ANTONIO A. HERRERA-VAILLANT | EL UNIVERSAL
jueves 3 de noviembre de 2011 12:00 AM
La tenaz y persistente obsesión de algunos por arrastrar a sus naciones hacia conflictos sociales suma-cero -con permanente cuestionamiento a cuantos generan riqueza y bienestar- suele escudarse en estribillos sobre una supuesta "justicia social" en que el mero uso de la palabra "justicia" conlleva una venenosa connotación de juicios, culpables y castigos.
Sus embates contra casi todo quien o cuanto haya tenido una buena medida de éxito en la vida hacen caso omiso al caudal de evidencia que demuestra que las desigualdades sociales nacen de condiciones no imputables a la mayoría de los más afortunados.
En casi todo el siglo XX esos implacables enemigos del éxito ajeno solían cobijarse bajo la bandera de "izquierdas". Ahora, ante el inocultable fracaso de todas esas formulas -socialismo, nacionalsocialismo o comunismo- sus resentimientos toman nuevos disfraces.
Se podrán llamar "ecológicos", o "verdes"; "progresistas"; y aun "inconformes", pero a pesar de los tontos útiles que generalmente ponen la cara, por detrás de todo suele ocultase el mismo perro rabioso y resentido -con distinto collar- que traduce fracasos personales en luchas contra todo lo que signifique logro positivo.
Ningún país parece inmune a los cantos de sirena de quienes penetran los mecanismos de la democracia para destruirla desde adentro.
Ahora se hizo con la Alcaldía de Bogotá un hábil y elocuente exguerrillero: Gustavo Petro, portando un recién inventado "progresismo" -con apenas un mero tercio de los votos- fundamentalmente debido al torpe sectarismo de quienes le enfrentaron fragmentados, unos más empeñados en pasar facturas al expresidente Uribe que en el futuro de su país.
Su discurso triunfal, cuajado de justificaciones no muy solapadas a la anterior trayectoria, claramente dejó ver su verdadera intención: usar el trampolín Bogotá para conquistar el escenario nacional. En eso apenas tuvo disimulo, incluso con alusiones a temas netamente internacionales como el reciente TLC con Estados Unidos.
Si bien el electo apenas mostró poca uña, mucho más sinceros resultaban sus seguidores que -para no dejar dudas- coreaban vetustas consignas originadas en La Habana allá por los años 60: "Petro, amigo, el pueblo está contigo".
Fidel, decano del odio, podría cobrar derechos intelectuales por aquel manido estribillo.
Colombia, mil veces víctima sangrienta de la confrontación, deberá tener suficiente fuerza institucional, experiencia, y sobre todo suspicacia para evitarse sorpresas -porque el contagio se pega; aun en donde se creen vacunados.
Sus embates contra casi todo quien o cuanto haya tenido una buena medida de éxito en la vida hacen caso omiso al caudal de evidencia que demuestra que las desigualdades sociales nacen de condiciones no imputables a la mayoría de los más afortunados.
En casi todo el siglo XX esos implacables enemigos del éxito ajeno solían cobijarse bajo la bandera de "izquierdas". Ahora, ante el inocultable fracaso de todas esas formulas -socialismo, nacionalsocialismo o comunismo- sus resentimientos toman nuevos disfraces.
Se podrán llamar "ecológicos", o "verdes"; "progresistas"; y aun "inconformes", pero a pesar de los tontos útiles que generalmente ponen la cara, por detrás de todo suele ocultase el mismo perro rabioso y resentido -con distinto collar- que traduce fracasos personales en luchas contra todo lo que signifique logro positivo.
Ningún país parece inmune a los cantos de sirena de quienes penetran los mecanismos de la democracia para destruirla desde adentro.
Ahora se hizo con la Alcaldía de Bogotá un hábil y elocuente exguerrillero: Gustavo Petro, portando un recién inventado "progresismo" -con apenas un mero tercio de los votos- fundamentalmente debido al torpe sectarismo de quienes le enfrentaron fragmentados, unos más empeñados en pasar facturas al expresidente Uribe que en el futuro de su país.
Su discurso triunfal, cuajado de justificaciones no muy solapadas a la anterior trayectoria, claramente dejó ver su verdadera intención: usar el trampolín Bogotá para conquistar el escenario nacional. En eso apenas tuvo disimulo, incluso con alusiones a temas netamente internacionales como el reciente TLC con Estados Unidos.
Si bien el electo apenas mostró poca uña, mucho más sinceros resultaban sus seguidores que -para no dejar dudas- coreaban vetustas consignas originadas en La Habana allá por los años 60: "Petro, amigo, el pueblo está contigo".
Fidel, decano del odio, podría cobrar derechos intelectuales por aquel manido estribillo.
Colombia, mil veces víctima sangrienta de la confrontación, deberá tener suficiente fuerza institucional, experiencia, y sobre todo suspicacia para evitarse sorpresas -porque el contagio se pega; aun en donde se creen vacunados.
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