ASDRÚBAL AGUIAR | EL UNIVERSAL
martes 17 de enero de 2012 12:00 AM
Al apreciar la firmeza, sin concesiones ni estridencias, con la que María Corina Machado increpa al dictador enfermo ante la Asamblea y luego de oír la respuesta de éste: ¡águila no caza moscas!, reparo en la obra pedagógica y aleccionadora de Carlos Fuentes, La silla del Águila. !Y es que otra vez observo al inquilino de Miraflores, además de divorciado de la realidad y presa de ese "yo no fui" que a buen seguro le acompaña desde la más tierna edad, ahora huérfano de la inteligencia y astucia que le reclama ser candidato a ex presidente; que poco le son indispensables para su forma de ejercicio como gobernante.
Mas antes de que María Corina o María le desnude a ese país de empresas quebradas y expropiadas que somos y habitáculo rutinario de la muerte, opta aquél por ajustar que no es político atribuirle culpas por el crimen que nos anega. Y aquí si tiene razón, pues en política y a menudo -según la óptica amoral de Maquiavelo o Guicciardini- es cierto lo falso, y lo mendaz, repetido, adquiere certidumbre.
Lo inocultable, en todo caso y fuera de la política sin grandeza como de sus actores de ocasión, es que Venezuela se disuelve en una guerra civil no declarada, sin cuartel. Las cifras de homicidios crecen en diabólica espiral: 5.968 víctimas en 1999, 8.022 en 2000, 7.960 en 2001, 9.260 en 2002, 11.342 en 2003, 9.719 en 2004, 13.200 en 2005, 12.257 en 2006: que no incluyen a 4.109 muertes "en averiguación", 13.156 en 2007, y paremos de contar. 2011 se lleva por delante a 19.336 venezolanos, en su mayoría jóvenes y niños.
Ocurre, cabe decirlo, que todo ello es la consecuencia de un "proceso" deliberado de desmantelamiento institucional, de fractura de las solidaridades acometida por el mismo Presidente durante sus trece años de mandato y por considerarlo útil a su revolución de vallas. Nunca presenta programa serio sobre el tema. Y cuando el General Vassily Flores, su Viceministro del Interior intenta hacerlo, en los días inaugurales de su administración, lo despacha del cargo sin preaviso. Y sensiblemente, en una hora propicia para la reconstitución de los lazos sociales -de donde el llamado a constituyente de 1999 prende con fervor al margen de las reservas constitucionales que suscita- el interpelado por María Corina no hace sino disolver, desde su primera jornada laboral, con el mínimo de unidad y disciplina que nos queda entonces: "Quienes roban por necesidad no son delincuentes", afirma.
A los pocos días, hemos de recordarlo, ha lugar la toma de parcelas y predios privados por invasores y de nuevo se hace presente la orden presidencial: "Guardia Nacional que impida o violente a quien invada será castigado con severidad". Y a ello, como alimento mayor de la impunidad, le siguen las confiscaciones que denuncia la precandidata de la oposición. Bajo ordenes expresas del Presidente, en efecto, se le quita la propiedad sin indemnización a los venezolanos emprendedores. Se les roba, sin lugar a dudas.
Desde ese lejano tiempo hasta nuestra circunstancia, además, el país ve como el mismo dictador le abre las puertas a la narco-guerrilla. La asocia a su actividad política, pacta en beneficio de ésta macro-vacunas de cuyo retorno o beneficio sólo conocen nuestros médicos forenses, y asimismo eleva a quienes asesinan a nuestros soldados durante los años '60, las milicias cubanas.
Los "grupos de exterminio" integrados por policías, responsables de centenares de homicidios y secuestros express en el país; los 20 asesinatos y 100 heridos de bala ocurridos durante la Masacre de Miraflores, incluida la del fotógrafo Jorge Tortoza; las ejecuciones de Antonio López Castillo, Danilo Anderson, como los baleados de Altamira o las muertes violentas de los estudiantes Leonardo González, Erick Montenegro, Edgar Quintero de la Universidad Santa María, del empresario Filippo Sindoni o de los hermanos Fadul, son emblemas de una larga lista que hace historia desdorosa y forja verdaderos crímenes de Estado, por acción u omisión de las autoridades.
De allí la indignación de María, la mortal, y el arresto de soberbia de su interlocutor, suerte de dios Kratos quién no imagina su propio desenlace y el Inframundo que le espera a manos de Zeus, transformado éste, eso sí, en el águila quien caza a la desadaptada deidad por propiciadora de la maldad.
