Mons. Baltazar Porras/ El Universal
sábado 22 de octubre de 2011 12:00 AM
Se cumplen en estos días 66 años del golpe de estado de octubre de 1945. La valoración del mismo varía según la trinchera desde donde se mire. De lo que no cabe la menor duda es que toda salida de fuerza, de facto, rompe de forma abrupta el orden jurídico existente y deja heridas en el conjunto social que no se sanan con facilidad. Queda pendiente el tema de la legitimidad, ya que en democracia, no es el parecer o actuación de unos pocos los que pueden arrogarse la voluntad del colectivo total.
Desde niño tengo el recuerdo familiar de un día de oración y de triste recuerdo. Uno de los dos alféreces mayores de la Escuela Militar que fallecieron ese día era mi tío paterno Teodardo Porras Porras. Entre sus compañeros de curso, que tomaron su nombre como epónimo de la primera promoción de 1946, estaban los generales Sucre Figarella y Bereciartu Partidas, quienes junto a su eterna novia Orailda y mis familiares mandaban a celebrar una misa para luego ir a depositar un ramo de flores en la tumba del Cementerio General del Sur.
En toda asonada caen los de abajo, los que son mandados a morir, porque los jefes se apertrechan bien, ganan o se rinden, pero quedan vivos. Pasan a la historia como héroes que se inmolan y de los que nadie se acuerda, sino sus seres queridos, quienes sufren el vacío irreparable de la pérdida de la vida, el don más preciado que tenemos los humanos.
Al paso del tiempo sigue presente la pregunta clave: ¿los golpes militares qué solucionan? ¿Hay golpes de estado "buenos" y otros "malos"? Crecer en civilidad y respetar la voluntad popular sigue siendo asignatura pendiente en la sociedad venezolana. Rogamos a Dios que los venezolanos sepamos transitar por la senda de la fraternidad y el amor, único humus fecundo del bien.
Desde niño tengo el recuerdo familiar de un día de oración y de triste recuerdo. Uno de los dos alféreces mayores de la Escuela Militar que fallecieron ese día era mi tío paterno Teodardo Porras Porras. Entre sus compañeros de curso, que tomaron su nombre como epónimo de la primera promoción de 1946, estaban los generales Sucre Figarella y Bereciartu Partidas, quienes junto a su eterna novia Orailda y mis familiares mandaban a celebrar una misa para luego ir a depositar un ramo de flores en la tumba del Cementerio General del Sur.
En toda asonada caen los de abajo, los que son mandados a morir, porque los jefes se apertrechan bien, ganan o se rinden, pero quedan vivos. Pasan a la historia como héroes que se inmolan y de los que nadie se acuerda, sino sus seres queridos, quienes sufren el vacío irreparable de la pérdida de la vida, el don más preciado que tenemos los humanos.
Al paso del tiempo sigue presente la pregunta clave: ¿los golpes militares qué solucionan? ¿Hay golpes de estado "buenos" y otros "malos"? Crecer en civilidad y respetar la voluntad popular sigue siendo asignatura pendiente en la sociedad venezolana. Rogamos a Dios que los venezolanos sepamos transitar por la senda de la fraternidad y el amor, único humus fecundo del bien.
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