Eduardo Márceles Daconte
Autor de decenas de novelas, entre ellas La guerra del fin del mundo y La ciudad y los perros,
Vargas Llosa recuerda que la novela es ante todo un artificio y que a
través de ella el autor, siempre inconforme, sostiene postulados éticos.
En una de sus recurrentes visitas a
Nueva York, el escritor Mario Vargas Llosa dio una conferencia sobre
ficción y realidad en la New York University, ante una audiencia que
escuchó de manera reverencial sus ideas sobre la novela. La conferencia
fue en inglés, con el acento de quien ha aprendido el idioma en su edad
adulta. Como siempre, el escritor peruano deslumbró con su erudito
conocimiento de la historia literaria y sus reflexiones sobre la
creación artística. Hizo su presentación con el recurso epistolar, es
decir, leyó dos cartas que escribió como respuesta a las inquietudes de
un aspirante a novelista. Su tesis se agrega a las teorías que a través
de nuestra historia han expuesto veteranos escritores asediados por
noveles narradores en su afán por encontrar la fórmula secreta que les
permita penetrar el misterioso mundo de la creación literaria.
Según Vargas Llosa, el secreto de un
buen novelista está en la vocación y el trabajo. Alude a elementos
biográficos para explicar que desde que era un adolescente, bajo la
dictadura de Manuel Odría (1950-1956), se imaginaba como escritor. La
vocación de escribir tiene que ser tan intensa que se vuelva una
obsesión; sin embargo, advierte que aquellos que sólo desean triunfar,
alcanzar la fama y la fortuna, andan por mal camino. Los que sólo tienen
estas aspiraciones nunca van a sentir la emoción que se experimenta con
la escritura. No obstante, el camino está lleno de obstáculos, de dudas
y subjetividad, y sólo persiguiendo la vocación se puede sentir el
artista realizado. La inclinación ha de sentirse desde temprana edad,
sustentada con el compromiso ineludible de escribir a toda costa, del
trabajo cotidiano de pensar, pulir y reflexionar sobre la literatura.
Una segunda exigencia es ser un rebelde.
Ningún aspirante a escritor puede ser complaciente con la realidad que
lo circunda; si estuviera satisfecho sería difícil crear una realidad
diferente en la literatura, que se nutre esencialmente de los sueños, la
fantasía y la imaginación. El mundo de la novela es ficticio, es una
rebelión contra la realidad muchas veces mediocre, aunque el escritor no
esté consciente de su propia rebeldía. Es el caso de Don Quijote de Miguel de Cervantes o de Madame Bovary
de Gustave Flaubert, personajes que viven en el mundo fantástico de sus
autores. Es también rebelarse contra la autoridad y la censura, de ahí
que los tiranos sientan miedo de la literatura y en muchos casos la
hayan prohibido o censurado, como sucedió en las colonias americanas
donde la Corona prohibió las novelas por temor a su influencia
liberadora. A los aspirantes a escritores les recomendó leer La educación sentimental
y la correspondencia de Flaubert con su amada Louise como una fuente de
conocimientos que fueron muy instructivos en sus años de formación
intelectual.
De igual modo mencionó la novela Junky,
la autobiografía de William Burroughs durante su adicción a la heroína,
por su capacidad de sincerarse ante el mundo. A pesar de ser ficción,
la literatura se nutre de la vida misma teniendo el escritor toda la
libertad para crear mundos imaginarios, pero al mismo tiempo la
responsabilidad de ser fiel a sus principios morales y éticos. En este
sentido, el escritor ejecuta un striptease a la inversa.
Empieza desnudo para irse poniendo la ropa a medida que avanza en su
labor literaria. Recordó entonces el ejemplo de Marcel Proust, quien en
su novela En busca del tiempo perdido recupera para la
posteridad y con su capacidad creativa la vida cotidiana en Francia con
la minuciosidad de un arqueólogo social.
Vargas Llosa es uno de los novelistas
más destacados del boom literario de América Latina y, en justicia,
merecedor del Premio Nobel de Literatura otorgado por la Academia Sueca
en 2010. Nacido en Arequipa (Perú) en 1936, lanzó su carrera literaria a
la fama cuando su novela La ciudad y los perros ganó el Premio
Biblioteca Breve en 1962. En su bibliografía cuenta con más de 25
volúmenes entre cuentos, ensayo, novela y obras de teatro, además de
trabajos periodísticos a través de su columna Piedra de Toque, que publica cada dos semanas en El País
de Madrid y una cadena de periódicos del mundo hispano. Según él, en
política hay que ser realistas, pero en literatura impera la fantasía.
