La caída de los precios del petróleo pondrá a tambalear al chavismo en 2015. El legado de Chávez mostrará su verdadero rostro el próximo año. Porque pensar que la cotización del crudo es, en sí misma, un Plan de la Patria es actuar con mentalidad de ludópata y no de estadista. El azar también puede traicionarnos. O, como decía Pérez Alfonzo, no se puede confiar el futuro de un país a los mimos de la Providencia.
Por Gloria M. Bastidas.-
El chavismo pagará una cuenta muy alta en 2015. El fracaso estrepitoso del modelo ideado por Chávez tendrá —ya las tiene— serias consecuencias económicas, políticas y sociales. Eso ya lo estamos viendo. Se llama inflación galopante. Se llama escasez. Se llama destrucción del aparato productivo. Se llama megadevaluación. Pero lo apreciaremos mejor el próximo año, el año que viviremos en peligro. Notaremos entonces con más claridad cuál es el gran legado de Chávez: haber atado el destino del país a un juego de dados. Porque pensar que la cotización del crudo es, en sí misma, un Plan de la Patria es actuar con mentalidad de ludópata y no de estadista. El azar también puede traicionarnos. El azar no es una política de Estado.
Cierto, Chávez no ha sido el único presidente que se ha abrazado al petróleo guiado por el pensamiento mágico. Por la leyenda de El Dorado. También cometieron ese error sus predecesores. Pero la gran diferencia está en que ninguno de ellos se dedicó a aniquilar al sector privado, que es el que, con su participación en eso que llaman Producto Interno Bruto, puede atenuar el enorme golpe que significa para una economía como la nuestra la caída del rubro que la mantiene en pie. Chávez se convirtió en el ángel exterminador de los empresarios y de las empresas. Y ahora pagaremos las consecuencias. En 2015, los chavistas sabrán con qué se come el legado. El dedo índice de los venezolanos (que en 2015 son votantes: las parlamentarias están encima) apuntará hacia el PSUV.
Hay que recordar que Chávez se montó en el poder con la misma promesa de muchos: la de superar la economía rentista. Pero ¿cómo puede superar el rentismo un movimiento político que ve en el sector privado a un enemigo mortal? Y esto no es palabrería: los estatutos del PSUV dicen taxativamente que la organización es marxista. Así que a un proyecto que ve de este modo a los empresarios, que anula la iniciativa privada, que se convierte en el Drácula de la productividad, no le queda otra que refugiarse en la renta petrolera. De algo tiene que vivir ese Estado revolucionario. Y vive y ha vivido del maná. De la lluvia de petrodólares. Pero la felicidad comienza a languidecer. Porque es más ficción que realidad.
Pero ¿cómo puede superar el rentismo un movimiento político que ve en el sector privado a un enemigo mortal?
Y aquí es cuando uno recuerda aquellas palabras de Juan Pablo Pérez Alfonzo, el fundador de la OPEP. En un artículo publicado en la revista Resumen en octubre de 1978, y titulado Venezuela se acerca a la debacle, Pérez Alfonzo dice: “Toda explotación de un recurso no renovable tiene una curva de producción que primero asciende hasta cierto punto para luego descender inevitablemente. La declinación observada en el [precio del] petróleo nacional es, de consiguiente, algo que teníamos que esperar, no obstante imaginarios mimos de la Providencia”.
Esos mimos de la Providencia son los mismos dados a los que apostó Chávez. Lo alertó muy temprano Uslar Pietri con su escrito Sembrar el petróleo. Lo alertó luego Pérez Alfonzo. Chávez hablaba de Pérez Alfonzo, pero ¿lo habrá leído realmente?
Hay un párrafo del artículo publicado en Resumen que no tiene desperdicio: “Con nuestra experiencia, que podemos remontar hasta el interesado desarrollismo de Guzmán Blanco, con ilusorios ferrocarriles que nunca llegaron a funcionar económicamente por no haberlos planificado con la sensatez y el cuidado para evitar caer en las garras de la expoliación extranjera, con el padecimiento de aquel endeudamiento que culminó en el bloqueo de 1902, resulta inexplicable que, al encontrar al fin ‘El Dorado del petróleo’, nada hubiésemos aprendido del pasado. Y quizás todavía más inexplicable, y que ni siquiera la experiencia del despilfarro de la riqueza petrolera anterior a 1974, tampoco sirviera para evitar despeñarnos desde la cima de la nueva montaña de oro obtenida bajo la égida de la OPEP”.
