En: http://www.hacer.org/latam/?p=11650
Ralph Benko
Ante la pregunta ¿Siente usted que el actual gobierno lo representa? El 78% de los americanos respondemos que el gobierno va por el camino equivocado; tan sólo el 15%, casi un mínimo histórico, dicen estar conformes y afirman que el gobierno va en la dirección correcta. Esto significa que una enorme mayoría de ciudadanos siente que sus intereses, su bienestar y hasta su propia dignidad están siendo violados.
La “junta de gobierno” que dirige los Estados Unidos parece haber olvidado el axioma fundamental de la legitimidad de sus actos: la aprobación de los gobernados. Los americanos de todos los partidos e ideologías nos aferramos al principio fundamental indicado en el acta de declaración de nuestra independencia que dice nosotros: “fuimos dotados por nuestro Creador de ciertos derechos inalienables”, y “para garantizar esos derechos, se han establecido los Gobiernos entre los hombres, proviniendo sus poderes del consentimiento de los gobernados”.
La falta de respuesta a la voluntad popular ha provocado el surgimiento de quejas más claras y estridentes entre la población. El periodista progresista David Sirota ha llamado a estos eventos “levantamientos”, y el periodista conservador Mark Tapscott los ha dado en llamar: “La rebelión de la América media”. La acción ciudadana de los inconformes ha venido en aumento desde sus primeras y más eficaces manifestaciones, localmente las impulsadas por MoveOn.org y las llevadas a cabo por el movimiento del partido del té y a nivel mundial el movimiento de indignados. Si bien las distintas protestas parecen no estar de acuerdo con una misma solución, todas coinciden al diagnosticar el problema: el gobierno no está escuchando a sus ciudadanos.
Grandes figuras de la izquierda y la derecha están empezando a ofrecer enfoques reflexivos. Lawrence Lessig, de la Harvard Law School, ofrece una posición populista socialdemócrata en su libro más reciente “República, perdida”. En dicha obra, Lessig nos muestra algunas horribles distorsiones permitidas por el sistema de financiamiento de campañas vigente y ofrece como solución alternativa, no coercitiva: el financiamiento ciudadano por medio de bonos.
Vinculado temáticamente con Lessig, está el nuevo libro “Democracia negada” del populista conservador Phil Kerpen, Vicepresidente de Políticas Públicas de Americans for Prosperity (nota: dicho libro me señala a mí, haciendo gala de una generosidad excesiva, como uno de los “mentores profesionales” de su autor). ¿Cuál es entonces el término más adecuado?: ¿República perdida? o ¿Democracia denegada? Esta incógnita me recuerda la famosa fábula de “los ciegos y el elefante”, donde cada ciego describe una parte diferente de un problema mucho más grande, sólo que aquí, el pícaro elefante, por así llamarlo, es Washington DC.
Lessig se centra en la ruptura acontecida en la legislatura nacional, en los problemas tanto políticos como sociales, y nos ofrece una solución digna. Por su parte, Kerpen se enfoca en la ruptura de la rama ejecutiva nacional, en los problemas que esto está causando tanto a nivel político como moral, y nos ofrece una solución digna. Cada escritor implícitamente hace eco de alguna de las quejas enumeradas entre las demandas que constan en el acta de declaración de la independencia. Lessig trae a colación los reclamos de Jefferson acerca de “una historia de repetidos agravios y usurpaciones encaminados hacia el establecimiento de una tiranía absoluta” (hoy en día, el término más apto sería oligarquía, en lugar de tiranía).
Kerpen también ofrece una crítica de estilo Jeffersoniano: “Él ha creado una multitud de nuevas oficinas, y enviado una multitud de oficiales a acosar a nuestro pueblo y consumir su sustento” y “ellos se han auto-declarado facultados para legislar por nosotros en todos los casos”. Desde un comienzo, los americanos nunca hemos tenido una actitud especialmente favorable hacia los burócratas…. La izquierda tiende a inclinarse más hacia los demócratas con “d minúscula” – aquellos demócratas que proponen un mayor control popular directo, tal como lo demuestra el optimismo de Lessig en cuanto a la preferencia por la financiación ciudadana en las elecciones legislativas. De igual forma, la derecha tiende a inclinarse más hacia los republicanos con “r minúscula” – aquellos republicanos que muestran una mayor confianza en los funcionarios electos y la democracia representativa. Kerpen ofrece una letanía convincente acerca de los cargos no electivos de la rama ejecutiva (y sus agencias independientes) establecidas para ejercer el “poder para legislar por nosotros en todos los casos”. Dicha ética, aquella que establece que el pueblo sea el perjudicado, parece haber hecho metástasis.
