando en
todas las esquinas: ¡Non serviam!
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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