DEMETRIO
BOERSNER
El
régimen autoritario chavista está viviendo sus días finales y la transición
hacia una democracia renovada está por comenzar. Esto no lo decimos en un
arrebato de desbordado optimismo subjetivo, sino lo afirmamos sobre la base de
hechos palpables. Existe una combinación de factores objetivos que se unen para
impulsar una salida gradual y pacífica en su forma, aunque radical en su
contenido. (Nada es más radical que el reemplazo de la opresión por la
libertad). Estos factores, que se conjugan para dar el empujón final al
despotismo venezolano, pertenecen a dos categorías: “fuerzas profundas” y
“poder blando”.
El
concepto “fuerzas profundas” proviene del eminente historiador francés Pierre
Renouvin, reconocido internacionalmente como padre de la disciplina académica
denominada “Historia de las Relaciones Internacionales”. Renouvin utiliza ese
término para designar el conjunto de factores estructurales y colectivos
–económico-sociales y socio-culturales– que limitan y condicionan la voluntad
subjetiva del estadista o dirigente político. El estadista puede influir sobre
las fuerzas profundas y ponerlas parcialmente a su servicio, pero en última
instancia ellas marcarán el cauce definitivo. En Venezuela, Hugo Chávez nunca
comprendió esa realidad y con ello demostró, de paso, que no fue un socialista
(ya que estos siempre son conscientes de la dialéctica de las fuerzas
profundas), sino un voluntarista con ilusión de superhombre capaz de
sobreponerse a lo que Rosa Luxemburgo llamó “los aterradores abismos de la
causalidad histórica”. Dichos abismos parecen a punto, hoy, de tragarse
al país destrozado y arruinado por tres lustros de imprevisión, de destrucción
de la economía y de arbitrariedad política, culminando en la desilusión de un
pueblo cuya calidad de vida no ha mejorado en ningún aspecto fundamental.
La crisis
del régimen venezolano ha tenido el efecto de destruir su credibilidad
internacional, decepcionando hasta a sus más ávidos clientes, beneficiarios y
exáulicos, que ya han comenzado a darle la espalda. En estos momentos, una gran
marea de influencias externas, entre las que figuran Estados Unidos, la Santa Sede,
la Unión Europea y los países iberoamericanos de orientación desarrollista
moderada, está rodeando al gobierno venezolano con la razonable exigencia de
que libere a los detenidos políticos y entable un honesto diálogo (negociación)
con las fuerzas de oposición democrática. El sentido común indica que tales
conversaciones deben versar urgentemente sobre la manera de resolver los
problemas más apremiantes de desabastecimiento, galopante inflación,
endeudamiento, inseguridad, etc., y crear una base de entendimiento entre el
Estado y el sector privado que permita relanzar la actividad económica. Además
deben tender a asegurar el respeto de los resultados electorales del venidero 6
de diciembre y, más allá de ello, abrir un proceso de transición de la actual
social-dictadura a una democracia pluralista y tolerante. El conjunto de
fuerzas internas y externas que persigue y anhela estos fines coincide en
ejercer el tipo de presiones que responden al concepto de “poder blando”,
descartando medidas de “poder duro” que negarían la posibilidad del diálogo,
aunque sea “con el pañuelo en la nariz”. Tal diálogo, producto de la aplicación
del poder blando, constituye la vía civilizada y no violenta que ha permitido a
otras naciones pasar del despotismo a la libertad. Desde ya es importante
descartar la dicotomía excluyente entre “chavistas” y “antichavistas”, que debe
ser reemplazada por la búsqueda de un creciente entendimiento entre venezolanos
provenientes de ambos bandos, que a pesar de divergentes visiones del pasado
estén de acuerdo en transitar hacia la libertad (la cual no puede ser auténtica
sin equidad social).
demboers@gmail.com
Vía El Nacional
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