12 Octubre, 2011
La historia repite una y otra vez un ciclo de conquistadores y conquistados, pueblos que someten a otros casi siempre con fines de posesión territorial. Los historiadores, que analizan desde la óptica académica tales acontecimientos, encuentran las razones para que unos pueblos sometan a otros. Lo que nadie hace es tratar de vengarse de hechos que sucedieron hace más de 500 años o torcer el curso de los acontecimientos al compás de la ideología o el gobierno de turno.Derribar estatuas y cambiar el nombre de una gesta histórica no cambia la historia en sí. Quienes intentan tan burda maniobra denotan extrema ignorancia y sus tachaduras en la página de la historia desaparecen tan pronto ellos hacen lo propio.
Cristóbal Colón, un oscuro navegante presuntamente genovés, tuvo la valentía y la perseverancia necesaria de lanzarse a lo desconocido en pos de una hazaña que muy pocos en su época se hubieran atrevido a intentar. Disminuir la importancia de Cristóbal Colón en la historia del hombre es negar que hay un antes y un después del descubrimiento formal y oficial de América, el Nuevo Continente.
El descubridor Colón
El hombre era tozudo como pocos. A los 14 años abandonó el seno familiar y se embarcó como marinero en su supuesta ciudad natal, el puerto de Génova en Italia, donde hoy lo reconocen como hijo dilecto de esa tierra. Navegó por el Mediterráneo, por África, por los mares del norte. Dicen que hasta se caso por interés con la hija del fundador de Madeira. El navegante tenía contacto con otros marineros que murmuraban que había una ruta más corta hacia el lejano oriente. Y todo era por dinero: de allá se traían especies y esencias que se vendían caras en el mercado europeo.
Colón jamás planteó navegar por esa tan desconocida como temida ruta por la gloria histórica. No, él pidió apoyo económico a las cortes portuguesa y española para que les financiasen sus expediciones, a cambio de regresar cargado de especies y riquezas. Además sometería a la Corona las tierras y hombres que encontrase en su camino. A cambio, por supuesto, de una tajada del botín y de los títulos de Almirante del Mar Océano y Virrey de los territorios colonizados. Todo apunta a que Colón había trazado su ruta basándose en mapas de un navegante portugués que extravió por una tormenta el curso de su nao y en lugar de seguir la ruta portuguesa de las especies hacia las indias orientales, que era bordeando el continente africano, terminó en lo que se cree un punto cercano al mar Caribe.
Se sabe además que Colón consultó los mapas del monje benedictino Andreas Walperger de 1448 y el de Enricus Martellus Germanus del año 1489, donde figuran las Indias Orientales que hoy conocemos como América; también conocía los trabajos de Toscanelli y de Juan de Mandeville. O sea, que Colón no era un hombre culto (se sabe por su deficiente escritura) pero sí era un informadísimo navegante y un osado lobo de mar, que buscó la experiencia de científicos y navegantes para determinar la redondez de la tierra y la ruta corta hacia las indias.
Después de pasar años de un lado para otro, buscando financiamiento para su gran expedición, fundamentadas razones debió aportar a la Reina Isabel la Católica para que ésta accediese a financiar la aventura. Ya Colón tenía 50 años de edad, que para una época en que la expectativa de vida era de 40 años, se trataba de una edad avanzada. Pero “el viejo” logró armar su viaje, que después de casi 40 días de navegación, avistó tierra en una isla que los nativos llamaban Guanahaní y que Colón rebautizó como San Salvador. Hoy se cree que es el islote Samana Cay, al sur de la isla Watlig, en las Bahamas.
Así que Colón, sin saberlo era el descubridor formal de un nuevo Continente (cosa que él murió sin saber) y un exitoso navegante. Lo que sí resulta grotesco es que más de 500 años después vengan a enmendarle la plana, diciendo que él era un sanguinario conquistador, masacrador de los heroicos indios que le hicieron resistencia. Esta versión no tiene asidero en documento alguno.
Colón y los indios
Colón nunca supo que se trataba de indígenas americanos. Creía que eran habitantes salvajes de las indias orientales, y por eso les llamó “indios”. Fray Bartolomé de Las Casas transcribió gran parte del diario del primer viaje escrito por el mismo Colón y así narra el navegante su primer encuentro con los indígenas.
“Yo, porque nos tuviesen mucha amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra santa fe con amor que no por fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con que tuvieron mucho placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas de los navíos adonde estábamos, nadando, y nos traían papagayos e hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otra cosas que nos les dábamos, como cuentecillas de vidrio y cascabeles. En fin, todo tomaban y todo daban de aquello que tenían de buena voluntad, mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andaban todos desnudos como su madre los parió, y también las mujeres, aunque no vi más que una, harto moza, y todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vi de edad de más de XXX años, muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras, los cabellos gruesos casi como sedas de cola de caballos y cortos.
