EZEQUIEL VÁZQUEZ GER | EL UNIVERSAL
domingo 16 de octubre de 2011 08:30 AM
Hay historias que se repiten: momentos de tensión, cambios demográficos, dificultades económicas; los ciudadanos de un país se exasperan y todo esto conduce a la búsqueda de un nuevo líder, diferente a los anteriores.
Esta nueva persona tiene por lo general una lengua hábil; una cantidad de promesas imposibles que de la mano de un discurso perfecto y palabras tales cómo "justicia social" o "redistribución de la riqueza", llegan a los oídos no solo de los más pobres, sino de gran parte de la sociedad. Lo que vendrá será un "cambio".
Pero cuando el líder populista llega al poder, se ve atrapado en la realidad. Y aquí es donde la utopía de la campaña comienza a salir a la luz. Pronto se dan cuenta que para gobernar, los gritos y las promesas por si solas no traen el éxito. Por el contrario, deben comunicarse y discutir políticas con aquellos que opinan diferente.
Sin embargo, si deciden que esa opción no es viable, y prefieren creer que "yo gané las elecciones, y ahora se debe hacer lo que yo digo", la estrategia que toman es otra: dar lugar a la lucha de clases.
Hugo Chávez es quizás el ejemplo más claro de esta estrategia, llamando constantemente a la destrucción de los ricos en su propio país, así como también promoviendo a través de una guerra asimétrica la destrucción de los valores occidentales, personificados en Estados Unidos.
Barack Obama, por su parte, ha elegido una variante a este enfoque, adaptado por supuesto a la realidad de Estados Unidos. Primero intentó convencer a aquellos que han trabajado duro para conseguir lo que tienen, que ganar dinero tiene algo de inmoral. Al no conseguirlo, comenzó una campaña agresiva contra el sector de mayor riqueza de su país, algo casi sin precedentes en Estados Unidos.
Apelando a su base, es decir, a aquellos americanos sin empleo y sin riqueza propia, les dijo que su situación no era en realidad su propia culpa, si no la culpa de los que más tienen. Les dijo al 40% de los americanos que no pagan impuestos y que reciben ayuda del Gobierno, que la culpa es del 2% de los americanos que pagan la mayor parte del presupuesto federal.
Estas ideas comunes de Hugo Chávez y Barack Obama, se unen ni más ni menos en la operación "Ocupar Wall Street".
El presidente Chávez, eufórico por las protestas, dijo que "este movimiento de indignación popular se ha expandido a 10 ciudades, la represión es terrible, no sé cuantos estarán presos ya".
Eva Golinger, la "representante" del chavismo en Estados Unidos, ha participado de las protestas diciendo que "ocupar Wall Street es la expresión de las frustraciones del pueblo estadounidense".
Esto no nos extraña viniendo de estas personas. Lo que sí llama la atención sin embargo, es escuchar a miembros del Partido Demócrata dando declaraciones similares.
Tanto el presidente Obama como la congresista Nancy Pelosi, han dicho que apoyan el mensaje enviado por los protestantes de que es el momento que las cosas cambien. Al mismo tiempo, existe evidencia creciente de la coordinación entre algunos sectores del Partido Demócrata y aquellos que guían las protestas en Wall Street.
Vemos así que tanto Chávez como Obama usan muchas veces los mismos métodos: usar a los ricos cuando les conviene, y acudir al populismo cuando las cosas se ponen difíciles.
Desafortunadamente para el presidente Obama, Estados Unidos no es Venezuela. En Estados Unidos, la mayoría de la población es gente de principios democráticos, que creen en el autogobierno y en el respeto de las libertades individuales y el imperio de la ley por sobre todas las cosas. El tipo de protesta en Wall Street, simplemente les asusta.
Esta es una mala noticia para los demócratas, estando tan cerca de las próximas elecciones presidenciales. Promoviendo la causa de los más radicales de la izquierda norteamericana, no hacen más que alejarse de la gran mayoría de los americanos que quieren seguir viviendo en paz.
Obama es sin lugar a dudas una gran decepción para aquellos americanos que creyeron en su discurso de "el cambio en el que podemos creer". La revolución de Obama, comienza a parecerse cada vez más a la revolución de Hugo Chávez, lo cual hace temblar a los estadounidenses.
