Luis García Mora/ Al Límite
América Latina ha dejado muy claro en la
OEA el viernes que no se traga la decisión norteamericana de declarar a
Venezuela una “amenaza inusual” que requiera de una “emergencia
nacional”, aunque tampoco le ha mostrado un apoyo a Maduro tan rotundo
como el recibido del ALBA y de UNASUR, ya que no se tradujo en una
contundente declaración.
La situación fue tratada con pinzas y mantiene su permanente tensión.
Tal vez tengan razón quienes piensan que
fue una estrategia muy mal pensada de parte de Washington para influir
en los asuntos de Venezuela, a través de sanciones y declaraciones
“estúpidas” como esa de los vamos a sancionar y también los declaramos
una amenaza interna para los Estados Unidos. Pero lo importante son sólo
las sanciones, desafortunado fraseo diplomático que en el fondo todo el
mundo supo lo que quería decir.
¿Con una arrogancia que te hace ciego a
los matices para los asuntos de Venezuela? Como me decía un amigo
corresponsal, en la que ven a Venezuela como la nueva frontera tras la
Cuba con la que están creando vínculos, ¿y Obama se abre dándole duro a
Maduro porque ahora Venezuela es la nueva Cuba, el nuevo espantajo?
Quizás.
Lo cierto es que desde fuera se nota que
las parlamentarias venezolanas de manera inevitable se presentarán otra
vez como un plebiscito sobre Maduro y el régimen, y que en la Venezuela
del siglo XXI se ha demostrado con sangre, violencia y rejas, que el
mero hecho de la militancia política ha sido convertido por el gobierno
en un verdadero ejercicio de vida o muerte.
Y esto es algo que todo el continente sabe.
Y no sólo eso: hay más. Un plus
que le confiere a la actual crisis entre Maduro y Washington unos
contornos de película de acción e intriga y estrategias internacionales,
parecidos a los de las películas del Jack Ryan de Tom Clancy.
Razón por la cual tiremos un cable al piso y, como dicen: toquemos tierra.
Hay un hecho que salta a la vista: desde
aquellas gravísimas acusaciones al presidente de la Asamblea, Diosdado
Cabello, la política de Estados Unidos ha dado un viraje en el que se
vienen apretando las tuercas.
Primero lo de Andrade y Marco Torres, la
rama suiza del banco británico HSBC, y los famosos 12 mil millones de
dólares depositados allí; luego el estallido de ese ganglio de
escándalos en Andorra con empresas fantasmas supuestamente vinculadas a
PDVSA, los bolichicos, a Ramírez y Salazar.
Y ahora, para colmo de males, en España
ha estallado otro escándalo luego que se determinara que a través del
Banco Madrid –otro tentáculo de la intervenida Banca Privada de
Andorra–, según el informe de la Comisión de Prevención de Blanqueo de
Capitales e Infracciones Monetarias (Sepblac), “firmas de importantes
compañías españolas pactaron comisiones de hasta 148 millones de euros
para cargos chavistas en la concesión de grandes y multimillonarios
contratos públicos”.
Una olla de escándalos que en Venezuela,
dado el férreo amurallamiento institucional que existe, hasta ahora no
ha producido mayor rebote, pero que –dado el pánico soterrado de algunas
personalidades y de algún sector–, ya comenzó a irse por las costuras.
Una cadena de escándalos que tras el
informe del Departamento del Tesoro de Estados Unidos generó la
intervención de la Banca Privada de Andorra (BPA). Y que definió al
banco como “una preocupación de primer orden en materia de blanqueo de
capitales”. Y que días antes, en un pronunciamiento del Financial Crimes
Enforcement Network (FinCEN), la unidad antilavado del Departamento del
Tesoro, reveló que nuestra empresa estatal, PDVSA, se
encontraba inmersa en actividades delictivas tras supuestamente lavar
cerca de 2000 millones de dólares a través de la Banca Privada de
Andorra BPA, en un entramado de exorbitantes comisiones.
Es decir, que lo que se ventilaría tras
la declaración de “amenaza inusual” de Obama –aunque los gringos
insistan en desmentirlo– quizás sea lo que más temen no pocos. Lo que
los ha obligado a moverse desde el ALBA hasta la UNASUR y la OEA, y que
la canciller Delcy Rodríguez no se cansa de denunciar a voz en cuello
como “una declaración de guerra contra Venezuela y contra América Latina
y el mundo”.
