ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL
martes 4 de octubre de 2011 12:00 AM
La leyenda cuenta como un día alguien le preguntó a Carlos Andrés Pérez, cuestionando su irrefrenable tendencia a la hiperactividad, cuándo se detendría un poco para tomar un respiro y concederse algo de descanso. Rápido, sin vacilaciones, cómo si tuviera la respuesta preparada, Pérez le espetó: "¿No cree usted que ya tendré tiempo de sobra con el descanso eterno?".
A diez meses de su muerte podríamos decir, retando lo que parecía un impelable presagio que Pérez se equivocó. La frase no resultó profética, ni mucho menos y perseguido hasta el más allá por una vida sobresaltada, hasta ahora no ha podido dar cumplimiento al deseado destino de todo difunto: descansar en paz.
Quizás lo logre a partir del momento en que sus restos sean depositados en suelo venezolano, pero no estamos seguros de que sea así porque la historia da cuenta del ajetreo al cual se han visto sometidos personajes de tan avasallante personalidad que, lejos de someterse al olvido progresivo provocado por su desaparición, desatan todo tipo de pasiones y siguen influyendo en una realidad que ya no es la suya.
Si en vida CAP fue sujeto del más enconado odio por parte de adversarios que iban desde la ultraizquierda, pasando por su propio partido y haciendo escala en las paradas más insólitas de la abominación, hasta llegar a la ultraderecha, también es verdad que ningún presidente de la era democrática (pese a la aparente dificultad de engarzar su cultura andina con la nacional venezolana) despertó mayor fervor y apoyo popular.
Guerrero y tozudo, una y otra vez pasó de la gloria al descrédito más absoluto para resucitar políticamente, caer de nuevo y volver a empezar. Fatalmente, al final se impuso el odio y la confabulación del más variopinto movimiento desestabilizador lo aventó del poder, del cual se fue sin oponer mayor resistencia, luego de un grave trastorno social (27F, dos asonadas militares y una campaña inmisericorde). Ahora, a casi 20 años del alzamiento militar que logró derrocarlo en cámara lenta, muchos de quienes en su momento participaron en lo que él llamó "un golpe constitucional" reivindican el proceso de descentralización administrativa, la democratización del sistema político y un modelo económico que debieron aplicar sus sucesores luego de haber sido sus más inclementes críticos.
La impronta de CAP resulta evidente, sobre todo porque los frutos tan amargos que produjeron su caída aún nos los estamos comiendo. Ya lo dijo él para equivocarse una vez más: "un político sólo está muerto cuando tiene un metro de tierra encima". Parece que ese, por ahora, no es su caso y su regreso definitivo al país despierta viejos y nuevos fantasmas. Con todo, sólo nos queda desearle que, por fin, descanse en paz.
A diez meses de su muerte podríamos decir, retando lo que parecía un impelable presagio que Pérez se equivocó. La frase no resultó profética, ni mucho menos y perseguido hasta el más allá por una vida sobresaltada, hasta ahora no ha podido dar cumplimiento al deseado destino de todo difunto: descansar en paz.
Quizás lo logre a partir del momento en que sus restos sean depositados en suelo venezolano, pero no estamos seguros de que sea así porque la historia da cuenta del ajetreo al cual se han visto sometidos personajes de tan avasallante personalidad que, lejos de someterse al olvido progresivo provocado por su desaparición, desatan todo tipo de pasiones y siguen influyendo en una realidad que ya no es la suya.
Si en vida CAP fue sujeto del más enconado odio por parte de adversarios que iban desde la ultraizquierda, pasando por su propio partido y haciendo escala en las paradas más insólitas de la abominación, hasta llegar a la ultraderecha, también es verdad que ningún presidente de la era democrática (pese a la aparente dificultad de engarzar su cultura andina con la nacional venezolana) despertó mayor fervor y apoyo popular.
Guerrero y tozudo, una y otra vez pasó de la gloria al descrédito más absoluto para resucitar políticamente, caer de nuevo y volver a empezar. Fatalmente, al final se impuso el odio y la confabulación del más variopinto movimiento desestabilizador lo aventó del poder, del cual se fue sin oponer mayor resistencia, luego de un grave trastorno social (27F, dos asonadas militares y una campaña inmisericorde). Ahora, a casi 20 años del alzamiento militar que logró derrocarlo en cámara lenta, muchos de quienes en su momento participaron en lo que él llamó "un golpe constitucional" reivindican el proceso de descentralización administrativa, la democratización del sistema político y un modelo económico que debieron aplicar sus sucesores luego de haber sido sus más inclementes críticos.
La impronta de CAP resulta evidente, sobre todo porque los frutos tan amargos que produjeron su caída aún nos los estamos comiendo. Ya lo dijo él para equivocarse una vez más: "un político sólo está muerto cuando tiene un metro de tierra encima". Parece que ese, por ahora, no es su caso y su regreso definitivo al país despierta viejos y nuevos fantasmas. Con todo, sólo nos queda desearle que, por fin, descanse en paz.
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