FREDDY LEPAGE
En alguna fecha –aún no determinada– del año próximo se realizarán las
elecciones para renovar los representantes a la Asamblea Nacional. Dadas las
especiales circunstancias actuales, ellas representan un gran reto tanto para
la oposición como para el oficialismo, es decir, para tirios y troyanos. Por
primera vez, existen una serie de elementos de incertidumbre a ser
considerados, que complican los posibles escenarios y predicciones.
Un hecho cierto es que el régimen no las tiene todas consigo, antes
bien, hay nubarrones que oscurecen el panorama y le ponen más difícil la
posibilidad de salir airosos, aun cuando –a menos que se forme una fuerte
presión político-social de reclamo– seguirán contando con un Consejo Nacional
Electoral sumiso, sesgado, con mayoría indiscutible de rectores chavistas uña
en el rabo, bien sean estos seleccionados en la Asamblea Nacional –para lo cual
necesitan acordarse con los diputados de los partidos de la MUD–, o utilizando
el artificio de la omisión legislativa por parte del Parlamento, establecida en
la Constitución Nacional, para que sea el Tribunal Supremo de Justicia el
encargado de designar los nuevos integrantes.
Ambas posibilidades, para los sectores opositores son caminos
culebreros, llenos de obstáculos y trapisondas, habida cuenta de la poca –por
no decir ninguna– disposición de Maduro y su cúpula gobernante a llegar a
acuerdos mínimos para nombrar a venezolanos que cumplan con los requisitos
establecidos en la carta magna, a los efectos de obtener un organismo rector
imparcial y autónomo, tal como ocurre en cualquier país que se precie de tener
una democracia decente.
Amén de lo anterior, el gobierno juega a la abstención utilizando el
control casi absoluto de los medios de comunicación en poder del Estado y de
los “privados” que siguen, a pie juntillas, las líneas oficialistas. Además,
cuentan con mecanismos de desinformación, intimidación y chantaje, para tratar
de doblegar el entusiasmo de una sociedad que se resiste a vivir bajo el
autoritarismo militar reinante. Una abstención que, sin lugar a dudas, rayaría
en resignación ante unos supuestos hechos cumplidos de antemano, como si la
política fuese un proceso lineal marcado por un destino manifiesto. De ser esto
cierto, no se hubiera desintegrado como un castillo de naipes la Unión
Soviética y no hubiesen ocurrido eventos históricos tan importantes como la
caída del infame Muro de Berlín, ambos parte de una misma ecuación.
Cuando
una sociedad, cuando una mayoría determinante, se decide a romper las cadenas,
no hay fuerza que pueda detener esa poderosa voluntad colectiva. En fin, aunque
el tiempo pasa con vertiginosa velocidad, aún queda mucha tela que cortar de
lado y lado. Todavía el juego no está definido para adentrarse en un futuro que
la terca realidad podría cambiar y, quizás, solo quizás, las condiciones de las
parlamentarias podrían favorecer a los sectores democráticos que, durante 15
años no han dado su brazo a torcer, mostrando una fe de carbonero a toda
prueba. La profunda crisis existente en todos los órdenes de la vida nacional
puede servir de catalizador democrático, si el gobierno no metaboliza la
lectura de las aspiraciones del colectivo reflejadas en los sondeos de opinión.
Vía El Nacional
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