Tuesday, June 2, 2015

El mito de la educación

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RICARDO HAUSMANN           

 

En una era que se caracteriza por la polarización en el ámbito de la política y una parálisis en cuanto a políticas, deberíamos celebrar cada vez que se produce un acuerdo generalizado sobre estrategia económica. A este respecto, uno de los temas sobre los cuales existe coincidencia es la idea de que la clave para el crecimiento inclusivo es “educación, educación, educación”, como lo expresó el ex primer ministro del Reino Unido Tony Blair, durante su campaña para la reelección en 2001. Si ampliamos el acceso a las escuelas y mejoramos su calidad, el crecimiento económico será tanto sustancial como equitativo.

Como dirían los italianos: magari fosse vero –ojalá fuese verdad–. El entusiasmo por la educación es perfectamente comprensible. Queremos que nuestros hijos reciban la mejor educación posible para que así tengan una completa gama de opciones en su vida, puedan apreciar mejor todas sus maravillas y participar en sus desafíos. Además, sabemos que las personas con mejor educación tienden a percibir ingresos más altos.

La importancia de la educación es incontrovertible –la enseñanza es mi actividad profesional, de modo que ciertamente espero que tenga algún valor–. No obstante, el que la educación constituya una estrategia para el crecimiento económico es una materia diferente. Lo que la mayor parte de la gente entiende por una educación mejor es una mayor escolaridad, mientras que por una educación de mejor calidad, lo que se entiende es una adquisición efectiva de habilidades (según lo revelan, por ejemplo, los resultados de la prueba estandarizada PISA que administra la OCDE). Pero, ¿es esto realmente lo que impulsa el crecimiento económico?

En realidad, el empuje por una educación mejor es un experimento que ya ha sido llevado a cabo a nivel mundial. Y, como lo ha señalado Lant Pritchett, un colega de Harvard, su resultado a largo plazo ha sido sorprendentemente decepcionante.

En los 50 años transcurridos entre 1960 y 2010, el tiempo promedio que la fuerza laboral mundial estuvo en la escuela se triplicó, pasando de 2,8 a 8,3 años. Esto significa que el trabajador promedio en un país medio pasó de tener menos de la mitad de una educación primaria a tener más de la mitad de una educación secundaria.

¿Cuánto se debería esperar que hubiera aumentado la riqueza de estos países? En 1965, en Francia, la fuerza laboral tenía un promedio de menos de 5 años de escolaridad y su ingreso per cápita era de 14.000 dólares (a precios de 2005). En 2010, los países con el mismo nivel de educación tenían un ingreso per cápita por debajo de 1.000 dólares.

En 1960, los países con un nivel de educación igual a 8,3 años de escolaridad eran 5,5 veces más ricos que los que tenían 2,8 años de escolaridad. En contraste, los países que aumentaron sus años de escolaridad de 2,8 en 1960 a 8,3 en 2010 eran solamente 167% más ricos. Más aún, es imposible atribuir la totalidad de este incremento a la educación, puesto que en 2010 los trabajadores contaban con tecnologías que eran 50 años más avanzadas que las de 1960. Evidentemente, se necesita algo más que educación para generar prosperidad.

Como suele suceder, la experiencia de ciertos países en particular es más reveladora que los promedios. China empezó con menos educación que Túnez, México, Kenia o Irán en 1960, y había progresado menos que estos países para 2010. No obstante, en términos de crecimiento económico, los aventajó a todos de manera estrepitosa. Lo mismo se puede afirmar de Tailandia e Indonesia con respecto a Las Filipinas, Camerún, Ghana o Panamá. Es decir, los países que crecen en forma rápida deben estar haciendo algo que va más allá de proporcionar educación.

La experiencia dentro de los países también es reveladora. En México, el ingreso promedio de los hombres de entre 25 y 30 años de edad que terminaron la educación primaria, difiere por más de un factor de tres entre las municipalidades más pobres y las más ricas. Esta diferencia no puede estar relacionada con la calidad de la educación porque quienes se trasladaron de las municipalidades más pobres a las más ricas también aumentaron sus ingresos.

Y hay noticias aún peores para los partidarios de la “educación, educación, educación”: la mayoría de las habilidades que posee una fuerza laboral, las adquiere en el propio trabajo. Lo que una sociedad sabe hacer, se sabe principalmente dentro de sus empresas, no en sus escuelas. En la mayoría de las empresas modernas, menos de 15% de los puestos de trabajo son de nivel inicial, lo que significa que los empleadores exigen algo que el sistema educativo no puede proporcionar –ni se espera que lo haga.

Al revisar estos datos, los entusiastas de la educación suelen decir que ella es una condición necesaria pero no suficiente para el crecimiento. Si este es el caso, en ausencia de las otras condiciones, es poco probable que la inversión en educación rinda mucho. Después de todo, a pesar de que en 2010 el ingreso per cápita de un país típico con 10 años de escolaridad era de 30.000 dólares, en países como Albania, Armenia y Sri Lanka, donde existe ese nivel de escolaridad, el ingreso per cápita era inferior a 5.000 dólares. Sea lo que sea que impide que estos países sean más ricos, no es la falta de educación.

El ingreso de un país está dado por la suma de la producción de cada trabajador. Para aumentar el ingreso es necesario aumentar la productividad del trabajador. Evidentemente, “algo que anda por ahí”, y que no es la educación, hace que la gente sea más productiva en algunos lugares que otros. Para que una estrategia de crecimiento tenga éxito, se precisa descubrir en qué consiste ese “algo”.

No nos equivoquemos: es presumible que la educación incremente la productividad. Pero considerar que la estrategia de crecimiento consiste nada más que en la educación significa abandonar a quienes ya han pasado por el sistema educativo, vale decir, la mayor parte de los mayores de 18 y casi todos los mayores de 25 años de edad. Es una estrategia que deja de lado el potencial que tiene el 100% de la fuerza laboral de hoy, 98% de la del próximo año, y un gran número de personas que ya salieron del sistema educativo y continuarán con vida durante los próximos 50 años. Una estrategia basada exclusivamente en la educación hará que todas ellas lamenten haber nacido demasiado temprano.

Nuestra generación tiene demasiados años para que su estrategia de crecimiento sea la educación. Lo que necesitamos es una estrategia de crecimiento que nos haga más productivos –y así podamos generar los recursos necesarios para invertir más en la educación de la próxima generación–. A esta nueva generación le debemos el poder desarrollar una estrategia de crecimiento para nosotros mismos. Y esta estrategia no va a consistir en nuestro regreso a la escuela

Vía El Nacional         
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