Ignacio Ávalos
I.
Después de 16 años de gobierno, un grupo de parlamentarios del PSUV se
acaba de enterar de que el IVIC es una institución inútil para el país, a
pesar, por cierto, de que durante ese largo período estuvo dirigido por
personas afines al programa político del presidente Chávez. Pues bien, bajo ese
juicio lapidario, hace unos días sentenciaron a la institución y redactaron un
proyecto de ley, aprobado en primera discusión por la Asamblea Nacional, el
cual dispone su transformación en el Instituto Venezolano de Ciencia,
Tecnología e Innovación (Ivecit).
En la exposición de motivos se indica que en el nuevo organismo “la
ciencia no estará encerrada en laboratorios…”, sino que se abrirán sus puertas
con el objetivo de que “…el pueblo y las comunidades construyan permanentemente
elementos tecnológicos para la transformación del país”. Por su parte, el
diputado Guido Ochoa, uno de los proponentes, añadió: “No es la ciencia para regodearse
en ella, sino la ciencia al servicio del pueblo, al servicio de la liberación,
al servicio de la soberanía de nuestro país. Esos son los elementos
fundamentales de la transformación del instituto” y: “Con esta nueva ley se
democratizará toda la ciencia que se produzca…”.
Se refunda, así pues, al IVIC, mientras uno se asusta recordando lo que
pasó con otras muchas refundaciones institucionales. Es decir, lo que pasó cada
vez que la épica fue criterio para gobernar. Lo que pasó cada vez que, desde la
difusa propuesta del socialismo del siglo XXI, se pretendió que la fantasía
política reemplazara la realidad. Lo que pasó, en fin, cada vez que se olvidó
que estamos en el siglo XXI.
II.
Dicen los diputados que el proyecto “ha sido fruto de ingentes consultas
previas, tanto de los proyectistas técnicos como al componente político así
como aportes del poder popular, a fin de presentar un trabajo que satisfaga las
exigencias de todos los agentes que toca e involucra, tanto al universo de los
operadores de la ley como al elemento pasivo a quien va dirigido”. Sin
embargo, se sabe que el proyecto no era conocido por unos cuantos de los
“agentes que toca e involucra”. Y, peor aún, que ni siquiera fue difundido
entre la comunidad que labora en la institución, tal y como lo informaron, con
un lenguaje prudente que trata de esconder la sorpresa y la incomodidad, los
propios directivos de la organización mediante un comunicado que rechazaba el
texto presentado.
III.
Dicho con todo respeto, la iniciativa me parece confusa en al menos tres
aspectos medulares: a) en la comprensión de la naturaleza de las vinculaciones
entre ciencia, tecnología e innovación en estos tiempos en los que se habla de
la sociedad del conocimiento; b) en la interpretación de la diversidad cognitiva
y el lugar que ocupan los diferentes saberes, así como sus alcances; y c)
en lo que significa hoy en día la participación democrática de la gente
en la orientación del desarrollo tecnocientífico, los mecanismos diversos a
través de los cuales se hace posible, según los ámbitos y los aspectos a que se
refiera.
Creo que tales puntos deberían ser objeto de una conversación amplia,
que, de paso, no solo concierne al IVIC.
IV
Preocupa esta propuesta legal que asoma la creación del Ivecit. Preocupa
porque es un trazo más de un cuadro que no habla bien de la manera como el país
encara su desarrollo tecnocientífico. Preocupa porque, como diría el escritor
brasileño Jorge Amado, deja la sensación de que entramos al futuro reculando.
Harina de otro costal.
Este país
olvidadizo se acordó de Luis Aparicio. Fue bueno verlo el otro día en un
homenaje que se le dio en el Estadio Universitario, empinado sobre sus 80 años,
como si para él no fueran nada. Fue un acto de justicia que se agradece desde
la nostalgia.
Vía El Nacional
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