Fernando Mires
“¿Por qué los políticos son tan
corruptos?” - El vecino en el asiento del bus leía gratis en la página
del periódico que yo mantenía abierta y no pudo evitar su pregunta. “El
ex primer ministro portugués José Sócrates ha sido enviado a prisión”,
decía el titular. Un caso más de los cientos que nos informan de la
corrupción política de nuestro tiempo. No supe que responder. Al fin lo
hice del modo más elusivo: “Esa pregunta también yo me la he hecho
muchas veces”.
¿Por qué los políticos son tan
corruptos? La pregunta quedó rondando en mi cabeza. ¿Será que el ser
humano es corrupto por naturaleza y los políticos exponentes públicos de
nuestra propia corrupción?
Pensé que esa respuesta podría haber
sido aceptada por mi vecino en el bus. Aunque he de confesar que ese
recurso de echarle la culpa a la madre naturaleza por todos nuestros
pecados no me parece muy honesto. Nadie sabe en verdad como era nuestra
naturaleza antes de ser sometidos a leyes y otras restricciones. Podría
incluso decirse que la naturaleza nuestra es no saber cual es nuestra
naturaleza. Pero no desviemos el tema. La pregunta es: ¿Por qué los
políticos son tan corruptos?
Reitero, no sé si los políticos son tan
corruptos como los no-políticos. La diferencia es que en los políticos
se nota más porque la política es pública. Recién en los últimos tiempos
se ha sabido lo que ocurre en recintos menos públicos. La corrupción en
internados católicos es espantosa. En los cuarteles militares nadie
sabe lo que pasa. Lo que sucede al interior de los bancos, no puedo ni
imaginarlo. La política en cambio, por lo menos en los países
democráticos, está sometida a vigilancia. Los poderes del estado, los
partidos opositores y la prensa, están pendientes de los actos de los
políticos. De tal manera, puede ser que el político no sea más corrupto
que otros profesionales. Pero su corrupción es notoria. No ocurre así
bajo una dictadura
Para poner un ejemplo conocido: A los
partidarios de Pinochet en Chile nunca les importó la suerte de los
desaparecidos, las heridas de los torturados, los cuerpos calcinados, ni
siquiera los múltiples casos de mujeres violadas por la tropa
enardecida. Eso no era para ellos corrupción. Todo lo contrario, el
general libraba una lucha a muerte en contra del “comunismo” y en la
guerra todo está permitido. Recién algunos comenzaron a disentir cuando
fue descubierto que, además de asesino, el general era un miserable
ladrón. Entre los años 1973 y 1990 Pinochet acumuló una fortuna de 21
millones de dólares de los cuales 17 no tienen justificación (es lo que
se sabe). Es decir, el corrupto general robaba el dinero de todos los
chilenos, incluyendo el de sus seguidores.
El caso Pinochet es solo un ejemplo.
Después de la caída del muro de Berlín ha sido revelada en profundidad y
extensión la Dolce Vita de las Nomenklaturas. Las dachas del Mar Negro,
los mansiones lujosas, el acceso a filmes prohibidos, las orgías, la
pornografía y el consumo de drogas de los jerarcas, todo eso ya ha sido
ampliamente documentado.
La corrupción es parte de la vida
política. Pero mientras en la política pública los berlusconis suelen
ser descubiertos, bajo dictaduras la corrupción es “secreto de estado”.
Secreto a voces que los propietarios del poder tratan de ocultar con
leyes en contra de la corrupción. Así, mientras en los regímenes
democráticos la corrupción es descubierta gracias a leyes, en los
no-democráticos es escondida debajo de leyes. El problema, menos que en
leyes está entonces en el grado de transparencia política de cada
nación.
El tema de la corrupción de los
políticos no es nuevo. Podríamos decir que se encuentra en los propios
fundamentos de la política moderna. Dos de sus más esclarecidos
fundadores del siglo XVl, los florentinos Nicolás Maquiavelo (Discorsi) y Francesco Guicciardini (Dialogo e Discorsi) pusieron el tema de la corrupción política en el centro de sus reflexiones.
Muchas coincidencias había entre los dos
grandes pensadores. Ambos estaban de acuerdo en que la corrupción es
inherente a la degeneración de un orden político. También en que la
corrupción aparece cuando los representantes se desligan de la comunidad
a la cual pertenecen. Y no por último, que bajo corrupción debe
entenderse la renuncia de los políticos a las virtudes ciudadanas,
dejando la administración de la ciudad librada a los avatares de la
“fortuna”.
Solo en un punto había entre Maquiavelo y Guicciardini una diferencia sustancial.
Para Maquiavelo la corrupción debía ser
superada mediante una mayor centralización. Guicciardini opinaba
justamente lo contrario: la administración y la formación de gobiernos
locales era el mejor antídoto para que los políticos no vivieran
alejados de la ciudadanía.
Esa diferencia ha continuado haciéndose
presente en la historia de la filosofía política. Es también la
diferencia entre dos ideales. Mientras Maquiavelo adhería al ideal
romano, Guicciardini estaba más cerca del ideal griego de la política. O
en otras palabras: Mientras Maquiavelo era más republicano que
demócrata, Guicciardini era más demócrata que republicano. Haciendo una
extrapolación podríamos decir que en la filosofía política de nuestro
tiempo, Carl Schmitt representaría el ideal de Maquiavelo y Hannah
Arendt el de Guicciardini.
Naturalmente, el ideal de Guicciardini
trae consigo riesgos. Puede ser que en una democracia la corrupción de
los políticos sea más fácil de controlar. Pero también es cierto que la
visibilidad de la corrupción puede volverse en contra de la misma
democracia, y eso es lo que pensaba seguramente Maquiavelo.
Mientras más democracia, más son los casos de corrupción que se conocen pero a la vez más son los demagogos que en nombre de la lucha en contra de la corrupción aguardan la hora para destruir a la democracia. No hay más alternativa entonces que correr con los riesgos. Hay problemas cuya solución es peor que el problema.
¿Quién dijo que vivir en democracia es fácil?
No comments:
Post a Comment