Los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos detrás que traen largos, que jamás cortan. [Algunos] de ellos se pintan de prieto y ellos son del color de los canarios, ni negros ni blanco…, Ellos no traen armas ni la conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. No tienen algún fierro; sus azagayas son unas varas sin fierro y algunas de ellas tienen al cabo un diente de pez, y otras de otras cosas. Ellos todos a una mano son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vi algunos que tenían señales de heridas en sus cuerpos, y les hice señas qué era aquello, y ellos me mostraron cómo allí venía gente de otras islas que estaban cerca y les querían tomar y se defendían. Y yo creí y creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por cautivos. Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía. Y creo que ligeramente se harían cristianos, que me pareció que ninguna secta tenían. Yo, placiendo a nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi partida seis a Vuestras Altezas para que aprendan a hablar”.
En ninguna parte se registra que Colón quisiera matarles o diezmarlos. Les toma eso sí, por seres inferiores a los que hay que enseñar a hablar castellano y la fe cristiana. Y esto hay que verlo con la óptica de 1492, época de países que descubrían, conquistaban y colonizaban otras tierras y pueblos en nombre de Dios y de sus Reyes, época en que la Inquisición, las epidemias y las guerras diezmaban a los europeos, que desesperaban por huir a otros lares. Por eso las expediciones estaban llenas de aventureros, de soldados y gente de la más baja ralea a los cuales no se les podía pedir buen comportamiento.
Colón y sus hombres tenían un fin, llevar riquezas a España y hacerse ricos ellos. El Almirante transporta a la Corte a un grupo de indígenas, guacamayas, frutos exóticos, cosas que a los Reyes Católicos les resultasen llamativos. Y exageró sobre el descubrimiento de mucho oro en aquellas tierras. Apenas vio unas narigueras en los jefes de los taínos que poblaban las Bahamas. Pero necesitaba que sus Reyes pensaran que había llegado a la tierra prometida, que aportaría riquezas a la Corona, para que continuasen financiando sus expediciones.
Cristóbal Colón murió en Valladolid, después de conocer la gloria, el fracaso, la riqueza y la prisión, la fortuna y la humillación, catorce años después de haber puesto por vez primera un pié en este continente, que por esas injusticias históricas no se llama Colombia sino América, en honor no del Descubridor sino del cartógrafo Américo Vespucio.
De la Raza a la Resistencia
Los cálculos de diferentes autores establecen que en el siglo XVI, unos 400 mil pobladores indígenas ocupaban el territorio de lo que denominamos Venezuela. Este número se fue reduciendo no solo debido a la conquista, en la cual la violencia de la lucha entre tribus guerreras e invasoras cobró víctimas, sino también al impacto de las enfermedades infecciosas como la viruela y la sarampión traídas por los conquistadores, para las cuales la población indígena americana no poseía defensas naturales.
En los libros de historia la llegada de Colón al Nuevo Mundo se suele calificar como el “Descubrimiento de América” y el 12 de octubre se celebra en la mayoría de los países hispanoamericanos como el Día de la Raza, por ser la fecha que marca la unión de etnias diferentes. Así fue bautizado en Argentina desde 1917 y a esta denominación se unieron todos los demás países, hasta que en 1957 España lo rebautizó como Día de la Hispanidad. Su importancia es tal que el 12 de octubre es el Día Nacional de España y el Día de su Patrona, la Virgen del Pilar. Hasta Estados Unidos celebra ese día como “Columbus Day”.
En la conmemoración de los Quinientos años del Descubrimiento, se rebautizó el 12 de octubre como “El Encuentro de Dos Mundos”, en un intento de igualar conquistados y conquistadores y restañar las heridas de centurias. Pero en el año 2003 el Presidente de Venezuela lo declaró el “Día de la Resistencia Indígena”, hablando de genocidio y denostando del “español” que vino a masacrar a los dueños de estas tierras. Las reacciones no se hicieron esperar, unos cuantos vándalos derribaron la estatua de Colón que se hallaba en el Monumento del Paseo de la Plaza Venezuela, arrastrándolo casi hasta el Teresa Carreño; meses después el Presidente ordenó quitar la estatua del Almirante en el Calvario. Dijo que la iba a sustituir por estatuas de indios como Guacaipuro. Hasta ahora no se han remodelado las plazas, no se han colocado las estatuas y Colón sigue siendo un desterrado de la historia venezolana. El odio llegó a extremos tales de remover la copia de la nao Santa María que se encontraba en el Parque del Este para sustituirla por una réplica del Leander, el barco de Francisco de Miranda, lo cual tampoco se ha realizado.
El péndulo de la historia sigue en sube y baja y pronto llegará nuevamente al lugar de su partida, a poner orden en este exabrupto de historiadores aficionados, a colocar a Colón en su pedestal de Descubridor y a los indígenas en el suyo de Resistencia. Todos tienen cabida en este país donde ninguna raza predomina. Lo dijo Simón Bolívar en su Discurso de Angostura, en 1819: “Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos. La mayor parte del indígena se ha aniquilado, el europeo se ha mezclado con el americano y con el africano, y éste se ha mezclado con el indio y con el europeo. Nacidos todos del seno de una misma madre, nuestros padres, diferentes en origen y en sangre, son extranjeros, y todos difieren visiblemente en la epidermis; esta desemejanza trae un retrato de la mayor trascendencia”.
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