Fernando Mires
Quienes analizamos a la política
internacional requerimos de vez en cuando de ciertos apoyos teóricos.
Pero no siempre los encontramos. En la teoría política moderna abundan,
por ejemplo, tratados sobre conflictos internacionales. No ocurre lo
mismo con el tema de las alianzas internacionales. De ahí que muchas
veces, para explicar un fenómeno como la alianza que hoy contrae EE UU
con Irán en contra de las tropas del ISIS, nos vemos obligados a
improvisar. Así, improvisando, pude detectar tres tipos de alianza.
Las de primera clase son la que contraen
dos Estados que comparten una comunidad de destino. Eso significa que
por diversas razones dos Estados deciden, por así decirlo, hermanarse
por sobre doctrinas, ideologías e incluso intereses particulares.
Quizás el mejor ejemplo proporcionado
por la historia reciente fue la comunidad de destino sellada entre
Inglaterra y los EE UU a partir de la segunda guerra mundial. Al
comienzo, como es sabido, la relación entre Churchill y Roosevelt era
muy difícil, pero desde el momento en que fue contraída, cada Estado ha
actuado con respecto al otro con una fidelidad admirable.
Es muy difícil encontrar dos partidos
con formato e ideologías tan diferentes como el laborismo inglés y el
republicanismo norteamericano. Quizás tampoco puede ser posible
encontrar dos presidentes con personalidades tan distintas como Tony
Blair y George Bush. Y pese a todo, durante el periodo de la invasión a
Irak, el primero se mantuvo firme al lado del otro. Al revés habría
ocurrido lo mismo.
El primer ministro británico puso en
juego su prestigio, marchó a contracorriente de partidos hermanos como
los socialistas europeos, e incluso estuvo a punto de arriesgar la
unidad estratégica continental, pero nadie lo movió de su decisión de
apoyar a Bush hasta las últimas consecuencias.
Blair era en esos momentos conciente de
que la suya no era la política exterior de un gobierno sino, algo muy
diferente, de un Estado. Quienquiera hubiese sido el gobernante, la
alianza del Reino Unido con los EE UU habría sido la misma.
En cambio las alianzas de segunda clase
no son recíprocas. Se trata en cierto modo de amistades no compartidas.
Por ejemplo, todos los gobiernos de la UE saben que en caso de sufrir
alguna de sus naciones una agresión, contará de inmediato con el
irrestricto apoyo de los EE UU. Pero a la inversa no ha sido ni será
así. Incluso puede ser posible que una nación europea agredida ni
siquiera cuente con el apoyo de todas las demás naciones europeas.
La NATO sigue siendo considerada por la
opinión pública europea como una institución al servicio de la política
exterior norteamericana. Lo vimos recién en las renuencias del gobierno
turco para inmiscuirse en la guerra en contra de los ejércitos del ISIS.
Para ese gobierno era más importante el conflicto con los kurdos que el
cumplimiento de sus obligaciones estratégicas internacionales
¿Y la UE? La UE es vista por los
propios gobiernos europeos como una asociación de carácter más bien
comercial y financiero antes que como a una unión política continental.
Las alianzas de tercera clase, en
cambio, son las verdaderas alianzas políticas. Recalco, políticas, pues
no están basadas ni en una comunidad de destino ni en una fidelidad a
principios ideológicos o religiosos sino solo en intereses muy concretos
e inmediatos.
Son en cierto modo alianzas de carácter
negativo. No están condicionadas por ninguna compatibilidad sino por una
estricta conveniencia determinada por la existencia de un enemigo
común. El mejor ejemplo histórico de ese tercer tipo sigue siendo la
alianza contraída por Inglaterra, Francia y los Estados Unidos con la
URSS, durante la segunda guerra mundial. Esa fue una alianza entre
aliados de primera y segunda clase con uno de tercera clase. Stalin lo
tenía muy claro.
Es muy conocida la respuesta de Stalin a
Churchill durante la conferencia de Yalta (1945) cuando el segundo
propuso incorporar al Papa a las conversaciones. ¿“Cuántas divisiones
tiene el Papa”? Para el dictador ruso se trataba, la que tenía lugar,
solo de una alianza puramente militar. Y eso era.
En el periodo iniciado después de la
Guerra Fría, al no existir solo dos bloques antagónicos, las alianzas de
segunda han ido cediendo el terreno a las de tercera clase. El
documento sobre la Nueva Estrategia de Seguridad Internacional de los EE
UU así lo comprueba. De acuerdo a la nueva doctrina (será probablemente
conocida como Doctrina Obama) EE UU, al definir enemigos
circunstanciales, definirá al mismo tiempo a sus aliados, también
circunstanciales.
Quizás el mejor ejemplo de esas alianzas
de tercera clase es el que practican los EE UU e Irán en su lucha
contra un enemigo principal, en estos momentos representado por los
ejércitos del ISIS.
Obama sabe que a diferencias del Papa al
que se refería Stalin, los monjes chiítas iraníes sí tienen divisiones.
Sabe también que el ejército iraquí no sirve para nada. Sabe por último
que la mayoría de la población iraquí es de confesión chiíta y no
sunita como la que profesa el ISIS y que la religión en esos lugares es
un vínculo superior a cualquiera nacionalidad. A su vez, los gobernantes
de Irán saben que para derrotar al ISIS requieren del apoyo militar
norteamericano.
En los momentos en que escribo estas
líneas, ejércitos iraníes se desplazan hacia Irak apoyados por aviones
norteamericanos ocasionando graves pérdidas al ISIS en las sitiadas
aldeas de Amerli. No está descartado que a esa alianza militar de
tercera clase sea sumado el propio dictador sirio Bachar al Asad, hasta
hace poco enemigo mortal de los EE UU. Así ha comenzado a construirse la
historia del siglo XXl. Enemigos de ayer, aliados -pero no amigos- de
mañana.
La amistad,
palabra que viene del amor, seguirá ocupando un sitio preferencial en
las relaciones personales. En las relaciones interestatales, cada vez
menos. Quizás sea mejor. El amor no se hizo para los Estados. Para la
política, tampoco.
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