Hoy, Estados Unidos necesita menos discurso de redistribución y odio a los ricos, y más de un liderazgo visionario acorde con los principios que hicieron a esta nación grande.
Esta nueva persona tiene por lo general una lengua hábil; una cantidad de promesas imposibles que de la mano de un discurso perfecto y palabras tales cómo "justicia social" o "redistribución de la riqueza", llegan a los oídos no solo de los más pobres, sino de gran parte de la sociedad. Lo que vendrá será un "cambio".
Pero cuando el líder populista llega al poder, se ve atrapado en la realidad. Y aquí es donde la utopía de la campaña comienza a salir a la luz. Pronto se dan cuenta que para gobernar, los gritos y las promesas por si solas no traen el éxito. Por el contrario, deben comunicarse y discutir políticas con aquellos que opinan diferente.
Sin embargo, si deciden que esa opción no es viable, y prefieren creer que "yo gané las elecciones, y ahora se debe hacer lo que yo digo", la estrategia que toman es otra: dar lugar a la lucha de clases.
Hugo Chávez es quizás el ejemplo más claro de esta estrategia, llamando constantemente a la destrucción de los ricos en su propio país, así como también promoviendo a través de una guerra asimétrica la destrucción de los valores occidentales, personificados en Estados Unidos.
Barack Obama, por su parte, ha elegido una variante a este enfoque, adaptado por supuesto a la realidad de Estados Unidos. Primero intentó convencer a aquellos que han trabajado duro para conseguir lo que tienen, que ganar dinero tiene algo de inmoral. Al no conseguirlo, comenzó una campaña agresiva contra el sector de mayor riqueza de su país, algo casi sin precedentes en Estados Unidos.
Apelando a su base, es decir, a aquellos americanos sin empleo y sin riqueza propia, les dijo que su situación no era en realidad su propia culpa, si no la culpa de los que más tienen. Les dijo al 40% de los americanos que no pagan impuestos y que reciben ayuda del Gobierno, que la culpa es del 2% de los americanos que pagan la mayor parte del presupuesto federal.
Estas ideas comunes de Hugo Chávez y Barack Obama, se unen ni más ni menos en la operación "Ocupar Wall Street".
El presidente Chávez, eufórico por las protestas, dijo que "este movimiento de indignación popular se ha expandido a 10 ciudades, la represión es terrible, no sé cuantos estarán presos ya".
Eva Golinger, la "representante" del chavismo en Estados Unidos, ha participado de las protestas diciendo que "ocupar Wall Street es la expresión de las frustraciones del pueblo estadounidense".
Esto no nos extraña viniendo de estas personas. Lo que sí llama la atención sin embargo, es escuchar a miembros del Partido Demócrata dando declaraciones similares.
Tanto el presidente Obama como la congresista Nancy Pelosi, han dicho que apoyan el mensaje enviado por los protestantes de que es el momento que las cosas cambien. Al mismo tiempo, existe evidencia creciente de la coordinación entre algunos sectores del Partido Demócrata y aquellos que guían las protestas en Wall Street.
Vemos así que tanto Chávez como Obama usan muchas veces los mismos métodos: usar a los ricos cuando les conviene, y acudir al populismo cuando las cosas se ponen difíciles.
Desafortunadamente para el presidente Obama, Estados Unidos no es Venezuela. En Estados Unidos, la mayoría de la población es gente de principios democráticos, que creen en el autogobierno y en el respeto de las libertades individuales y el imperio de la ley por sobre todas las cosas. El tipo de protesta en Wall Street, simplemente les asusta.
Esta es una mala noticia para los demócratas, estando tan cerca de las próximas elecciones presidenciales. Promoviendo la causa de los más radicales de la izquierda norteamericana, no hacen más que alejarse de la gran mayoría de los americanos que quieren seguir viviendo en paz.
Obama es sin lugar a dudas una gran decepción para aquellos americanos que creyeron en su discurso de "el cambio en el que podemos creer". La revolución de Obama, comienza a parecerse cada vez más a la revolución de Hugo Chávez, lo cual hace temblar a los estadounidenses.
Hoy, Estados Unidos necesita menos discurso de redistribución y odio a los ricos, y más de un liderazgo visionario acorde con los principios que hicieron a esta nación grande.
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