Pérez Alfonzo no pudo siquiera imaginar que la montaña de oro desde la cual se despeñaría el chavismo (tampoco pudo imaginar al chavismo) llegaría a la bicoca de un millón de millones de dólares. ¿Podemos suponer cómo habría sido su cólera al ver al país hundido en ese excremento del diablo por la irresponsabilidad de sus gobernantes?
La profecía del arquitecto de la OPEP se cumple palmo a palmo. Venezuela, otra vez, se acerca a la debacle. Y ahora con el añadido de que el aparato productivo está en el suelo. Eso, desde luego, aumentará las dimensiones de la tragedia. Una tragedia que le costará muy cara al PSUV en términos de gobernabilidad y en términos electorales. Una tragedia que puede significar su desalojo del poder porque seguramente será objeto de un ajuste de cuentas. El chavismo se llevará todas las culpas. Ha manejado las arcas con criterio manirroto y, además, se ha decantado por un proyecto decadente.
La revolución ha contado con unos precios del petróleo astronómicos (en 2012, por ejemplo, el promedio fue de 103, 46 dólares: comparemos eso con los 11,44 dólares que promedió el precio en 1998, el año que Chávez gana las elecciones por primera vez, y tendremos una idea de lo que ha sido la piñata petrolera en la era roja) y deja un país en bancarrota. La caída de los precios del crudo supondrá 14 mil millones de dólares menos de ingresos en 2015. Eso se traducirá en más problemas. De escasez. De inflación. De devaluación. Por eso, Pérez Alfonzo insistía con tanta vehemencia en la responsabilidad histórica que tienen quienes manejan la renta petrolera.
Hay que citar de nuevo al fundador de la OPEP: “Un recurso tan valioso e insustituible como el petróleo acarrea gravísimas responsabilidades a la gente que lo explota o lo deja de explotar. Al hacerlo, liquida un capital nacional, un activo, lo cual conlleva el compromiso de reemplazar el recurso que agota por otros recursos más permanentes para no empobrecer a las futuras generaciones. Quienes no lo hacen así, incurren en un grave delito de lesa patria”.
Así que, según palabras de Pérez Alfonzo, el legado de Chávez es más bien un delito de lesa patria. Un país convertido en un cementerio. Los efectos secundarios de la caída de los precios del crudo desnudarán lo que en realidad ha sido el chavismo: una falacia disfrazada de petrodólares. Ya lo vimos con el tema del recrudecimiento de la pobreza. Lo dijo Luis Pedro España: la pobreza volvió a crecer porque el Gobierno no ha montado planes estructurales para combatirla sino que su aparente abatimiento era producto del maná, de una razón coyuntural, sujeta, como advertía Pérez Alfonzo, a los mimos de la Providencia. Y cuando la Providencia, como ya vemos que ocurre, se olvida de nosotros entonces el proyecto chavista hace aguas.
Y con una particularidad: lo que está en juego son necesidades imperiosas (comida, medicinas, productos de higiene personal). Este escenario que tenemos por delante no es el mismo de abril de 2002. Es mucho más complejo. Es un caldo de cultivo con ingredientes tóxicos. Cuando Chávez fue eyectado del poder, efectivamente se había registrado una caída muy grande del PIB: fue de 8,9 por ciento ese año, en tanto que para el cierre de 2014 el Fondo Monetario Internacional estima una caída de 3 por ciento. Asimismo, el precio del barril de petróleo rondaba los 21 dólares, mientras que hoy está cerca de los 70 dólares. Pero no había, ni por asomo, el nivel de escasez que observamos hoy; la inflación era considerablemente menor (22,4 por ciento en 2002 versus 60,5 por ciento entre junio de 2013 y junio de 2014); y el nivel de endeudamiento era considerablemente menor: cuando Chávez llegó al poder la deuda sumaba 32.132 millones de dólares y al 2013 el monto era de 115. 282 millones de dólares. Además: el precio del dólar estaba más o menos controlado; hoy el paralelo se acerca a los 130 bolívares. Todo esto pinta un país en el que los graves problemas que ya existen se agudizarán.
