JOSÉ MAYORA | EL UNIVERSAL
viernes 4 de noviembre de 2011 12:00 AM
La política y sus operadores tienden a vincularse con el pueblo a través de promesas y profecías, las que se espera se cumplan pues en ellas hay un bienestar implícito. En ambos casos se corren riesgos, pues no es sencillo profetizar acerca del comportamiento de un conglomerado tan amplio como puede ser una determinada sociedad, amén de que puede ser muy peligroso cuando el profeta proyecta sus propios deseos. La promesa compromete más la responsabilidad del prometedor, quien asume un compromiso de lograr cosas que, normalmente, no dependen de él.
Un ambiente propicio para la exacerbación de promesas y profecías son las épocas electorales, en las que hay que entusiasmar a todo un pueblo para que recompense con su voto siempre y cuando lo profetizado o lo prometido sea deseado por los destinatarios del discurso. Cabe también la perversión de que promesas y profecías recojan lo que cada quien quiere escuchar, independientemente que se hagan los esfuerzos para lograrlo.
El momento que vive Venezuela es propicio para que profetas y prometedores sientan la tentación de dar rienda suelta a su imaginación, en cuyo caso vale la pena preguntarse, ¿en qué se basan estos actores para sus aseveraciones? Sin necesidad de indagar en las profundidades del conocimiento académico, el contexto actual, la realidad existente, los hechos cotidianos, deben ser la fuente inspiradora de las profecías y las promesas.
El gran profeta del oficialismo ha tenido algunas visiones: dentro de 30 años Venezuela será una potencia; tendremos un hombre nuevo; todos seremos iguales; todos tendremos vivienda. Tengo dudas razonables acerca de la viabilidad de tales ideas en el actual contexto-país: cada día emigran más jóvenes en busca de horizontes más promisorios, es decir al descapitalizarnos restamos soporte y recursos humanos a las tareas de la construcción nacional; cada día nuestra dependencia petrolera es mayor; cada vez producimos menos; cada día se desarticula más el sistema productivo; cada día las estadísticas nacionales son menos confiables.
En el otro extremo, la sociedad democrática inscribió los aspirantes a candidato de la oposición a través del mecanismo de las primarias. Cada uno de ellos ha estructurado su discurso en torno a una idea nuclear que pretende dar un sello personal a su oferta: "progreso", "una mejor Venezuela", "capitalismo popular", "reconstrucción nacional", "empleo de calidad", "gobierno para todos", "rescate de los valores", "combate a la inseguridad".
En lo que a mí respecta no tengo motivos para descalificar ninguna de esas ideas las que son, por definición y contenido, inobjetables. Mi preocupación es el punto de partida, es decir el país en el cual estas cosas se van a realizar. Me cuesta creer que los líderes aspirantes desconozcan el país en el cual les tocara dar cumplimiento a sus promesas, sin embargo, los discursos parecen partir de un país donde están dadas todas las condiciones para que ellas se cumplan con cierta celeridad y sin obstáculos.
Mucho me temo que no es así y que aparte de ofrecer lo que todos queramos que se logre, también se debe hablar de cuán grave es la situación del país y cuánto tenemos que aportar en sacrificios, renuncias y tiempos de espera para que tengamos país nuevamente dentro de 30 años.
Así será de grave la situación que los que hoy en día han conformado un bloque unitario, en condiciones normales serían competidores por el poder.
Un ambiente propicio para la exacerbación de promesas y profecías son las épocas electorales, en las que hay que entusiasmar a todo un pueblo para que recompense con su voto siempre y cuando lo profetizado o lo prometido sea deseado por los destinatarios del discurso. Cabe también la perversión de que promesas y profecías recojan lo que cada quien quiere escuchar, independientemente que se hagan los esfuerzos para lograrlo.
El momento que vive Venezuela es propicio para que profetas y prometedores sientan la tentación de dar rienda suelta a su imaginación, en cuyo caso vale la pena preguntarse, ¿en qué se basan estos actores para sus aseveraciones? Sin necesidad de indagar en las profundidades del conocimiento académico, el contexto actual, la realidad existente, los hechos cotidianos, deben ser la fuente inspiradora de las profecías y las promesas.
El gran profeta del oficialismo ha tenido algunas visiones: dentro de 30 años Venezuela será una potencia; tendremos un hombre nuevo; todos seremos iguales; todos tendremos vivienda. Tengo dudas razonables acerca de la viabilidad de tales ideas en el actual contexto-país: cada día emigran más jóvenes en busca de horizontes más promisorios, es decir al descapitalizarnos restamos soporte y recursos humanos a las tareas de la construcción nacional; cada día nuestra dependencia petrolera es mayor; cada vez producimos menos; cada día se desarticula más el sistema productivo; cada día las estadísticas nacionales son menos confiables.
En el otro extremo, la sociedad democrática inscribió los aspirantes a candidato de la oposición a través del mecanismo de las primarias. Cada uno de ellos ha estructurado su discurso en torno a una idea nuclear que pretende dar un sello personal a su oferta: "progreso", "una mejor Venezuela", "capitalismo popular", "reconstrucción nacional", "empleo de calidad", "gobierno para todos", "rescate de los valores", "combate a la inseguridad".
En lo que a mí respecta no tengo motivos para descalificar ninguna de esas ideas las que son, por definición y contenido, inobjetables. Mi preocupación es el punto de partida, es decir el país en el cual estas cosas se van a realizar. Me cuesta creer que los líderes aspirantes desconozcan el país en el cual les tocara dar cumplimiento a sus promesas, sin embargo, los discursos parecen partir de un país donde están dadas todas las condiciones para que ellas se cumplan con cierta celeridad y sin obstáculos.
Mucho me temo que no es así y que aparte de ofrecer lo que todos queramos que se logre, también se debe hablar de cuán grave es la situación del país y cuánto tenemos que aportar en sacrificios, renuncias y tiempos de espera para que tengamos país nuevamente dentro de 30 años.
Así será de grave la situación que los que hoy en día han conformado un bloque unitario, en condiciones normales serían competidores por el poder.
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