ÁXEL CAPRILES M. | EL UNIVERSAL
jueves 3 de noviembre de 2011 12:00 AM
Respeto y dignidad son dos de las palabras más frecuentes en la retórica de la revolución bolivariana, copia exacta de la mueca oratoria de Fidel Castro, mil veces nombrado adalid y símbolo de la dignidad nacional. Llama entonces la atención cómo los defensores del decoro y del honor han podido inducir tanta sumisión e indignidad en la población venezolana, en los empleados públicos, en los contratistas, en los dueños de los canales de radio y televisión, en los periodistas de los medios del Estado. Porque la autocensura es mucho más indigna que la anuencia y el silencio impuestos por la censura y la coacción. Al igual que la adulación, la autocensura rebaja y degrada a su actor. Como señaló Pío Gil, autor de Los Felicitadores, uno de los más ácidos críticos del gobierno de Cipriano Castro, el despotismo y el servilismo caminan frente a frente, se producen recíprocamente como círculo vicioso de causa y efecto. "Si no hubiera déspotas, no habría serviles; si no hubiera serviles, no habría déspotas".
Pío Gil habló de un apocamiento del carácter que había producido un "periodismo en manos de los ganapanes" y una "política en mano de los explotadores" donde "la vileza se premia tanto como se castiga la altivez". La autocensura plantea un dilema ético nada fácil de resolver porque significa la elección entre el sacrificio de principios o la aniquilación. Habría que estar en los pantalones de empleado público que necesita su trabajo para mantener a su familia o del dueño de medios que se ve en la imagen de Radio Caracas Televisión para poder entender el duro conflicto al que los enfrenta el poder. El despido de Marta Colomina y la conversión al chavismo de la emisora Actualidad no son más que el último capítulo de un largo y paulatino proceso en que los garfios del poder atraviesan la garganta de la gente forzándola a la elección entre la autocensura o la muerte. Es el tema de la novela de Ayn Rand, La rebelión de Atlas, que se resuelve con el mensaje central de la resistencia: si no hay quien obedezca, no hay mando.
Pío Gil habló de un apocamiento del carácter que había producido un "periodismo en manos de los ganapanes" y una "política en mano de los explotadores" donde "la vileza se premia tanto como se castiga la altivez". La autocensura plantea un dilema ético nada fácil de resolver porque significa la elección entre el sacrificio de principios o la aniquilación. Habría que estar en los pantalones de empleado público que necesita su trabajo para mantener a su familia o del dueño de medios que se ve en la imagen de Radio Caracas Televisión para poder entender el duro conflicto al que los enfrenta el poder. El despido de Marta Colomina y la conversión al chavismo de la emisora Actualidad no son más que el último capítulo de un largo y paulatino proceso en que los garfios del poder atraviesan la garganta de la gente forzándola a la elección entre la autocensura o la muerte. Es el tema de la novela de Ayn Rand, La rebelión de Atlas, que se resuelve con el mensaje central de la resistencia: si no hay quien obedezca, no hay mando.
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