Luis García Mora
La imagen de esta semana es la de María
Corina Machado quien, contra las cuerdas, se enfrenta a los micrófonos y
al régimen. A este régimen que considera una dictadura, una autocracia
fascista y totalitaria que la hostiga, que la persigue sin cuartel. Y
que cuando la acosa y asedia (y hasta intenta triturarla política y
jurídicamente una y otra vez), a uno no le queda más remedio que aceptar
que sí, que se está ante la coraza institucional de una dictadura.
Uno no puede más que sentir, aparte de cierta sorpresa y extrañamiento, una profunda admiración hacia ella.
Y se le ve tan sola, a pesar de la vasta
porción de país que la respeta. Sin nada parecido a un partido
histórico o finalmente consolidado, sin el respaldo honesto del resto de
la dirigencia de oposición entre la que (quiérase o no) se destaca.
Ahí. Recordándonos siempre al otro líder, preso por opinar y protestar,
Leopoldo López. Y a los alcaldes y a los estudiantes que también están
presos.
Ahí.
Como la juez Afiuni y a los tantos
venezolanos a quienes se les ha violado sus derechos fundamentales y que
por la impunidad que reina en Venezuela, que la proyecta hacia un
desastre institucional y humano como el del México de hoy, sus agresores
no fueron ni han sido llevados a juicio.
Jamás.
Never.
Ahí está.
En esa fotografía de El Nacional de este viernes, ante este país de fin de año que se ofrece al observador triste, como imagen cinematográfica congelada.
No hay un político aquí que haya recibido una campaña en su contra más severa que María Corina en ¿diez?, ¿doce años?
Tan sistemática. Tan despiadada.
Y uno la ve. Ahí. En la foto,
advirtiéndole corajudamente a Cabello, a Maduro, al PSUV y a los
poderosos personeros de la justicia del régimen que no, que no hay
peligro de fuga, que acudirá el miércoles 3 de diciembre ante la Fiscal
para responder ante la obscena acusación de magnicidio.
Una imputación tan rocambolesca… porque, ¡por Dios!, ¿quién va a atreverse a atentar contra Maduro?
Y no porque ello resulte imposible (en
esta Venezuela “nuestra” tanto a usted como a mí, o a cualquiera, por
más protegido que se sienta, algún idiota armado le puede llegar), sino
porque eso existe solamente en cabezas de mentalidad totalitaria.
Esa región que no es “lo nuestro”.
¿Quien mantiene en su cabeza rebotándole
fatigosamente desde todos los rincones de su mente la palabra
“magnicidio”? Pues un magnicida.
¿A quiénes más en nuestra historia
reciente se les metió en la cabeza el 4 de Febrero de 1992 intentar
asesinar a un Presidente electo por el voto directo, secreto y universal
del pueblo venezolano, como lo fue Carlos Andrés Pérez?
Después de salvarse impunemente de esa jugada, al presidente Chávez se le aparecía un magnicida en cada rincón. En cada esquina.
Nadie, salvo a un incauto dentro del
radicalismo de un régimen como éste, tan plano y militar, podría creerse
una acusación tan destemplada como ésta.
Y entonces uno se pregunta: ¿por qué?
¿Qué tiene esta mujer que es capaz de levantar tanta arrechera, tanta
inquina, tanto rencor en la gente de este Gobierno? ¿De este Partido?
¿De este régimen?
¿Para potencialmente inhabilitarla políticamente de acceder a la Asamblea de nuevo?
¿Porque no agarra escarmiento ni da un paso atrás ni para ganar impulso?
Porque eso es lo que francamente está ocurriendo y lo que al parecer le está rompiendo los bloques del motor a esta dirigencia.
La única entre tanta oposición
(parlamentaria y no parlamentaria) en cantarle las cuarenta en su cara a
Hugo Chávez (el “Expropiar es robar” de aquel 13 de enero de 2012).
Algo tan impensable entonces por aquel Chávez tan arrogante,
visiblemente molesto pero contenido.
La única dirigente venezolana con los
guáramos para sentarse en la Casa Blanca con un presidente de Estados
Unidos tan despreciado y en el fondo admirado por Chávez como Bush, aun
al riesgo de lo que simbolizaba y simboliza ese innegable vínculo de
ella: el vínculo, para esta claque política tan mostrenca con esta política tan odiada.
Aunque potencia “odiada” sólo
ideológicamente, y de la boca para afuera. Pues a la hora de la verdad
en cuanto pueden los de la cúpula se largan con toda la familia y sus
amigos, y hasta con la suegra hasta allá, a disfrutar, en cualquier
Falcon YV2726 del Estado, como si efectivamente fueran los propietarios
de las naves.
¿Quisieran que huyera y se convirtiera
en prófuga de una “justicia” que la imputa de un delito tan colosalmente
grande únicamente por hacer “suposiciones” como dicen sus abogados, por
expresiones contenidas en unos correos cuya falsedad ha sido puesta en
evidencia por Google que consideró que eran “forjados”, y de esa manera
confirmar, sustentar su papel en este sainete político que busca
descalificarla todavía más?
Seguro.
¿Un mensaje grato para el chavismo fanático? ¿Radical? ¿En estos momentos de menguada popularidad?
Pero resulta que no. La mujer se mantiene y los desafía.
Ahí.
Y los remata con su mantra político
nacional: “Me cobran, me persiguen, me hostigan, porque digo (con todas
sus municiones y ovarios, sí) que esto es una dictadura. Y estoy aquí”.
Ahí. Sí. Inconmovible como un roble en la tormenta. Inexorable. Dura.
Y uno piensa que hay en ella algo evidente: no está en esta situación (en la política) por la inmanencia. Está por la trascendencia. Y contra eso no pueden ni el chavismo ni la propia oposición, que la miran mudos.
Ni por plata, ni por hambre ni por viajar: por la trascendencia.
¡Y es ésa una condición política tan
firme, tan poderosa, en esta Venezuela de tanta conducta
intrascendente! Y en este juego de poder tan objetivamente planteado
para que resuelva en las antípodas, que en algún momento este pulso
estable, bien sujeto, constante, podría ser determinante en alguna
jugada.
Una mujer honesta con un capital moral.
Y con algo que sobresale o despide por los poros esta imagen actual sin atribularse o mostrar preocupación o sufrimiento: vigencia. Una palabra que emana del latín y que está configurada por tres partículas: el verbo vigere, que se puede aceptar como “tener vigor”. La partícula –nt-, que es equivalente a “agente”. Y finalmente el sufijo –ia-,
que significa “cualidad”. Es decir: cualidad de vigente. Algo que está
en vigor y que permite nombrar a aquello que resulta actual o que tiene
buen presente. Eso que todavía cumple con sus funciones más allá del
paso del tiempo.
Eso que en esta mujer a sus enemigos revienta.
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