Leandro Area
Solemos repetir que la política es la ciencia y el arte del poder, a lo
que deberíamos agregar que es también y necesariamente, la ciencia y el arte
del no poder. Al ser efímera esa pasión humana y por lo tanto perecedera y
cambiante, es moneda que la suerte, la astucia o la constancia pondrán entre
tus manos, así como tus errores dejaron escapar a manos de otro. Ya lo ha dicho
mejor Constantino Cavafis en su poema “El dios abandona a Antonio”.
Por ello es que hay que meterle el diente e insistir en el tema siempre
resbaladizo de por qué los actores de ese farragoso territorio que hoy llamamos
“la oposición democrática” en Venezuela, no ha asumido con sincera humildad y
compromiso social, más allá de tan delirantes y chimborazos egos, el tema de la
unidad que en nuestro caso es lo más cercano al sentido común.
Porque está claro que este modelo de país ya fracasó y hay que
reconstruirlo y ello pasa ineludiblemente por salir del gobierno, lo cual no es
una condición suficiente pero sí al menos un requisito necesario. Ahora sí que
entendemos por qué andamos siempre empezando de cero.
Y si estas afirmaciones anteriores son compartidas por muchos, y así
parece serlo, cuáles son entonces las razones profundas que impiden que esto se
cristalice, y quién o cuáles circunstancias tendrían que aparecer además de las
actuales para poner en marcha, en un solo sentido, a los descarrilados trenes
que hoy conforman la oposición venezolana. El no haber podido hasta ahora, ese
aún, debería alborotar la conciencia de tanta ambición desgastada durante
quince años de sequía.
Porque está claro que con el fulano socialismo hundieron al país, lo
envilecieron y no solo por razones económicas sino sobre todo, por encima de
cifras y estadísticas, por que convirtieron a la gente, a eso que llaman
pueblo, en mazacote pedigüeño de dádivas, en bululú lejano a la ciudadanía y
extrañado al progreso que la auto conciencia regala al que se ofrece
a los bienes de la educación, la cultura y la sensibilidad sin
cortapisas.
Ganar las elecciones legislativas que se asoman debiera ser un sano
ejercicio de cordura, de supervivencia, de responsabilidad democrática si se
quiere, frente a un electorado opositor que ansía con vehemencia una línea de
acción electoral con posibilidades reales de triunfo y no el batiburrillo de
opciones dispersas que se desgastan entre sí y que ya ni nombro por espacio o
cansancio.
Pongámonos en sintonía pues, las razones parecen de anteojito. Abramos
las agallas y las mentes, fijémonos ese objetivo de cordura entre las fauces de
nuestra pasión y ambición democráticas puesto que lo que tenemos por
delante es una dictadura que crece y avanza frente a un sentimiento
mayoritario de descontento que patalea, se esconde, se cansa o mimetiza con lo
que nunca jamás quisimos ser: un país invadido por la vergüenza y la parálisis.
Si otros
pudieron, por qué nosotros no. Hasta cuándo caribes petrolíferos, indios
diluidos sin caciques ilustrados.
Vía El Nacional
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