Escribe Fuentes, a la sazón, que "nadie tiene la cabeza más alta que el aire que respira". Empero, "para respirar a gusto, para disipar la bruma, para acabar con las conspiraciones, se necesita devolverle al país una ilusión". En otras palabras, un símbolo. "Engañado, perdido, corrupto, nuestro país -dice y no le falta razón- sólo se salva si encuentra el símbolo que le de nuevas esperanzas". Y tal símbolo, como parece, ya aparece
Mas antes de que María Corina o María le desnude a ese país de empresas quebradas y expropiadas que somos y habitáculo rutinario de la muerte, opta aquél por ajustar que no es político atribuirle culpas por el crimen que nos anega. Y aquí si tiene razón, pues en política y a menudo -según la óptica amoral de Maquiavelo o Guicciardini- es cierto lo falso, y lo mendaz, repetido, adquiere certidumbre.
Lo inocultable, en todo caso y fuera de la política sin grandeza como de sus actores de ocasión, es que Venezuela se disuelve en una guerra civil no declarada, sin cuartel. Las cifras de homicidios crecen en diabólica espiral: 5.968 víctimas en 1999, 8.022 en 2000, 7.960 en 2001, 9.260 en 2002, 11.342 en 2003, 9.719 en 2004, 13.200 en 2005, 12.257 en 2006: que no incluyen a 4.109 muertes "en averiguación", 13.156 en 2007, y paremos de contar. 2011 se lleva por delante a 19.336 venezolanos, en su mayoría jóvenes y niños.
Ocurre, cabe decirlo, que todo ello es la consecuencia de un "proceso" deliberado de desmantelamiento institucional, de fractura de las solidaridades acometida por el mismo Presidente durante sus trece años de mandato y por considerarlo útil a su revolución de vallas. Nunca presenta programa serio sobre el tema. Y cuando el General Vassily Flores, su Viceministro del Interior intenta hacerlo, en los días inaugurales de su administración, lo despacha del cargo sin preaviso. Y sensiblemente, en una hora propicia para la reconstitución de los lazos sociales -de donde el llamado a constituyente de 1999 prende con fervor al margen de las reservas constitucionales que suscita- el interpelado por María Corina no hace sino disolver, desde su primera jornada laboral, con el mínimo de unidad y disciplina que nos queda entonces: "Quienes roban por necesidad no son delincuentes", afirma.
A los pocos días, hemos de recordarlo, ha lugar la toma de parcelas y predios privados por invasores y de nuevo se hace presente la orden presidencial: "Guardia Nacional que impida o violente a quien invada será castigado con severidad". Y a ello, como alimento mayor de la impunidad, le siguen las confiscaciones que denuncia la precandidata de la oposición. Bajo ordenes expresas del Presidente, en efecto, se le quita la propiedad sin indemnización a los venezolanos emprendedores. Se les roba, sin lugar a dudas.
Desde ese lejano tiempo hasta nuestra circunstancia, además, el país ve como el mismo dictador le abre las puertas a la narco-guerrilla. La asocia a su actividad política, pacta en beneficio de ésta macro-vacunas de cuyo retorno o beneficio sólo conocen nuestros médicos forenses, y asimismo eleva a quienes asesinan a nuestros soldados durante los años '60, las milicias cubanas.
Los "grupos de exterminio" integrados por policías, responsables de centenares de homicidios y secuestros express en el país; los 20 asesinatos y 100 heridos de bala ocurridos durante la Masacre de Miraflores, incluida la del fotógrafo Jorge Tortoza; las ejecuciones de Antonio López Castillo, Danilo Anderson, como los baleados de Altamira o las muertes violentas de los estudiantes Leonardo González, Erick Montenegro, Edgar Quintero de la Universidad Santa María, del empresario Filippo Sindoni o de los hermanos Fadul, son emblemas de una larga lista que hace historia desdorosa y forja verdaderos crímenes de Estado, por acción u omisión de las autoridades.
De allí la indignación de María, la mortal, y el arresto de soberbia de su interlocutor, suerte de dios Kratos quién no imagina su propio desenlace y el Inframundo que le espera a manos de Zeus, transformado éste, eso sí, en el águila quien caza a la desadaptada deidad por propiciadora de la maldad.
Escribe Fuentes, a la sazón, que "nadie tiene la cabeza más alta que el aire que respira". Empero, "para respirar a gusto, para disipar la bruma, para acabar con las conspiraciones, se necesita devolverle al país una ilusión". En otras palabras, un símbolo. "Engañado, perdido, corrupto, nuestro país -dice y no le falta razón- sólo se salva si encuentra el símbolo que le de nuevas esperanzas". Y tal símbolo, como parece, ya aparece
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