Armando Maduro
La larga y turbulenta escalada de
insultos y denuncias del régimen chavista a Estados Unidos ha pasado estos días
al terreno de los hechos concretos con la exigencia de Nicolás Maduro a
Washington de reducir el personal diplomático de su embajada en Caracas a 17
funcionarios. La misma acción que emprendió Fidel Castro en diciembre de 1960 para
inducir a la Casa Blanca a romper sus relaciones diplomáticas con la isla.
¿Es eso lo que pretende hacer
ahora Maduro?
Vale la pena recordar que con la
entrada triunfal de Castro y sus guerrilleros a La Habana en enero de 1959, la
inmensa mayoría de los cubanos pensó con razón que esa victoria popular
implicaba la inmediata restauración de la democracia en Cuba. Los planes
secretos de Castro, sin embargo, apuntaban en una dirección muy distinta.
¿Derrocar la dictadura batistiana? Por supuesto que sí, pero sólo como
trampolín. Su verdadero y subversivo objetivo iba muchísimo más allá de la
cosmética reivindicación formal de la democracia tal como se concebía esos días
en todo el continente. Su verdadera meta era la construcción, sobre los
escombros de la dictadura batistiana, de una Cuba implacablemente
revolucionaria, comunista y antiimperialista.
El punto de inflexión decisivo
del conflicto se originó el 17 de mayo de 1959, con la promulgación de la ley
de reforma agraria. Desde ese día, los quehaceres de Castro, incluyendo la
instalación en territorio cubano de cohetes tácticos y estratégicos soviéticos
con ojivas nucleares, se concentraron en el objetivo de aislar a Cuba del norte
imperial, condición imprescindible para armar a punta de pistola su proyecto de
perpetuarse en el poder hasta el fin de los siglos. Paradójicamente, la ruptura
de relaciones diplomáticas y sus dos consecuencias más naturales, la invasión
de Bahía de Cochinos y el embargo comercial todavía vigente, en lugar de marcar
el fin de la revolución cubana como habían calculado en Washington, tuvo el
efecto contrario, pues a partir de ese instante Castro pudo justificar los
males presentes entonces y futuros que sufrían y sufrirían los cubanos a un
culpable externo convincente: el imperio.
No obstante su obsesión por
imitar a Castro, la respuesta de Maduro a la muy categórica posición de Barack
Obama sobre el peligro que según él representa Venezuela para la seguridad
nacional de Estados Unidos no fue lo que se esperaba. ¿Por qué? ¿Por qué
desistió Maduro de aprovechar la ocasión para subir su apuesta? ¿Acaso piensa
que, mucho mejor que una confrontación personal y a distancia con Obama, le
favorece más desafiarlo frente a frente durante la Cumbre de las Américas, ante
los ojos y oídos de todos los jefes políticos de la región? Quizá, aunque lo
relevante de este incidente es, que mientras aguarda ese momento, Maduro
anunció que el sábado 14 de marzo se realizaría un gran ejercicio defensivo
cívico-militar para preparar al país a resistir un posible ataque militar del
imperio. Y que, en vista de una inminente agresión estadounidense, solicitaba a
la AN aprobar una nueva Ley Habilitante, en este caso, para enfrentar
“cualquier variante de bloqueo que intente Estados Unidos… y a la quinta columna
del imperio”.
Es decir, militarización total
del país y libertad absoluta para actuar contra cualquier ciudadano que se
arriesgue a disentir del régimen y querer ser libre, porque para defender la
patria de la injerencia extranjera no existen límites ni freno. Sin duda, una
jugada desesperada para instaurar en Venezuela, “legalmente”, un régimen
abiertamente totalitario. Una de sus dos posibles salidas.
Vía El Nacional
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