La primera economía mundial
recupera el pulso. Cerca del pleno empleo, presume de la fortaleza del dólar,
acaricia la autosuficiencia energética y ahuyenta los fantasmas de la Gran
Recesión
Estados Unidos salía de una
década de crisis y pesimismo, el nuevo presidente había llegado a la Casa
Blanca decidido a romper con las inercias, la economía tomaba impulso y los
ciudadanos recobraban la confianza. “Vuelve a amanecer en América”, decía la
voz en off de uno de los anuncios más célebres de la historia
electoral. Con imágenes de ciudadanos trabajando o con sus familias, el
narrador explicaba que, gracias al presidente, jamás tantos hombres y mujeres
habían estado ocupados, que la inflación se había reducido a la mitad y que los
estadounidenses volvían a comprar casas.
El presidente era Ronald Reagan, héroe republicano, y el anuncio
se emitió en 1984, el año de su reelección. Pero el mensaje valdría para el
demócrata Barack Obama en 2015. Después de una
crisis financiera que convocó el fantasma de la Gran Depresión de los años
treinta; después de una de las peores recesiones en décadas; después de seis
años en los que oficialmente esta recesión había terminado pero el ciudadano de
a pie seguía sin notarlo; después de todo esto, EE UU pasa página y el
presidente anuncia una nueva era de esplendor, un nuevo amanecer en América.
Desde los paisajes en Dakota del
Norte, Texas o Pensilvania de la fiebre del petróleo y el gas, propiciada por
la nueva técnica delfracking, hasta el regreso de una
parte de los empleos en las fábricas del Medio Oeste, golpeadas por la
desindustrialización, la primera economía mundial retoma el pulso. EE UU,
con el dólar fuerte y cerca del pleno empleo,
se aproxima a la independencia energética, un hito que transforma los
equilibrios geopolíticos. En el discurso sobre
el estado de la Unión, en enero, Obama situó en un mismo plano el fin de
la recesión y el de 15 años de guerras en Irak y Afganistán. El país se
transforma. Las minorías, con la hispana a la cabeza, crecen y cada vez más
toman la palabra en la política y la economía. El matrimonio
homosexual avanza y la pena de muerteretrocede.
Obama dijo hace un año en una
entrevista con el periodista David Remnick que lo máximo a lo que un presidente
podía aspirar era a escribir lo mejor posible el párrafo que le corresponderá
en los libros de historia. Solo un párrafo. La economía —el bolsillo del
ciudadano, sus expectativas, los sueños de que sus hijos prosperen y cumplan el
precepto fundacional de este país, el derecho a buscar la felicidad— ocupará
una o más frases de ese párrafo.
La tasa de desempleo, un 10% en
el otoño de 2009, un año después de la primera elección de Obama, es ahora del
5,5%. En 2014, EE UU creó 3,1 millones de empleos, la mayor cifra desde
1999, durante elboom de los noventa, asociado al presidente
demócrata Bill Clinton y al responsable de la Reserva Federal Alan Greenspan.
Desde 2010, un año después del final de la Gran Recesión, el número de empleos
creados supera los 11 millones. Hoy trabajan en Estados Unidos 148 millones de
personas: más que nunca, como en el anuncio de Reagan.
Este es un país que se mueve a
sacudidas. Las recesiones son brutales y pueden dejar a millones de personas a
la intemperie, sin una red de protección social ni familiar sólidas que
amortigüen la caída. La movilidad geográfica y laboral, la existencia de un
mercado interior de dimensiones continentales, la inmigración y la capacidad de
innovación han permitido recuperaciones tan bruscas como las caídas. La
historia, de Jimmy Carter a Ronald Reagan en los ochenta, de George Bush padre
a su sucesor, Bill Clinton en los noventa, es como una montaña rusa. La
incógnita era si la presidencia de Obama sería la de un nuevo boom tras
los años de George Bush hijo, o si la suya sería otra presidencia fallida.
Las
repercusiones del veredicto van más allá del presidente Obama. Está en juego el
prestigio del capitalismo estadounidense, puesto en duda con la Gran Recesión,
y del sistema de separación de poderes de esta democracia: una de las sorpresas
de estos años es que, pese a los augurios, la parálisis legislativa del
Congreso no ha impedido la recuperación. La condición de primera potencia se ha
respaldado sobre su vigor económico: con Carter o en los últimos años de Bush
hijo y los primeros de Obama, las turbulencias económicas fueron paralelas a la
pérdida de influencia de EE UU y las dudas sobre su papel en el mundo. Un
sistema ineficiente no podía ser modélico.
