En: http://www.lapatilla.com/site/2014/11/27/william-anseume-presidente-democrata-en-las-universidades/
William Anseume
El proyecto de destrucción (es la palabra empleada por el exrector de
la UCV, Luis Fuenmayor Toro, en el título y el contenido de un reciente
artículo, que referiré brevemente más adelante, sobre la
“transformación” del IVIC en otra cosa) de las universidades por parte
de este gobierno luce indetenible.
No son solo las urgencias económicas en la que las sume. De todos es
sabido que el presupuesto cada año se hace más deficitario, casi hasta
la extinción, para luego ir complementando con risibles y manipulables
alcances financieros que asfixian hasta el exterminio cercano a nuestras
casas de estudio. Son también los suelditos de miseria que percibimos
los docentes y las imposibilidades que tenemos de desarrollar con mínima
dignidad vital nuestras labores de docencia, extensión e investigación,
más los cargos de representación o de gerencia, alta, media y baja que
debemos detentar. Esto que está propiciando cada vez con mayor énfasis
la diáspora de nuestros docentes e investigadores por el mundo, como
gitanos deambulando en busca de un sustento, de una vida vivible, de
dignidad, que los rescate de las distintas miserias que aquí se sufren.
Nuestro presidente obrero lanzó una más de sus tantísimas perlas,
producto de su desconocimiento abismal casi de todo: “… tenemos que
democratizar el ingreso a las universidades autónomas”. ¡Democratizar!
Obviamente desconoce la palabra. Las palabras, digamos. “Autonomía”.
“Universidad”. No le lucen ningunos de los términos. Tal vez el de
“tenemos” o el de “ingreso” esté a su alcance de lo ignoto. Y el “que”.
Pero lo fundamental no. Empecemos por democracia y aquello que en
política es el pueblo en el gobierno. ¿Qué tendrá que ver ese término
con el ingreso de quienes estén preparados para acudir a estos templos
del saber? Sigamos: autonomía, como ese no depender. Universidad: en
cuanto tiene de universal, de plural. Quizá quiso decir, interpreto, que
todos, quienes saben y quienes no, quienes deben y quienes no, deben
entrar por la libre a las universidades. ¿Quién estaría de acuerdo con
eso que va en consonancia propicia y limitante con el detestable estado
actual de la educación, especialmente pública en casi todos los niveles,
especialmente de primaria y secundaria?
Habría desde luego que preguntarse y preguntarle: ¿Son universidades
las instituciones de educación “superior” no autónomas? ¿Tienen acaso
alguna esencia democrática? ¿En qué las beneficia su no-autonomía? Son
lugares de determinismos cansones, autócratas en todo y plenos de
imposiciones, especialmente gubernativas.
Si de verdad se procurara su autonomía, el Estado debería propiciar,
alentar, intensificar, la libertad académica. Esto implicaría no imponer
nada, nada, si es que logra entenderse esa palabra: nada, en ella,
sobre todo por parte de aquellos que la ignoran, como no sea por haber
visto de lejos, tal vez en helicóptero, alguno de sus edificios o
pasillos o por haber escuchado algún cuento interesado y malsano acerca
de su (s) funcionamientos (s).
El texto de Luis Fuenmayor acerca de la destrucción del IVIC
manifiesta toda la calamidad que los universitarios tenemos que soportar
con el gobiernito del acabamiento: “… Se perseguirá al conocimiento
científico y tecnológico y a quienes estén preparados para su búsqueda”.
Ya esa persecución comenzó hace mucho, en el mundo universitario, en la
educación toda. A este gobierno no le interesa que avance el
conocimiento porque ello significaría labrar su destrucción como
proyecto político miserabilizador de los miserables.
No me queda duda alguna, como se ha dicho hasta la saciedad, desde
que dio inicio este despropósito gubernamental, junto con el siglo: son
enemigos acérrimos de las universidades y, por ende, de los
universitarios. Busquemos las maneras, sí, democráticas, de acabarlos o
acabarán con nosotros, si no lo internalizamos en nuestras conciencias,
en nuestra vida rutinaria, en nuestro hacer y hacer ver, estaremos
entonces todos: nación, pensadores, intelectuales, profesores e
instituciones, sí, acabados.
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