¿Eso qué significa? Significa que cada vez más nos iremos animalizando. Que el ajuste de cuentas que vendrá estará motivado no tanto por discrepancias ideológicas, como ocurrió en abril de 2002, cuando la bandera que se izaba era la de un concepto abstracto como el de la libertad, sino por razones muy pedestres, casi fisiológicas: no hay leche, no hay jabón para bañarse, no hay Atamel. Son necesidades urgentes, apremiantes. Y eso es lo peligroso: una sociedad animalizada, que debe luchar por conseguir los productos básicos como un león que pelea desaforadamente por atrapar a su presa, está muy propensa a la irracionalidad. Esto hace que lo que pueda ocurrir en Venezuela —el desenlace—no necesariamente se dé, que sería lo deseable, en el plano electoral. Por eso es que el Gobierno ha jugado con fuego al correr la arruga. Al no tomar las medidas que tenía que tomar. Porque eso nos empuja al territorio de los bajos instintos, al de la lucha animal. Y en ese terreno, no hay normas; no hay leyes. Es el terreno del sacudón. Del estallido. De un ajuste de cuentas devenido en furia colectiva.
La imagen del país animalizado me vino a la mente después de leer una entrevista al escritor italiano Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz, publicada en la revista Letras Libres. Por supuesto que no es ni mucho menos comparable lo que significó la “vida” en ese campo de concentración con lo que experimenta hoy Venezuela. Sería una imperdonable exageración afirmarlo. Pero lo que me llamó la atención de las tantas cosas que dijo Levi, y que podríamos extrapolar en una versión diminuta para lo que ocurre en el país, es lo que él, un filósofo en potencia, comenta sobre cómo los prisioneros poco a poco iban perdiendo su condición humana (los recuerdos del hogar, la memoria familiar) para concentrarse en las necesidades imperiosas: la urgencia de saciar el hambre; la urgencia de protegerse del frío; la urgencia de resistir los golpes y los maltratos. Levi señala que en Auschwitz ocurría un proceso de despersonalización y que los prisioneros terminaban convertidos prácticamente en bestias de carga.
A esa condición animal —mutatis mutandis— nos lleva el proyecto chavista. Nos convierte en bestias que pugnan por un pedazo de pan o por un litro de aceite. Por eso la batalla que viene, la del 2015, será mucho más arriesgada que todas las que se han librado anteriormente. Una cosa es salir a la calle a defender la democracia (y salió un gentío en abril de 2002) y otra muy distinta es que las bestias de carga salgan a reclamar que les satisfagan sus necesidades imperiosas. Eso no lo ataja nadie.
El chavismo pagará una cuenta muy alta en 2015. El fracaso estrepitoso del modelo ideado por Chávez tendrá —ya las tiene— serias consecuencias económicas, políticas y sociales. Eso ya lo estamos viendo. Se llama inflación galopante. Se llama escasez. Se llama destrucción del aparato productivo. Se llama megadevaluación. Pero lo apreciaremos mejor el próximo año, el año que viviremos en peligro. Notaremos entonces con más claridad cuál es el gran legado de Chávez: haber atado el destino del país a un juego de dados. Porque pensar que la cotización del crudo es, en sí misma, un Plan de la Patria es actuar con mentalidad de ludópata y no de estadista. El azar también puede traicionarnos. El azar no es una política de Estado.
Cierto, Chávez no ha sido el único presidente que se ha abrazado al petróleo guiado por el pensamiento mágico. Por la leyenda de El Dorado. También cometieron ese error sus predecesores. Pero la gran diferencia está en que ninguno de ellos se dedicó a aniquilar al sector privado, que es el que, con su participación en eso que llaman Producto Interno Bruto, puede atenuar el enorme golpe que significa para una economía como la nuestra la caída del rubro que la mantiene en pie. Chávez se convirtió en el ángel exterminador de los empresarios y de las empresas. Y ahora pagaremos las consecuencias. En 2015, los chavistas sabrán con qué se come el legado. El dedo índice de los venezolanos (que en 2015 son votantes: las parlamentarias están encima) apuntará hacia el PSUV.
Hay que recordar que Chávez se montó en el poder con la misma promesa de muchos: la de superar la economía rentista. Pero ¿cómo puede superar el rentismo un movimiento político que ve en el sector privado a un enemigo mortal? Y esto no es palabrería: los estatutos del PSUV dicen taxativamente que la organización es marxista. Así que a un proyecto que ve de este modo a los empresarios, que anula la iniciativa privada, que se convierte en el Drácula de la productividad, no le queda otra que refugiarse en la renta petrolera. De algo tiene que vivir ese Estado revolucionario. Y vive y ha vivido del maná. De la lluvia de petrodólares. Pero la felicidad comienza a languidecer. Porque es más ficción que realidad.