O como el preludio de una “invasión
militar”. Pero que en realidad al final más bien se concrete en lo que,
como también advierte el gobierno del presidente Maduro, en un
acorralamiento moral y energético-financiero, que en principio sólo se
focaliza en algún funcionariado represivo o corrupto, que al viciar y
erosionar moralmente la estructura del Estado venezolano y del régimen,
jamás se detuvo a medir las consecuencias de su comportamiento ante el
Tesoro Público, y menos aún de la crisis en que colocaría al país.
Y que si, ciertamente, hacia adentro no
encontró ningún límite institucional o legal, internacionalmente se le
acaba de aparecer como el lobo.
Un límite que, como afirmara el
presidente Rafael Correa de Ecuador, es “muy difícil” que se materialice
en una supuesta intervención militar por parte de los Estados Unidos,
ya que los “bombardeos son cosas del pasado”, y que más bien Venezuela
debería estar más pendiente de otros mecanismos “más sutiles” y
“eficaces” de injerencia, hoy día, como sí lo son las “sanciones” y el
bloqueo económico. Fórmulas que desestabilizan sin un disparo.
Que fundamentadas en un nutrido y establecido dossier
de investigados y demostrados delitos en torno a la represión y la
violación de los Derechos Humanos, el lavado de dinero o el
narcotráfico, pudieran constituirse, en la situación actual, como el el
flanco más débil de un régimen como el venezolano.
Junto a nuestra frágil situación económica.
Tanto, que al responder a la pregunta de
por qué Venezuela no puede dejar de venderle petróleo a Estados Unidos,
el economista Angel Alayón advertía en esta página, que de auto
infligirnos ese daño “la caída de los ingresos en Venezuela sería de tal
magnitud que la etiqueta de crisis humanitaria podría ser insuficiente para describir lo que ocurriría con nuestro país”.
De manera pues que quizás deberíamos
enfocarnos en la ruta política de la situación y esas otras fórmulas no
militares, aunque tal vez más eficaces que en la actualidad
aparentemente se ciernen sobre Venezuela.
En una audiencia sobre Venezuela en el
senado norteamericano en torno a las medidas, la idea que acotó el
subsecretario de Estado adjunto para Sudamérica, Alex Lee, es que se
busca es “combinar” unas sanciones que Washington cree más que
justificadas, con la búsqueda de alianzas en la región para lograr
convencer a Maduro de que celebre este año elecciones legislativas
“creíbles”. Que “unos resultados electorales creíbles, podrían reducir
las tensiones en Venezuela”.
Es decir, que de haber una operación a
lo Tom Clancy, sería una enfocada hacia una definición política límite
con fecha límite, como lo serían las próximas elecciones parlamentarias.
Es decir que los ojos están puestos ahí.
En esa especie de punto de quiebre del
desencadenamiento de cualquier situación, y que uno ubicaría con
exactitud en la noche del conteo de los votos, y en las condiciones que
en ausencia de grueso ventajismo gubernamental a que estamos
acostumbrados, pudieran garantizar un resultado seguro.
El voto de las elecciones parlamentarias asegurado bajo un estricto control internacional.
Tal pareciera ser lo que se decanta en esta tensión hemisférica.
Que por ningún motivo el funcionariado
chavista, sea desde la Asamblea, el TSJ o el CNE, puedan acudir a ningún
subterfugio para eliminarlas o manipularlas, usando por ejemplo la
declaración de un Estado de Excepción o una persecución generalizada de
la dirección de los partidos de oposición.
Que pudiera ser el mensaje cifrado que
desde Washington se envía y que podía materializarse en el resultado del
debate que está pronto a ocurrir en la próxima cumbre de las Américas,
en una evidente operación hemisférica. Mensaje que Washington envía a
sus socios de la región cuando les pide que “animen a Venezuela a
aceptar una misión de observación electoral internacional robusta, que
use estándares internacionalmente aceptados”, para su evaluación.
Para evitar que se repita en las
elecciones legislativas un ambiente de franco peligro, como el
ventajismo y la coacción que rodearon los polémicos resultados de las
presidenciales del 14 de abril.
Que es lo que desde fuera se sospecha.
Y es ese debate el que quizás acapare
buena parte de la atención en Panamá en la próxima Cumbre de las
Américas –junto a Cuba– en Abril, a la que han confirmado su asistencia
tanto Obama como Maduro y Raúl Castro, en medio de esta escalada de
tensión.
De acuerdo a lo que se asegura en los
corredores diplomáticos, la situación de Venezuela será una prioridad de
Barack Obama en las conversaciones que mantendrá con los mandatarios en
la Cumbre, pues se considera que un diálogo de Estados Unidos con
Venezuela no resolverá los problemas, dado que se impone el antecedente
de que los gobiernos de Chávez y Maduro jamás han dialogado realmente
con la oposición.
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