Manuel Malaver
Creo que si es doloroso ver a un ser humano sufriendo de una enfermedad que puede significarle la pérdida de intereses vitales para su proyecto de vida, peor es contemplarlo en el proceso de simular que no le pasa nada, que a lo sumo es afectado por males pasajeros que en absoluto interferirán en sus planes y que pronto lo veremos en su mejor papel: empeñando guerras, ganando batallas, y decidido a recuperar los ímpetus que por algún capricho del destino le fueron, por instantes, arrebatados.
Síndrome que corrientemente afecta a superhéroes de la política, a semidioses propensos a transmitir la idea de que, aparte de intocables, son inmortales, y para quienes la enfermedad o la desgracia son accidentes irrelevantes que pueden amenazar a otros, menos a ellos, por lo que, si lo impensable sucede, pues nada como pasar semanas, meses o años diciendo que se trata de una invención de enemigos que quieren por sobre todas las cosas, verlos bajo tierra.
De ahí la importancia de ocultar los diagnósticos, de no permitir que por ningún respecto se filtren al público, de convertirlos en auténticos secretos de estado, y llegado el caso en que tengan que salir de juego o morir, pues mantenerlos “vivos” aunque sea llevando sus cadáveres disfrazados de guerreros a los campos de batallas (como cuentan que sucedió en la España de la reconquista con el Cid Campeador), o recrea Akiro Kurosowa en un film inolvidable, “Kagemusha”, con aquel guerrero Shingen del Japón medioeval a quien sus seguidores buscaron un doble para extenderle la vida por los tres años que se necesitaban para ganar una guerra.
O sea que, en cualquiera de los casos, importan también el intereses de los seguidores del guerrero enfermo o fallecido, pues es evidente que sin su presencia “viva”, “palpitante” y “actuante”, sus posibilidades de permanencia en el poder se acortan, reducen, y esfuman, por lo que ellos también se convierten en coadyuvantes del extraño fenómeno de “Vida después de la muerte”.
Todos estos atisbos -que no reflexiones-, se me han escapado siguiendo el “juego de softbol” que convocó el presidente Chávez en los patios de Miraflores el jueves pasado, y que, como todo los que lo seguimos pudimos concluir, se trataba más bien de la presentación de “un certificado de salud”, o de “una fe de vida”, antes que unos inings que son siempre agradables en un pasatiempo en que ha descollado en los últimos años en la “Selección Nacional” la serpentinera, Mariangee Bogado.
Si ustedes recordarán, Chávez, lucía atuendo deportivo softbolero, con guante en su derecha y pelota en la izquierda (es zurdo), con bates, petos y caretas rodando por el piso, y unos presuntos compañeros de equipo (un general, Izarra, Maduro) al parecer llegados para la competencia, pero, como vivimos después, “amaestrados” para ofrecer testimonios de que Chávez sí está sano, vivo y puede jugar softbol.
No fue lo que hizo, sin embargo, la mañana del jueves en los patios de Miraflores, pues inmediatamente se rodeó de los corresponsales de la prensa nacional e internacional, llamó a fotógrafos, camarógrafos y grabadores de audio, y, sin que mediaran preguntas, la agarró contra los que andan “pregonando que estoy enfermo y me estoy muriendo, que me quedan pocas semanas o meses de vida, y que debería más bien estar haciendo testamento para ver que les dejó a mis herederos y colaboradores más cercanos”.
Y ¡ay! de los reporteros como Andreina Flores de Radio Francia, RCN de Colombia y del semanario “Sexto Poder” de Caracas que se atrevieron a insinuarles que se centrará en el tema de explicarle al país cuál era el tipo de cáncer que padece, sí de verdad está reaccionando bien a las quimioterapias, o si era cierto o falso que le han provocado complicaciones.
Lanzamiento hacia el jon que sin duda alguna sacó de concentración al bateador Chávez, quien valiéndose del poder que le permite violar hasta las simples reglas de un juego de softbol, llamó al utility, Andrés Izarra, para que le respondiera, y el cual, como es su costumbre, antes que batear, la emprendió a insultos contra la serpentinera Flores.
Y sin tomar en cuenta que se trataba de un juego de softbol masculino y no femenino, y que en aunque la lanzadora fuera Mariangee Bogado, había que bajar las habilidades del bateador para jugar limpio.
Pero no es en lo que creen Chávez, Izarra y los players de la revolución, que volvieron a ofrecer otra demostración de los abusos que se cometen a diario en Venezuela contra la libertad de expresión, porque, primero Izarra y después Chávez, la emprendieron contra una comunicadora que estaba haciendo su trabajo y debía aprovechar la oportunidad para informar a su teleaudiencia y lectores qué es lo que pasa en realidad con la salud del presidente.
Fue acusada de introducirse “ilegalmente” en la rueda de prensa que llamaron “juego de softbol” para boicotear al presidente, de burlarse de él y sus ministros a través del twitter y de estar haciendo preguntas y entrometiéndose en los asuntos del gobierno con segundas intenciones.
Total, que la oportunidad para suspender los dos encuentros (el de la prensa y el del softbol), se armara un barullo y periodistas y jugadores se fueran a sus casas y sitios de trabajo, y para que, como sucede desde hace tiempo con las declaraciones del presidente Chávez, quedaran más preguntas que respuestas:
Por ejemplo: ¿Qué hace el presidente Chávez después de sus telegráficas reuniones con los medios y con sus seguidores? ¿Reposa, hace ejercicios, duerme, o asiste a la continuidad de sus tratamientos o a ceremonias santeras? ¿Por qué han desaparecido las cadenas de 3 o más horas, y los “Aló presidente”? ¿Y qué sucede que, por lo general, no asiste a los Consejos de Ministros, y por qué fueron suspendidos sus viajes al exterior o al interior del país?
¿No son los síntomas o actitudes de una persona enferma, con un panorama incierto de su salud, con un diagnóstico de cáncer que lo obliga a cuidarse y no a andar engañándose a sí mismo ni a los demás y que más bien debería estar guardando el reposo y siguiendo las indicaciones sin los cuales es imposible que vuelva a ser el que fue?,
¿Se ha planteado el presidente que en Venezuela sus adversarios ni nadie están apostando a su desaparición física ni en la vida política ni en la biológica, y que más bien lo sienten necesario para que el país mantenga el mínimo de estabilidad que aún le queda, y esté presente, en carne y hueso, para entregarle la banda presidencial al hombre que los sustituirá en febrero del 2013?
Creemos que no, que Chávez sigue anclado en el pasado en que se pensaba venía a liderar una revolución continental, que su proyecto le traería bienestar a los millones de venezolanos en situación de pobreza crítica y que problemas de extrema gravedad como la inseguridad, la corrupción y el colapso de los servicios públicos conocerían algún alivio durante su gobierno.
No, han empeorado, y por eso pienso que la muerte política del presidente Chávez hace tiempo que ocurrió, y que para que él mismo pueda sentirlo y convencerse de que es así, es necesario que esté vivo, muy vivo.//
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