Nadie sale ileso en un país donde cada cual se toma la justicia por sus manos
ÁXEL CAPRILES M. | EL UNIVERSAL
jueves 10 de febrero de 2011 12:00 AM
Las bandas de invasores profesionales o las mafias que trafican con los derechos de los damnificados a las casas prometidas por el Presidente angelical, poco difieren del funcionario del INTI que da en comodato un terreno urbano a un instituto del Estado que descaradamente le reclama al propietario el pago del agua y la luz del inmueble para ocuparlo sin expropiar. Y mientras los colectivos se enfrentan por el control del 23 de Enero, los gandoleros chocan con los damnificados o las sentencias judiciales suben desmesuradamente de precio, inmensas áreas del país quedan totalmente fuera del control de los organismos del Estado. El inmenso poder del presidente Chávez es, en realidad, relativo. Tiene sí, dominio absoluto sobre sus acólitos en el Tribunal Supremo de Justicia o el Consejo Nacional Electoral, pero el país verdadero se le escapa de las manos. Es, en esencia, un rey del caos.
En los viejos modelos políticos de principios del siglo XX, los dictadores y los gobiernos autocráticos y totalitarios se caracterizaban por el control sobre la sociedad. Por eso, muchos de sus seguidores alababan la seguridad y la paz que se respiraba en ellos. En el modelo chavista, la estrategia de dominio es diferente. Es un control selectivo muy publicitado alrededor de un estado de confusión mucho mayor y un área de deterioro, anomia y caos. La quiebra de la estructura cultural es un factor de sumisión. La anomia produce en el individuo la sensación de futilidad, la percepción de que nada puede lograrse. Conlleva a la desintegración del sistema de valores y va minando la capacidad de acción envolviendo a las personas en un clima de ansiedad y aislamiento. En medio de la imprevisión y el desorden, sin resguardos institucionales en los qué confiar, el ciudadano se concentra exclusivamente en su lucha por sobrevivir. El caos es el principal recurso del Gobierno para la campaña electoral del 2012. Es, sin embargo, un recurso peligroso. Nadie sale ileso en un país donde cada cual se toma la justicia por sus manos.
En los viejos modelos políticos de principios del siglo XX, los dictadores y los gobiernos autocráticos y totalitarios se caracterizaban por el control sobre la sociedad. Por eso, muchos de sus seguidores alababan la seguridad y la paz que se respiraba en ellos. En el modelo chavista, la estrategia de dominio es diferente. Es un control selectivo muy publicitado alrededor de un estado de confusión mucho mayor y un área de deterioro, anomia y caos. La quiebra de la estructura cultural es un factor de sumisión. La anomia produce en el individuo la sensación de futilidad, la percepción de que nada puede lograrse. Conlleva a la desintegración del sistema de valores y va minando la capacidad de acción envolviendo a las personas en un clima de ansiedad y aislamiento. En medio de la imprevisión y el desorden, sin resguardos institucionales en los qué confiar, el ciudadano se concentra exclusivamente en su lucha por sobrevivir. El caos es el principal recurso del Gobierno para la campaña electoral del 2012. Es, sin embargo, un recurso peligroso. Nadie sale ileso en un país donde cada cual se toma la justicia por sus manos.
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