JORGE LINARES ANGULO | EL UNIVERSAL
martes 18 de octubre de 2011 12:00 AM
Chávez nos ha hecho tanto daño que una gran parte de la población ansía su salida con una esperanza afectada por la inquietud. Es decir, una esperanza dubitativa, distinta a la abroquelada por la fe. Y es así porque el sectarismo del socialismo autoritario o comunista y la perversidad que comporta hacen temer cualquier trampa, ocurrencia aviesa o temeridad.
Lo anterior lo digo por las encuestas que han salido recientemente dándole a Chávez un repunte en su popularidad. El promedio de ésta ronda en torno al 59%, pero es en sentido estricto una valoración de la imagen del Presidente y no de su gestión. Vista la continua protesta existente en el país en múltiples sectores, es de necios deducir que la población venezolana valore positivamente una gestión tan desastrosa. Todo indica que el alza en la valoración de la imagen se debe a un cruce de tres factores: 1) la vinculación emocional que el Presidente ha logrado prender en la gente más sencilla, 2) el manejo astutamente mediático de la enfermedad que lo aqueja, y 3) la idiosincrásica y proverbial compasión del pueblo venezolano. Chávez pareciera que prefiere sacrificar su salud antes que arriesgar el poder y por eso se exhibe alegando mejoría, a pesar de un aspecto físico que lo contradice, en un intento de lograr ventaja política, como en efecto la ha logrado.
Luis Vicente León, en su artículo del pasado domingo 9, explicaba cómo Chávez ha mejorado su popularidad pero esta no es idéntica a la intención de voto. Las cifras que cuentan son las relacionadas con esta intención y en ellas el Presidente tiene un 40% de respaldo -lo cual es aún un buen "average"- pero también un 60% de rechazo, es decir, de votantes que no desean su continuidad en el gobierno.
Un gobernante puede tener aceptación como reconocimiento de prácticas que en determinados momentos se consideraron beneficiosas, pero al mismo tiempo desaprobación para seguir en ejercicio. Fue, por ejemplo, lo que ocurrió con Churchill al término de la II Guerra Mundial: el pueblo inglés reconocía el brillante desempeño que el Primer Ministro tuvo en ese terrible conflicto pero consideró que no era conveniente que continuara en el poder y por eso lo derrotó electoralmente justo en el año en que concluía la guerra. Mutatis mutandis, algo similar ocurre con Hugo Chávez: parte apreciable de la población le reconoce algunas mociones de carácter social que en la intención han sido plausibles, aunque defectuosas en lo concreto, pero, in crescendo desde 2007, considera que ya ha ejercido suficientemente y debe cesar en la presidencia. Esto se refuerza con el principio de alternabilidad inmanente al hábito democrático desarrollado por los venezolanos, no sólo por los 40 años de vida democrática, sino por la evolución histórica en la que el país ha pugnado contra el autoritarismo y el militarismo. De allí que las encuestas deben verse con ánimo sereno. Lo digo por muchos que sienten flaquear su esperanza cuando leen o escuchan encuestas donde el impenitente Jefe Único sale favorecido. Venezuela se desangra, se desarticula, se hunde, y una aplastante mayoría lo padece y desea vehementemente un cambio. En estos momentos hay una encuesta simbólica, la de la imagen presidencial, causada por los factores arriba señalados; y hay una real, mayoritaria, la de la reprobación y el cambio. Por ello los ciudadanos debemos acudir en masa a la cita del 12 de febrero y en masa también, despejado el horizonte, a la decisiva del 7 de octubre.
Lo anterior lo digo por las encuestas que han salido recientemente dándole a Chávez un repunte en su popularidad. El promedio de ésta ronda en torno al 59%, pero es en sentido estricto una valoración de la imagen del Presidente y no de su gestión. Vista la continua protesta existente en el país en múltiples sectores, es de necios deducir que la población venezolana valore positivamente una gestión tan desastrosa. Todo indica que el alza en la valoración de la imagen se debe a un cruce de tres factores: 1) la vinculación emocional que el Presidente ha logrado prender en la gente más sencilla, 2) el manejo astutamente mediático de la enfermedad que lo aqueja, y 3) la idiosincrásica y proverbial compasión del pueblo venezolano. Chávez pareciera que prefiere sacrificar su salud antes que arriesgar el poder y por eso se exhibe alegando mejoría, a pesar de un aspecto físico que lo contradice, en un intento de lograr ventaja política, como en efecto la ha logrado.
Luis Vicente León, en su artículo del pasado domingo 9, explicaba cómo Chávez ha mejorado su popularidad pero esta no es idéntica a la intención de voto. Las cifras que cuentan son las relacionadas con esta intención y en ellas el Presidente tiene un 40% de respaldo -lo cual es aún un buen "average"- pero también un 60% de rechazo, es decir, de votantes que no desean su continuidad en el gobierno.
Un gobernante puede tener aceptación como reconocimiento de prácticas que en determinados momentos se consideraron beneficiosas, pero al mismo tiempo desaprobación para seguir en ejercicio. Fue, por ejemplo, lo que ocurrió con Churchill al término de la II Guerra Mundial: el pueblo inglés reconocía el brillante desempeño que el Primer Ministro tuvo en ese terrible conflicto pero consideró que no era conveniente que continuara en el poder y por eso lo derrotó electoralmente justo en el año en que concluía la guerra. Mutatis mutandis, algo similar ocurre con Hugo Chávez: parte apreciable de la población le reconoce algunas mociones de carácter social que en la intención han sido plausibles, aunque defectuosas en lo concreto, pero, in crescendo desde 2007, considera que ya ha ejercido suficientemente y debe cesar en la presidencia. Esto se refuerza con el principio de alternabilidad inmanente al hábito democrático desarrollado por los venezolanos, no sólo por los 40 años de vida democrática, sino por la evolución histórica en la que el país ha pugnado contra el autoritarismo y el militarismo. De allí que las encuestas deben verse con ánimo sereno. Lo digo por muchos que sienten flaquear su esperanza cuando leen o escuchan encuestas donde el impenitente Jefe Único sale favorecido. Venezuela se desangra, se desarticula, se hunde, y una aplastante mayoría lo padece y desea vehementemente un cambio. En estos momentos hay una encuesta simbólica, la de la imagen presidencial, causada por los factores arriba señalados; y hay una real, mayoritaria, la de la reprobación y el cambio. Por ello los ciudadanos debemos acudir en masa a la cita del 12 de febrero y en masa también, despejado el horizonte, a la decisiva del 7 de octubre.
No comments:
Post a Comment