Oponerse es algo sumamente fácil, pero acá nos gusta llevarle la contraria al mundo
CLODOVALDO HERNÁNDEZ | EL UNIVERSAL
viernes 18 de febrero de 2011 12:00 AM
Venezuela no cesa de ofrecer temas para tesis de grado, maestrías o doctorados en Politología. Vean esta perla, a guisa de ejemplo: ahora tenemos una oposición que no arranca.
Es alucinante, fascinante, escalofriante, desafiante. ¿Por qué? Pues, porque el no arrancar es un mal que se atribuye corrientemente a los gobiernos, no a las oposiciones. Se supone que gobernar es complicadísimo y, en cambio, oponerse es algo sumamente fácil, que no requiere de ningún talento especial. Pero acá nos gusta llevarle la contraria al mundo, desmontar axiomas, cambiar paradigmas, diría un sociólogo barbudo. Y es así que tenemos una oposición que, antes de cumplir dos meses en ejercicio de sus funciones parlamentarias, ya está accidentada en el hombrillo, con el capó levantado. Mosca, pongan el triángulo de seguridad a una distancia prudente.
La novedad del asunto es lo que lo hace tan noticiable y digno de análisis. En Venezuela hemos tenido gobiernos que tardaron en arrancar; algunos que no arrancaron nunca y otros que arrancaron de retroceso y se fueron por Tazón pa' bajo. Pero una oposición con problemas de encendido es un asunto completamente nuevo. ¿Qué están esperando, estudiantes de Ciencia Política?... agarren ese mango bajito.
La desastrosa salida en falso de la bancada mesounitaria ha sido de lo más frustrante para el electorado antichavista, ése que tenía ya cinco años sin representación y que a finales de 2010 se hizo ilusiones desproporcionadas, como aquella de "¡Ahora vamos por ti, Chávez!", que fanfarronearon algunos veteranazos de la política. No es de extrañar que llamen a los programas más globovistos para exigirles a sus propios diputados que comiencen de una buena vez a mover... esas ruedas. Alguien, por favor, que les preste unos cables de auxiliar.
La gente de la oposición, los votantes del 26 de septiembre, se desesperan porque pasan los días y aún ninguno de sus extraordinarios líderes ha logrado algún éxito claro, digno de llamarse tal. "Al menos en 2001, Julio Borges y sus amigos soltaron un cochinito en el hemiciclo... No fue una cosota así que se diga, genial, pero para ser una travesura de muchachos de Primero Justicia, estuvo bien", me comenta Elba Quiroz, chismosa parlamentaria de todas las épocas y experta en vehículos y otros entes que prenden empujaos.
Ya es un chiste generalizado ése que dice que sólo hay algo que hace más bulla que un carro viejo: un diputado nuevo. Cuando pronunció esa frase, el poeta Andrés Eloy Blanco no hubiese podido concebir la idea de unos diputados nuevos que ni bulla hacen porque -como suele ocurrirle a los carros viejos- se les pega el bendix del motor de arranque. Rápido, una grúa y un buen electroauto.
Es alucinante, fascinante, escalofriante, desafiante. ¿Por qué? Pues, porque el no arrancar es un mal que se atribuye corrientemente a los gobiernos, no a las oposiciones. Se supone que gobernar es complicadísimo y, en cambio, oponerse es algo sumamente fácil, que no requiere de ningún talento especial. Pero acá nos gusta llevarle la contraria al mundo, desmontar axiomas, cambiar paradigmas, diría un sociólogo barbudo. Y es así que tenemos una oposición que, antes de cumplir dos meses en ejercicio de sus funciones parlamentarias, ya está accidentada en el hombrillo, con el capó levantado. Mosca, pongan el triángulo de seguridad a una distancia prudente.
La novedad del asunto es lo que lo hace tan noticiable y digno de análisis. En Venezuela hemos tenido gobiernos que tardaron en arrancar; algunos que no arrancaron nunca y otros que arrancaron de retroceso y se fueron por Tazón pa' bajo. Pero una oposición con problemas de encendido es un asunto completamente nuevo. ¿Qué están esperando, estudiantes de Ciencia Política?... agarren ese mango bajito.
La desastrosa salida en falso de la bancada mesounitaria ha sido de lo más frustrante para el electorado antichavista, ése que tenía ya cinco años sin representación y que a finales de 2010 se hizo ilusiones desproporcionadas, como aquella de "¡Ahora vamos por ti, Chávez!", que fanfarronearon algunos veteranazos de la política. No es de extrañar que llamen a los programas más globovistos para exigirles a sus propios diputados que comiencen de una buena vez a mover... esas ruedas. Alguien, por favor, que les preste unos cables de auxiliar.
La gente de la oposición, los votantes del 26 de septiembre, se desesperan porque pasan los días y aún ninguno de sus extraordinarios líderes ha logrado algún éxito claro, digno de llamarse tal. "Al menos en 2001, Julio Borges y sus amigos soltaron un cochinito en el hemiciclo... No fue una cosota así que se diga, genial, pero para ser una travesura de muchachos de Primero Justicia, estuvo bien", me comenta Elba Quiroz, chismosa parlamentaria de todas las épocas y experta en vehículos y otros entes que prenden empujaos.
Ya es un chiste generalizado ése que dice que sólo hay algo que hace más bulla que un carro viejo: un diputado nuevo. Cuando pronunció esa frase, el poeta Andrés Eloy Blanco no hubiese podido concebir la idea de unos diputados nuevos que ni bulla hacen porque -como suele ocurrirle a los carros viejos- se les pega el bendix del motor de arranque. Rápido, una grúa y un buen electroauto.
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