En: http://www.noticierodigital.com/2011/10/carlos-andres-perez-in-memoriam-2/
Antonio Sánchez García
Hubiera preferido otra muerte”
Carlos Andrés Pérez, 20 de mayo de 1993
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Este 6 de octubre de 2011 llega a su fin uno de los más tristes episodios de la desventurada historia de un país que una vez fuera grande, libre y poderoso, isla de democracia en un archipiélago de dictaduras: los funerales de Carlos Andrés Pérez, muerto en el destierro, como tantos de sus predecesores. Un episodio que irrumpiera brutalmente en nuestras vidas un 4 de febrero de 1992 abriendo de un solo tajo las heridas centenarias causadas por nuestras reiteradas auto mutilaciones, y que un esfuerzo ininterrumpido conducido por nuestros líderes mayores lograra sellar a la salida de la dictadura de otro oficial golpista, el general de ejército Marcos Pérez Jiménez. Para empujarnos cuarenta años después, por ese acto de lesa patria, a soltar por la borda nuestras mejores certidumbres, echándonos en brazos de la irracionalidad, la deslealtad, la traición y la barbarie.
No es un sepelio cualquiera aquel al que asistiremos los venezolanos este próximo 6 de Octubre. Mientras aún después de casi veinte años del nefando acontecimiento usurpan los altares del Poder los conspiradores causantes directos de su virtual asesinato político y de la sistemática devastación de la república liberal democrática que entonces se precipitara a su naufragio. Sin que aquellos compañeros de ruta que coadyuvaron al homicidio moral de la víctima – desde los medios, los tribunales, el parlamento, los partidos y la misma sociedad civil – hayan hecho fe de auto crítica práctica por su culposo comportamiento.
Es el sepelio de un estadista que fue castigado por intentar torcer el destino de una Nación habituada a vivir parasitando de la renta petrolera, incapaz de asumir el costo necesario en trabajo y responsabilidad individual para llegar a ser una sociedad productiva, cuya riqueza descanse en el esfuerzo y el talento de sus hombres. Proyecto que de no haber sido incomprendido y aviesamente fracturado a partir del 4F, nos hubiera situado al día de hoy a la vanguardia del desarrollo y la modernidad en la región.
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Carlos Andrés Pérez, arrojado, polémico y contradictorio, fue un hombre que intentó uno de los más difíciles cometidos existenciales de un gran político: corregir los errores de su pasado y tratar, vana, ilusoriamente, de llevar a la práctica un gobierno que, contrariando la voluntad popular que lo eligiera en la esperanza de volver a escamotear los desafíos del futuro, y la complicidad de medios y partidos, hiciera lo que era imperativo hacer ante la grave crisis política, económica y social que ya entonces, y por lo menos desde el nefasto Viernes Negro, pusiera a Venezuela al borde de este abismo. Hacer lo que la sensatez y el sentido común recomendaban: sincerar la economía, situarnos a nuestra verdadera altura para iniciar la refundación de la República, hacer lo que una sana y secular tradición económica recomienda: taparnos hasta donde alcanzaba la cobija. Ya dramáticamente recortada por los graves errores de políticas populistas, clientelares y demagógicas. Políticas fiscales y alcabalas estatistas que, más preocupadas por afianzar el dominio cautelar de los mandatarios de turno que poner orden en la casa, habían agotado nuestros recursos y puesto la nación al borde de la bancarrota. ¿U olvidaremos que al momento de asumir su segundo mandato las bóvedas del Banco Central se encontraban prácticamente exhaustas?
Esa sensatez, que la estulticia imperante – la misma que sirviera luego al golpismo criollo de carburante para su delirante, estéril y devastadora vuelta al mundo en 10 mil días – bautizara de “neoliberal”, lo llevó a comprender que de no torcer las taras del comportamiento existencial del venezolano – a la que él mismo, he allí la tragedia, contribuyera de manera fundamental empañando otras notables ejecutorias de su anterior gobierno – terminaríamos hundidos en el pantanal de la tiranía, el despilfarro y la mutilación. De allí sus proféticas palabras al evaluar su propia desgracia: “Espero que esta crisis sirva para iniciar una rectificación nacional de las conductas que nos precipitan a impredecibles situaciones de consecuencias dramáticas para la economía del país y la propia vigencia del sistema democrático.” Y su sombrío pronóstico de un crítico futuro para Venezuela por esta absurda, – digámoslo sin ambages -, canallesca, mezquina y miserable decisión sin precedentes en nuestra historia de humillar a un mandatario a meses de concluir su mandato constitucional e iniciar el proceso de demolición de nuestro frágil sistema democrático más por rencores y odios cainitas del establecimiento político que por necesidades del proceso histórico mismo. Sirviendo objetivamente al torvo propósito del asalto al Poder por parte de las fuerzas más retrógradas y reaccionarias de la Nación.
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Han transcurrido veinte largos y tormentosos años desde esos trágicos acontecimientos. Pero se equivoca quien crea que el caso Carlos Andrés Pérez, su vida, sus ejecutorias y su proyecto de país son agua pasada y que más vale dar vuelta la página en bien de la unidad nacional. Ni el proyecto de modernización y liberalización de nuestra economía ha perdido una gota de vigencia ni la irresponsabilidad política que lo empujaran a él y al país al abismo de la anarquía y la disgregación han perdido el control de la Nación. Se equivoca quien crea que las causas que llevaron a su infamante defenestramiento no siguen determinado el comportamiento de hombres, partidos y personalidades. Que siguen aprisionados por el temor a enfrentar la verdad y hacer con coraje, con lucidez y con valentía lo que la historia nos demanda. El populismo, el estatismo y el clientelismo siguen siendo la fuente nutricia de quienes consideran, pervirtiendo con ello el sentido mismo de la democracia, que para ascender en la escala del poder se requiere del engaño, la promesa, la adulación y la complicidad. Y que antes de emular a los grandes líderes que asumieron sus países al borde de la catástrofe prometiendo esfuerzos, sangre, sudor y lágrimas, prefieren seguir arando en el mar del populismo y la seducción, no la emancipación, de las mayorías.
De allí la inmensa trascendencia de recibir sus restos, despojarlos de la nebulosa que aún los envuelven y airear las heridas que acabaron con su vida. Los responsables de nuestra tragedia siguen dominando el país y sus cómplices acechando en los claroscuros del Poder. Seguimos esgrimiendo puñales. Llegó la hora de reconocer nuestras faltas, de asumir con grandeza la corrección de nuestros errores y de reencontrarnos asumiendo nuestra historia con límpida sinceridad. O sucumbiremos baja la admonición de George Santayana: quien olvida el pasado, corre el riesgo de repetirlo.
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