Pero ¿cómo puede superar el rentismo un movimiento político que ve en el sector privado a un enemigo mortal?
Y aquí es cuando uno recuerda aquellas palabras de Juan Pablo Pérez Alfonzo, el fundador de la OPEP. En un artículo publicado en la revista Resumen en octubre de 1978, y titulado Venezuela se acerca a la debacle, Pérez Alfonzo dice: “Toda explotación de un recurso no renovable tiene una curva de producción que primero asciende hasta cierto punto para luego descender inevitablemente. La declinación observada en el [precio del] petróleo nacional es, de consiguiente, algo que teníamos que esperar, no obstante imaginarios mimos de la Providencia”.
Esos mimos de la Providencia son los mismos dados a los que apostó Chávez. Lo alertó muy temprano Uslar Pietri con su escrito Sembrar el petróleo. Lo alertó luego Pérez Alfonzo. Chávez hablaba de Pérez Alfonzo, pero ¿lo habrá leído realmente?
Hay un párrafo del artículo publicado en Resumen que no tiene desperdicio: “Con nuestra experiencia, que podemos remontar hasta el interesado desarrollismo de Guzmán Blanco, con ilusorios ferrocarriles que nunca llegaron a funcionar económicamente por no haberlos planificado con la sensatez y el cuidado para evitar caer en las garras de la expoliación extranjera, con el padecimiento de aquel endeudamiento que culminó en el bloqueo de 1902, resulta inexplicable que, al encontrar al fin ‘El Dorado del petróleo’, nada hubiésemos aprendido del pasado. Y quizás todavía más inexplicable, y que ni siquiera la experiencia del despilfarro de la riqueza petrolera anterior a 1974, tampoco sirviera para evitar despeñarnos desde la cima de la nueva montaña de oro obtenida bajo la égida de la OPEP”.
Pérez Alfonzo no pudo siquiera imaginar que la montaña de oro desde la cual se despeñaría el chavismo (tampoco pudo imaginar al chavismo) llegaría a la bicoca de un millón de millones de dólares. ¿Podemos suponer cómo habría sido su cólera al ver al país hundido en ese excremento del diablo por la irresponsabilidad de sus gobernantes?
Los efectos de la caída de los precios del crudo desnudarán lo que en realidad ha sido el chavismo: una falacia disfrazada de petrodólares
La profecía del arquitecto de la OPEP se cumple palmo a palmo. Venezuela, otra vez, se acerca a la debacle. Y ahora con el añadido de que el aparato productivo está en el suelo. Eso, desde luego, aumentará las dimensiones de la tragedia. Una tragedia que le costará muy cara al PSUV en términos de gobernabilidad y en términos electorales. Una tragedia que puede significar su desalojo del poder porque seguramente será objeto de un ajuste de cuentas. El chavismo se llevará todas las culpas. Ha manejado las arcas con criterio manirroto y, además, se ha decantado por un proyecto decadente.
La revolución ha contado con unos precios del petróleo astronómicos (en 2012, por ejemplo, el promedio fue de 103, 46 dólares: comparemos eso con los 11,44 dólares que promedió el precio en 1998, el año que Chávez gana las elecciones por primera vez, y tendremos una idea de lo que ha sido la piñata petrolera en la era roja) y deja un país en bancarrota. La caída de los precios del crudo supondrá 14 mil millones de dólares menos de ingresos en 2015. Eso se traducirá en más problemas. De escasez. De inflación. De devaluación. Por eso, Pérez Alfonzo insistía con tanta vehemencia en la responsabilidad histórica que tienen quienes manejan la renta petrolera.
Hay que citar de nuevo al fundador de la OPEP: “Un recurso tan valioso e insustituible como el petróleo acarrea gravísimas responsabilidades a la gente que lo explota o lo deja de explotar. Al hacerlo, liquida un capital nacional, un activo, lo cual conlleva el compromiso de reemplazar el recurso que agota por otros recursos más permanentes para no empobrecer a las futuras generaciones. Quienes no lo hacen así, incurren en un grave delito de lesa patria”.
Así que, según palabras de Pérez Alfonzo, el legado de Chávez es más bien un delito de lesa patria. Un país convertido en un cementerio. Los efectos secundarios de la caída de los precios del crudo desnudarán lo que en realidad ha sido el chavismo: una falacia disfrazada de petrodólares. Ya lo vimos con el tema del recrudecimiento de la pobreza. Lo dijo Luis Pedro España: la pobreza volvió a crecer porque el Gobierno no ha montado planes estructurales para combatirla sino que su aparente abatimiento era producto del maná, de una razón coyuntural, sujeta, como advertía Pérez Alfonzo, a los mimos de la Providencia. Y cuando la Providencia, como ya vemos que ocurre, se olvida de nosotros entonces el proyecto chavista hace aguas.
