Las encuestas están dando mayoría y el gobierno está en franca desintegración
RUTH CAPRILES | EL UNIVERSAL
jueves 27 de octubre de 2011 12:00 AM
Siempre hay pájaros de mal agüero. Moisés Naím y Pablo Medina han recientemente cumplido ese rol. Uno profetizando que el Presidente ganará las elecciones en el 2012; el otro que el cable submarino con Cuba está conectado con nuestras máquinas de votación.
Puede que tengan razón. Piensa mal y acertarás, decía la abuela. El problema es la profecía que se autocumple y uno se pregunta cuál es el interés en provocarla. Porque en realidad, lo que enseña la historia es que los eventos son producidos por la voluntad humana. Y la voluntad depende de la confianza que se tenga en el poder de nuestra acción en el mundo.
Si partimos de la creencia en el fracaso, poca voluntad tendremos para lograr la victoria. No es cuestión de mentir al elector. La mentira política tiene un límite en la indiferencia que termina produciendo.
Es cierto que manipulan los datos electorales, que ingresan votantes fantasmas y movilizan con los recursos públicos; que traen expertos matemáticos para alterar los resultados y que Cuba parece controlar todas nuestras bases de datos. Todo eso puede ser cierto. Como también que la pobreza espiritual de nuestra población nos hace preferir gobernantes que ofrecen regalos populistas que cultivan la mendicidad general. El petróleo ciertamente nos ha convertido en mendigos impotentes.
Pero los presagios de fracaso también cultivan la impotencia de la población. Todavía hay voluntad de libertad en Venezuela; todavía hay espíritu heroico suficiente para superar el handicap de una competencia desleal gubernamental. La trampa tiene el límite de los grandes números. No es cuestión de mentir sino de repetir lo obvio: cuanto mayor el número de creyentes en el éxito, menores posibilidades tendrán de torcer la voluntad de la mayoría. Cuanto mayor el número de voces que aporten confianza, menor importancia tendrán los agoreros. Esta no es una batalla imposible, ni siquiera difícil. Las encuestas están dando mayoría y el gobierno está en franca desintegración. Ahora es el momento.
Puede que tengan razón. Piensa mal y acertarás, decía la abuela. El problema es la profecía que se autocumple y uno se pregunta cuál es el interés en provocarla. Porque en realidad, lo que enseña la historia es que los eventos son producidos por la voluntad humana. Y la voluntad depende de la confianza que se tenga en el poder de nuestra acción en el mundo.
Si partimos de la creencia en el fracaso, poca voluntad tendremos para lograr la victoria. No es cuestión de mentir al elector. La mentira política tiene un límite en la indiferencia que termina produciendo.
Es cierto que manipulan los datos electorales, que ingresan votantes fantasmas y movilizan con los recursos públicos; que traen expertos matemáticos para alterar los resultados y que Cuba parece controlar todas nuestras bases de datos. Todo eso puede ser cierto. Como también que la pobreza espiritual de nuestra población nos hace preferir gobernantes que ofrecen regalos populistas que cultivan la mendicidad general. El petróleo ciertamente nos ha convertido en mendigos impotentes.
Pero los presagios de fracaso también cultivan la impotencia de la población. Todavía hay voluntad de libertad en Venezuela; todavía hay espíritu heroico suficiente para superar el handicap de una competencia desleal gubernamental. La trampa tiene el límite de los grandes números. No es cuestión de mentir sino de repetir lo obvio: cuanto mayor el número de creyentes en el éxito, menores posibilidades tendrán de torcer la voluntad de la mayoría. Cuanto mayor el número de voces que aporten confianza, menor importancia tendrán los agoreros. Esta no es una batalla imposible, ni siquiera difícil. Las encuestas están dando mayoría y el gobierno está en franca desintegración. Ahora es el momento.
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