Sunday, October 23, 2011

El pulcro

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EL PULCRO

                                                                                         Enrique Viloria Vera


Tengo un galeno amigo que me comenta acerca de la neurosis de pulcritud de uno de sus connotados pacientes. Me dice que a pesar de lo que la gente piense y crea, su personaje es un apasionado de la limpieza desde su más celebrada adolescencia, cuando se imaginaba barriendo las bases en el Yankee Stadium.

Hoy más maduro, su paciente le expresa - en sus momentos de arrebatada  euforia - que lo que profundamente desea es limpiar al mundo de todos los males habidos y por haber, fruto de un malvado imperialismo culpable de todo lo que pasa en el universo, incluyendo las uñas encajadas de sus manos y de sus pies. Por esa razón, todas las semanas tiene en su despacho a su pedicure y a su manicure personal, no son las mismas por razones de elementa seguridad; gusta de uniformarlas  - tal como ha aprendido lejanos hermanos hoy en desgracia - las disfraza pues de lapa criolla para no caer en la tentación imperialita de vestirla de rosadas conejitas.

El paciente gusta de lavarse los dientes diez veces al día, para eso cuenta con su pasta de dientes elaborada con coca boliviana, enviada personal y  expresamente a sus aposentos oficiales, donde dispone -  como le corresponde por su alta condición – de esmerada asistencia internacional para cuidar de su sonrisa seductora y de su habla lapidaria.

Recientemente fue afectado por una dolencia desconocida, a pesar de que siempre decía que no era nada, se abstuvo de abrazar viejitas, de besar niñitas y de cantar a dúo con sus copladores favoritos. Sometido a un aséptico tratamiento personal en un piso de inaccesibles hospitales fue tratado sin que nadie conociera su mal, muchas especulaciones hubo.

Hoy, más repuesto, anda por Los Andes americanos repartiendo, besos, arrumacos y abrazos, lanza un grito en la Grita y en Bogota, luego de unas generosas gárgaras de Listerine, luego de haberse zambullido  en el mar de la felicidad. Imbuido del más limpio y cristalino amor se dirige, arrepentido de sucias penas, al deteriorado Monumento a la Virgen de Coromoto, para confesar sus innumerables pecados y buscar obtener la ansiada bendición de la tan reprochada  Iglesia.

El alto prelado católico, luego de escuchar la oportunista confesión, plena de citas del Sermón de la Montaña y del Eclesiastés, le espeta:

¡Usted no es un pulcro!

¡Usted es un sepulcro blanqueado!

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