Y con una particularidad: lo que está en juego son necesidades imperiosas (comida, medicinas, productos de higiene personal). Este escenario que tenemos por delante no es el mismo de abril de 2002. Es mucho más complejo. Es un caldo de cultivo con ingredientes tóxicos. Cuando Chávez fue eyectado del poder, efectivamente se había registrado una caída muy grande del PIB: fue de 8,9 por ciento ese año, en tanto que para el cierre de 2014 el Fondo Monetario Internacional estima una caída de 3 por ciento. Asimismo, el precio del barril de petróleo rondaba los 21 dólares, mientras que hoy está cerca de los 70 dólares. Pero no había, ni por asomo, el nivel de escasez que observamos hoy; la inflación era considerablemente menor (22,4 por ciento en 2002 versus 60,5 por ciento entre junio de 2013 y junio de 2014); y el nivel de endeudamiento era considerablemente menor: cuando Chávez llegó al poder la deuda sumaba 32.132 millones de dólares y al 2013 el monto era de 115. 282 millones de dólares. Además: el precio del dólar estaba más o menos controlado; hoy el paralelo se acerca a los 130 bolívares. Todo esto pinta un país en el que los graves problemas que ya existen se agudizarán.
¿Eso qué significa? Significa que cada vez más nos iremos animalizando. Que el ajuste de cuentas que vendrá estará motivado no tanto por discrepancias ideológicas, como ocurrió en abril de 2002, cuando la bandera que se izaba era la de un concepto abstracto como el de la libertad, sino por razones muy pedestres, casi fisiológicas: no hay leche, no hay jabón para bañarse, no hay Atamel. Son necesidades urgentes, apremiantes. Y eso es lo peligroso: una sociedad animalizada, que debe luchar por conseguir los productos básicos como un león que pelea desaforadamente por atrapar a su presa, está muy propensa a la irracionalidad. Esto hace que lo que pueda ocurrir en Venezuela —el desenlace—no necesariamente se dé, que sería lo deseable, en el plano electoral. Por eso es que el Gobierno ha jugado con fuego al correr la arruga. Al no tomar las medidas que tenía que tomar. Porque eso nos empuja al territorio de los bajos instintos, al de la lucha animal. Y en ese terreno, no hay normas; no hay leyes. Es el terreno del sacudón. Del estallido. De un ajuste de cuentas devenido en furia colectiva.
El ajuste de cuentas que vendrá estará motivado no tanto por discrepancias ideológicas, como ocurrió en abril de 2002, sino por razones muy pedestres, casi fisiológicas: no hay leche, no hay jabón para bañarse, no hay Atamel.
La imagen del país animalizado me vino a la mente después de leer una entrevista al escritor italiano Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz, publicada en la revista Letras Libres. Por supuesto que no es ni mucho menos comparable lo que significó la “vida” en ese campo de concentración con lo que experimenta hoy Venezuela. Sería una imperdonable exageración afirmarlo. Pero lo que me llamó la atención de las tantas cosas que dijo Levi, y que podríamos extrapolar en una versión diminuta para lo que ocurre en el país, es lo que él, un filósofo en potencia, comenta sobre cómo los prisioneros poco a poco iban perdiendo su condición humana (los recuerdos del hogar, la memoria familiar) para concentrarse en las necesidades imperiosas: la urgencia de saciar el hambre; la urgencia de protegerse del frío; la urgencia de resistir los golpes y los maltratos. Levi señala que en Auschwitz ocurría un proceso de despersonalización y que los prisioneros terminaban convertidos prácticamente en bestias de carga.
A esa condición animal —mutatis mutandis— nos lleva el proyecto chavista. Nos convierte en bestias que pugnan por un pedazo de pan o por un litro de aceite. Por eso la batalla que viene, la del 2015, será mucho más arriesgada que todas las que se han librado anteriormente. Una cosa es salir a la calle a defender la democracia (y salió un gentío en abril de 2002) y otra muy distinta es que las bestias de carga salgan a reclamar que les satisfagan sus necesidades imperiosas. Eso no lo ataja nadie.
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