No solo la cifra del paro
acredita que el veredicto sobre el legado económico de los años de Obama será
más benévolo de lo que parecía hasta hace poco. El déficit presupuestario, la
diferencia entre lo que el Estado ingresa y lo que gasta, alcanzó en plena
crisis un 10% del producto interior bruto. Ahora no llega al 3%. El precio del
galón de gasolina (un galón equivale a 3,8 litros) ronda los 2,5 dólares.
Durante la campaña electoral de 2012, cuando el galón costaba 3,5 dólares,
políticos como el republicano Newt Gingrich prometían rebajarlo un dólar y
parecía una quimera. La promesa de Mitt Romney, rival republicano de Obama, era
reducir el desempleo en un margen de cuatro años —es decir, hasta final de
2016— al 6%. Con Obama, ha bajado a medio punto menos y en la mitad de tiempo.
Mientras
Washington optaba por los estímulos, Europa, bajo la batuta de Merkel, aplicaba
políticas de austeridad
A dos años del final del segundo
y último mandato de Obama, no parece que, al menos en la economía, la
presidencia vaya a ser un fracaso. El debate es si será un triunfo rotundo; si,
cuando en enero de 2017, Obama se marche de la Casa Blanca, estos años serán
recordados como los de un nuevo boom, comparable con el de
Clinton en los noventa, una nueva era de prosperidad. En Washington, la mayoría
de economistas, de izquierdas y derechas, consultados para este artículo son
reacios a descorchar el champán. Apuntan al aumento de las desigualdades y al
estancamiento o declive de los salarios de las clases medias. O recuerdan que
el porcentaje de personas en edad de trabajar que efectivamente trabajan o
buscan trabajo se contrajo en diciembre hasta el 62,7%, el nivel más bajo desde
1978, en plena era del malaise, el difuso malestar que marcó
los años de Carter.
“Los ingresos del 99% de
americanos o bien se han estancado o han caído, solo el 1% ha visto aumentos”,
dice William Spriggs, economista jefe del sindicato AFL-CIO, que representa a 12,5 millones
de trabajadores. “Pero la solución no es lo que proponen los republicanos.
Sostienen que necesitamos un sector público más pequeño aún, pero esto no
ayudará al 99%”. Spriggs, profesor de la Universidad Howard y exsecretario de
Empleo adjunto en la Administración Obama, señala tres diferencias de la
recuperación actual con la de Clinton. La primera es el descenso de las
inversiones públicas, en la educación, por ejemplo, lo que aumenta el precio de
las carreras universitarias y el endeudamiento estudiantil. La segunda es el
debilitamiento de la red de protección social. Y la tercera es que, al
contrario que en los noventa, lo que propulsa el crecimiento no es un sector
que requiere un alto nivel educativo, como entonces fue la alta tecnología con
la burbuja de Internet.
“La economía se encuentra en una
expansión por debajo de la media”, dice James Pethokoukis, del laboratorio de
ideas conservador American Enterprise Institute. El PIB creció un 2,4% en 2014.
“Seguro que habrá oído hablar de la teoría del estancamiento secular. Hay
varias maneras de verlo. Una es que existe una falta de demanda crónica en la
economía. El porqué está abierto a la especulación. Hay personas que dicen que
hay una desigualdad de ingresos mayor y los ricos no gastan tanto, ahorran
demasiado y por esto hay menos demanda. Otras personas dicen que desde la
recesión, tenemos un problema de demanda, y que quizá la economía simplemente
no puede crecer tan rápido como antes. El crecimiento de la fuerza laboral se
ha ralentizado, por motivos demográficos. Hubo un gran aumento de la
productividad entre mediados de los noventa y mediados de la década siguiente,
pero desde entonces ha sido baja. Y si tienes un aumento de la fuerza laboral
débil y una productividad débil, tendrás una economía débil”.