Como he señalado anteriormente en otros medios, el artículo “El año perdido de Obama” de George Packer, publicado el 15 de marzo de 2010 en The New Yorker, contenía un detalle muy revelador acerca del proceso de toma de decisiones de la Casa Blanca, señalando que la manera más segura de llamar la atención de Obama era decirle que la decisión era difícil e impopular, pero correcta”.
¿Palabra clave? Impopular.
En este caso “impopular” resulta ser un eufemismo. Nadie ha documentado tan a fondo y convincentemente los abusos del poder ejecutivo como Kerpen lo ha hecho. Kerpen ha demostrado ser un jugador poderoso, posiblemente la fuerza adversaria más potente y temida por la izquierda desde su cargo en Americans for Prosperity. Es bastante claro que fue Kerpen quien proporcionó la evidencia que generó el frenesí de los medios que le costó a Van Jones su trabajo como zar de los empleos verdes, y le costó a Susan Crawford su nombramiento como zar de Internet de la Casa Blanca.
Kerpen presenta una denuncia detallada de los abusos extremos de poder, con la que podría haber enorgullecido a Jefferson. El abuso extremo de poder de la Agencia de Protección Medioambiental (EPA en inglés), la toma de control del Internet por parte de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC en inglés), el plan secreto para conseguir la afiliación sindical obligatoria (nota: yo soy miembro, de manera voluntaria y con mucho orgullo, de la Federación Americana del Trabajo – Congreso de Organizaciones Industriales – AFL-CIO en inglés- , pero considero que la sindicalización forzada es mala para nuestros miembros de rango y de base, y para los sindicatos que a partir de entonces no necesitarán ganarse nuestra lealtad ni nuestras contribuciones) demuestra de manera escalofriante cómo el programa Obamacare amenaza con empeorar la crisis de la salud, violando así el primer principio del juramento Hipocrático de no hacer daño, y expone cómo el aumento de regulaciones que estrangulan los asuntos financieros, perjudican la capacidad nacional para generar energía a precios asequibles y atentan contra la propiedad de la tierra. Cosa que resulta de enumerar tan sólo los aspectos más destacados.
Sin embargo, lo más convincente del libro de Kerpen es que establece una solución práctica, sensible y de gran alcance: la ley REINS. Esta ley requiere, en términos simplificados, que cualquier regulación proveniente del poder ejecutivo o agencia independiente que tenga un impacto material en la economía nacional, deba ser considerada y aprobada por el congreso. Esta ley pretende restaurar la responsabilidad de los funcionarios electos, en lugar de dejar el inmenso poder regulatorio en manos de burócratas sin rostro, convenientemente “investidos con el poder de legislar por nosotros, en todos los casos”.
Heroicamente, Lessig tiene al pícaro elefante de la parábola agarrado por la cola, que en nuestro caso simboliza al gobierno federal americano fuera de control; y Kerpen, intrépidamente, lo tiene agarrado de las… digamos que de las dos orejas. Desde fuera de Washington, y contando con mi apoyo activo, Lessig está inspirando una insurgencia conjunta de los populistas humanitarios contra los elitistas de carrera. Fuentes internas al congreso me han confirmado que los esfuerzos tras bambalinas de Kerpen fueron de fundamental importancia para incluir la ley REINS en la reciente propuesta legislativa republicana para mitigar el desempleo.
Felicitaciones a todos y cada uno de ellos, y a las docenas de héroes de menor prominencia. Perdida, negada, o no, los Estados Unidos continúan siendo una república democrática. Pero existe un límite a lo que estos tenaces y corajudos comandos pueden lograr. Por lo tanto, queridos lectores, es hora de comprometerse ya sea del lado de los progresistas inspirados por la prescripción de Lessig en la “República, perdida”; o del lado de los conservadores comprometidos con la “Democracia negada” de Kerpen. El poder de ustedes, la opinión de ustedes, la buena opinión de ustedes (la de sus funcionarios electos), y sus votos son mucho más poderosos de lo que ustedes imaginan.
Sean escuchados, sean implacables, y si quieren ingresar a la liga de reformadores únanse a Rootstrikers.org de Lessig o a Americans for Prosperity de Kerpen (de la que yo ya soy miembro). ¿Será cierto que nuestra república está perdida, y que nuestra democracia está siendo negada? Ustedes tienen la respuesta, ustedes ocupan el cargo más noble que puede ocuparse en una democracia o en una república: el de ciudadanos. Todo depende de su participación y del ejercicio de su poder supremo.
* Ralph Benko es asesor económico Senior del American Principles Project, es columnista de la Revista Forbes y es editor de la página The Gold Standard Now del Lehrman Institute. Traducción al español de Dayi Sedano.
Fuente: HACER
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