Los resultados de las elecciones internas del PSUV, el pasado domingo,
han destacado un rasgo predominante del chavismo: la necesidad de mentir, la
existencia de una especie de perentoria misión de engañar a la sociedad. El
chavismo lleva quince años en un reiterado ejercicio de patrañas, que sus
afirmaciones sobre su fracasado evento electoral ponen de bulto.
No es fácil el ocultamiento de lo que pasa ante la vista de todos. Ni
inventar lo que no pasa. No se puede cambiar una realidad que ha discurrido sin
disfraz entre los hombres que caminan por las calles en un día de asueto, o
tienen tiempo de sobra para escuchar los comentarios de los vecinos sobre las
vicisitudes de la calle. Fue lo que ocurrió el domingo anterior ante el
desarrollo del proceso anunciado por el PSUV para la escogencia de delegados.
La gente salió a sus ocios, o simplemente se asomó por la ventana, para
constatar el fracaso de lo que se anunció como un capítulo esencial de
democracia interna. No hubo tal capítulo y, por lo tanto, tampoco se advirtió la
existencia de un avance de democratización pregonado con bombos y platillos.
¿Por qué? Porque nadie lo vio, pese a que se trataba de un evento público;
porque no se formaron aglomeraciones en los centros electorales, porque el
anuncio no se materializó ante la vigilancia de la comunidad convertida en
reportera de su cotidianidad.
Sin embargo, los voceros del gobierno y del PSUV llegaron a una
conclusión distinta: la diana sonó en la madrugada para que los acólitos
saltaran presurosos de la cama, como en los tiempos entusiastas del comandante
eterno; las colas fueron gigantescas, como las de Mercal y Daka; la gente se
peleaba por votar, como si persiguiera un frasco de detergente; reinó la
alegría, en medio de un proceso festivo y prometedor. Tales fueron las
afirmaciones de los voceros del oficialismo, para tapar con un dedo el Sahara
de la ausencia de militantes. Más todavía: el presidente Maduro, en eufórica
intervención, llegó a asegurar que acababa de ocurrir un hecho histórico que
cambiaría la trayectoria de los partidos y de la política en general.
No estamos ante un asunto novedoso porque, como se afirmó al principio,
la mentira y la tergiversación de la realidad son consustanciales al chavismo,
pero el tamaño de la patraña pone de relieve el empeño de hacerle fraude a la
opinión pública. Aun frente al desmentido abrumador de un hecho que jamás
sucedió, pese a que no se puede ocultar ante nadie la descomunal ausencia de
votantes, tan brutal que ni siquiera la pudo inventar un canal tan embustero
como VTV, han pretendido la mutación de la ausencia en presencia, del desgano
en entusiasmo y de la decadencia en apogeo. Se ha inventado un fenómeno
concreto, se ha fabricado de la nada, con la ayuda de los medios de
comunicación que dependen del erario o que son sus desvergonzados
colaboradores.
Y no faltó la explicación risible sobre la inexistente comparsa, capaz
de conceder mayor relieve a la indecente propagación de una falsedad. Hubo
votantes de sobra, afirmó uno de los voceros más calificados del PSUV, tantos
que no vamos a detallar el número por motivos estratégicos. No conviene que nos
vean tan fuertes, quiso decir. Es preferible pasar agachados, se atrevió a
sugerir. La estrategia aconseja modestia, también asomó. Una excusa tan
hilarante, tan carente de asidero, no exhibe la fortaleza de una organización
política sino una evidente decadencia. También patentiza la debilidad de los
argumentos que fabrican en unos laboratorios lampiños de ideas.
Pero, como la realidad no admite manipulaciones tan groseras, ni
explicaciones distinguidas por una flojera que no debe permitirse un gobierno
que respete a la ciudadanía y se respete a sí mismo, debemos pensar en una
conducta de displicencia frente al pueblo, en un desprecio del parecer ajeno,
capaz de permitir la reafirmación de un divorcio frente a los asuntos relativos
al bien común que se incrementa sin solución de continuidad. Gracias a
pormenores como el que se ha comentado, se agiganta un rasgo de gélida
indiferencia, o de descomunal prepotencia, que permanecerá mientras sigan en el
gobierno quienes lo encarnan.
Vía El Nacional
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