Michael Grunwald no es
economista, pero ha sido uno de los cronistas más certeros, y originales, de la
era Obama. En 2012, cuando prevalecía una visión negativa sobre los logros
económicos del presidente, Grunwald, que es periodista, publicóThe New New
Deal (El nuevo New Deal, guiño al nombre del programa de
Franklin Roosevelt ante la Gran Depresión), un libro sobre el plan de estímulo
—inversiones y rebajas de impuestos— de 800.000 millones de dólares que el
Congreso aprobó tras la llegada de Obama a la Casa Blanca en 2009. La tesis era
que las inversiones de ese plan evitaron otra Gran Depresión y fueron la
semilla de una transformación profunda de la economía estadounidense. A finales
de 2014, Grunwald, que colaboró con el primer secretario del Tesoro de Obama,
Timothy Geithner, en sus memorias, publicó en la revista Politico un
artículo tituladoEverything is awesome! (¡Todo es fabuloso!,
del título de la canción del filme La Lego película). Sin
ironía, el artículo celebraba las buenas noticias —récords en el Dow Jones, la
confianza de los consumidores al alza, el Ébola controlado— y desmontaba el
escepticismo de sus compatriotas y de muchos comentaristas. Él sí descorchaba
el champán.
“Como las cosas han ido bastante
bien, la gente ha olvidado lo horrible que fue la crisis financiera, por lo
menos en Estados Unidos. En Europa probablemente no lo han olvidado, porque
todavía viven en ella”, dice Grunwald. “El shock financiero
después del derrumbe de
Lehman Brothers [el banco que, en septiembre de 2008,
precipitó la crisis] fue cinco veces mayor que el shock que
llevó a la Gran Depresión. Históricamente, las recuperaciones tras las crisis
financieras eran lentas, dolorosas y feas. Comparado con este patrón, la
recuperación de EE UU ha sido impresionante: más rápida, más fuerte y
bastante mejor, con cualquier baremo, que otras crisis financieras recientes y
que las recuperaciones de otras economías avanzadas”.
Otro debate es a quién atribuir
el mérito. “El estímulo ayudó en algo, pero la percepción de su influencia se
exagera un poco. Hubo un estímulo federal grande, pero en el ámbito local y
estatal se aplicaron medidas de austeridad”, dice Michael Madowitz, del
laboratorio de ideas progresista Center for American Progress. “Mi hija tiene
un año, y cuando lea sobre todo esto en los manuales de economía, lo que dirán
es: ‘He aquí un periodo en el que hubo una gran catástrofe, seguida de mucha
inactividad [en el Congreso de Estados Unidos], y la entidad que más respondió
fue la Reserva Federal [Fed]’. Merecen el crédito por aliviar el bache e
iniciar la recuperación. Si hubiera que construir un monumento, tendría que ser
a [Ben] Bernanke”. Fue el presidente del banco central de Estados Unidos entre 2006
y 2014, redujo los tipos de interés a cerca del 0% y puso en marcha un plan de
compra de bonos del Tesoro por valor de 3 billones de dólares, un estímulo
monetario similar al que, siete años después, pone en marcha el Banco Central
Europeo (BCE).
“Lo que ocurrió entre 2008 y
2009”, resume Grunwald, “fue que Estados Unidos tuvo unos rescates bancarios
extraordinariamente agresivos y bien pensados, un estímulo fiscal
extraordinariamente amplio y bien pensado, y un estímulo monetario
extraordinariamente bien pensado. Y Europa no tenía nada de eso. Y es por eso
que la economía de Europa está hecha unos zorros y la nuestra no. Los alemanes
creían que sabían más que nadie, pero se equivocaban”. Las comparaciones con
Europa regresan una y otra vez en las entrevistas con economistas y expertos.
Mientras la Fed optaba por los estímulos monetarios y Obama elegía políticas
keynesianas de estímulo, Europa, bajo la batuta de la canciller alemana Angela
Merkel, aplicaba políticas de austeridad.
En mayo de 2010, en vísperas de
la cumbre del G-20 en Toronto, Obama avisó por carta a sus socios europeos del
peligro de retirar demasiado rápido los estímulos fiscales adoptados para
reactivar el crecimiento tras la recesión. Los europeos no le hicieron caso. El
éxito de la fórmula Obama-Bernanke atrae ahora aplausos del centroizquierda y
la izquierda europea. En las últimas semanas, desde Felipe González a Pablo
Iglesias han elogiado estas políticas en sendas visitas a Washington y Nueva
York. Tras la victoria de Syriza en Grecia, el 25 de enero, Obama dijo: “No
puedes seguir exprimiendo a países que se encuentran en medio de una
depresión”. En 2009, él y Bernanke optaron por la vía opuesta. Creen que la
historia les ha dado la razón.
Vía
El País. España
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