Su vocación política se manifestó cuando se lanzó de candidato a la
Presidencia del Perú en las elecciones que ganó Alberto Fujimori en
1990.
Ya antes su inclinación ideológica se
había manifestado en su vida y obra literaria. Una de las sorpresas que
ha deparado el proceso revolucionario de América Latina fue la tajante
transición que hizo Vargas Llosa de una simpatía por la izquierda en las
décadas de los sesenta y los setenta a la actitud más conservadora de
un liberal reformista con argumentos más retóricos que prácticos. Su
obra narrativa es ejemplo vivo de sus postulados literarios. Es la obra
de un rebelde que cuestiona la injusticia social, la explotación voraz
del trabajador o campesino, las instituciones militares corruptas, la
miseria urbana, la impunidad jurídica. Sus novelas se caracterizan por
su inveterado antimilitarismo, una feroz crítica a cualquier asomo de
intervención o disciplina militar. En su novela La ciudad y los perros,
por ejemplo, documenta su propia experiencia en una academia militar de
Lima donde los perros son los cadetes que reciben los más degradantes
vejámenes.
Más tarde, en Pantaleón y las visitadoras,
consigue hacer una versión satírica de un ejército que no sólo organiza
sino que propicia la prostitución, en beneficio de los soldados
acantonados en la selva amazónica (novela dramatizada por el prestigioso
director Jorge Alí Triana en el escenario del Teatro Cafam de Bellas
Artes de Bogotá). En tanto que en su épica novela La guerra del fin del mundo
encontramos un ejército implacable que no descansa, a pesar de sus
numerosas bajas y tras inútiles empeños, hasta derrotar a la comunidad
de Canudos en el empobrecido y reseco nordeste brasileño que había
vivido en olor de santidad bajo la égida de un santón carismático
llamado el Consejero.
En La fiesta del Chivo, una de
sus novelas más cautivantes (llevada también al teatro por Jorge Alí
Triana), quiso dar una visión totalizadora del nefasto régimen del
dictador Rafael Leonidas Trujillo en los distintos niveles de la
sociedad dominicana. Vargas Llosa llegó al personaje a raíz de una
estadía de ocho meses en República Dominicana en 1975, cuando se filmaba
una primera versión cinematográfica de su novela Pantaleón y las visitadoras.
Allí escuchó tantas historias y anécdotas curiosas sobre Trujillo que
se interesó por el tema, el cual investigó en libros y visitas, hasta
que la novela se le impuso como una obsesión inaplazable.
Más allá de la vida de sus
protagonistas, su posición ideológica circula en un mundo de términos
abstractos que lindan a veces con la ingenuidad de un purista que
considera al mundo incontaminado de intereses económicos, ambiciones
políticas, lucha abierta o soterrada de clases, y propone en su lugar un
ideal de democracia pluralista, soluciones políticas de consenso,
libertad de crítica en lugares donde la vida es tan precaria que ni
siquiera existen los derechos básicos de trabajo, salud, alimentación y
seguridad social.
Para terminar su disertación, el
novelista desafió la noción de autenticidad que sostienen algunos
críticos. La novela —en su opinión— es por antonomasia un artificio, y
el escritor, un tramposo o estafador. Es una obra autónoma que ha de ser
persuasiva en su lenguaje y estructura. Recordó a una audiencia
inquisitiva el argumento de su novela El paraíso en la otra esquina
(2003), en la cual examina la vida de la peruana Flora Tristán, abuela
del pintor Paul Gauguin, una luchadora feminista que se anticipó a las
batallas que han entablado en el mundo entero las mujeres con mayor
intensidad desde la década de los sesenta. Gauguin vivió de pequeño en
Perú y después de iniciar su carrera artística en París se fue a vivir a
la isla de Mataiea, en el archipiélago polinésico, y murió en la isla
de Atuona en 1903 a los 54 años. El pintor impresionista descubrió allí
que el arte y la belleza son patrimonio de todos, a diferencia de los
centros urbanos de Occidente, donde son de una minoría.
eduardomarceles@yahoo.com
* Escritor e investigador cultural, autor del libro ¡Azúcar!: La biografía de Celia Cruz (Nueva York, 2004) y de dos volúmenes sobre la trayectoria de las artes visuales en Colombia, Los recursos de la imaginación: Artes visuales del Caribe y Artes visuales de la región Andina de Colombia (Bogotá, 2010).
Publicado originalmente en El Espectador de Colombia.
http://www.elespectador.com/noticias/cultura/mario-vargas-llosa-los-secretos-de-un-novelista-articulo-530124
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