Angel Alayón
La OPEP decidió no reducir la producción
de petróleo. El Ministro de Arabia Saudita, Ali Al-Naimi, salió de la
reunión con una gran sonrisa. Una sonrisa que cuenta con el respaldo de 757 mil millones de dólares de reservas, parte de ellas acumuladas por los sauditas durante los recientes años de altos precios de petróleo.
Los países árabes han decidido jugar
ajedrez en el mercado mundial. Buscan moderar (y controlar) la oferta de
petróleo a mediano plazo, desestimulando con precios relativamente bajos la inversión en algunos proyectos de producción de shale oil
en Estados Unidos. Tienen, por ahora, la paciencia que da el dinero. En
contraste, Venezuela muestra el andar desesperado de quien se sabe con
los bolsillos rotos y muchas cuentas por pagar.
Rafael Ramírez, representante de
Venezuela ante la OPEP, salió de la reunión sin sonreír. La decisión de
la OPEP es un revés que aprieta la soga fiscal y cambiaria, pero también
es una derrota en el terreno simbólico. El resultado de esta reunión
contrasta con la narrativa mitológica alrededor que desde el oficialismo
han vendido sobre la vida pública de Hugo Chávez. Esa versión supone
que Chávez, con su liderazgo y encanto disciplinó a los países de la
OPEP a partir de 1999, provocando la subida de los precios del petróleo.
Hugo Chávez, el “gigante”, pudo. Ahora, en su ausencia, no se puede.
Las versiones interesadas de la historia siempre regresan en forma de
látigo.
Es inevitable sentir, al menos hoy, que
hemos pasado de ser una potencia petrolera con las reservas más grandes
del mundo, a ser el daño colateral de las estrategias de los actores que
en realidad mandan en el mundo de la energía.
Los malos tiempos sólo son malos para
quienes no se prepararon para ellos. Ni el gobierno de Hugo Chávez ni el
de Nicolás Maduro tomaron previsiones. El Fondo de Estabilización
Macroeconómica de Venezuela, un instrumento creado justamente para que
el gobierno pueda actuar de forma contracíclica, tiene apenas 3 millones de dólares.
No es casualidad, no fue un descuido, no fue un rasgo de la cultura
caribe: la ley fue modificada para no tener que ahorrar. Había
demasiadas elecciones por ganar, había un poder que preservar y ahora
pagamos las consecuencias con intereses.
Sorprende la insistencia de no asumir
las dificultades desde el discurso público. “Estamos blindados”, dijo
alguna vez Hugo Chávez. Nunca lo estuvimos y ahora, cuando Venezuela es
más dependiente que nunca de los ingresos petroleros, tampoco lo
estamos. A la salida de la reunión, el canciller Ramírez declaró a Telesur que
el gobierno venezolano está preparado para afrontar cualquier
circunstancia y fluctuación en el precio petrolero. Dijo que, como
medida de prudencia, el Ejecutivo realizó la planificación del Proyecto de Ley de Presupuesto
para el ejercicio fiscal 2015, con un cálculo de 60 dólares por barril.
El argumento es curioso. Se sabe que el gasto público en Venezuela
excede el planteado en las leyes de presupuesto por razones políticas.
Este año se estima que el gasto público excederá en 74% al
estimado en el presupuesto. Suponiendo que el gasto público se limitara
a los ingresos estimados en el proyecto de presupuesto en el 2015, y
utilizando para los cálculos una inflación similar a la de este año, la
caída del gasto público estaría en el rango de 35 y 40% en términos
reales durante el 2015, un shock de gasto que sólo aceptaría el calificativo de brutal. La prudencia nunca es tan costosa.
Fernando Soto Rojas, veterano político
del partido de gobierno y ex presidente de la Asamblea Nacional, tomó
otra dirección. El diputado declaró también que Venezuela está preparada para la caída de los precios del petróleo.
Pero además añadió una frase donde se mezcla su fe con el diagnóstico:
“Como somos revolucionarios, estamos acostumbrados a vivir con poco”.
El presidente Nicolás Maduro ha
retrasado las medidas de ajustes, mientras el entorno para la actividad
privada se torna cada día más asfixiante. Los desequilibrios aumentan y
la palabra hiperinflación suena como una amenaza real.
Las economías también se desquician. Y,
cuando lo hacen, el único resultado seguro es el incremento de la
pobreza, un cambio social que viene acompañado de consecuencias
personales y políticas. Un proceso que ya está en curso y que, por
ahora, las velas encendidas a los precios del petróleo no serán capaces
de revertirlo.
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