En: http://www.lapatilla.com/site/2014/11/02/gonzalo-himiob-santome-el-preludio-del-silencio/
Gonzalo Himiob Santomé
Lo más probable es que sus artífices hayan olvidado que, como
lo demuestra la historia, las revoluciones solo son exitosas si duran
poco y luego se consolidan en paz. Cuando una revolución permanece y
envejece, ya no es revolución, es excusa
La máquina ya va pesada. Su nombre se lee despintado, ajado, y ya
está a punto de perder su primera letra. Debe ser sustituida, sin
sobresaltos y en paz, pues ya no funciona. Se mueve con lentitud,
rompiendo todo a su paso, y es incapaz de mantenerse en su carril sin
convulsiones o temblequeos. Sus piezas, otrora unidas y eficientes, a
fuerza de ocuparse solo de sí mismas por años, han perdido el engranaje
común que les articulaba el sentido y los empeños. Ya no se mueven al
unísono ni aceitadas. Se les oyen flojos los tornillos y las tuercas, el
óxido la corroe, por dentro y por fuera, y la pintura roja que tan
bonita y atrayente le veían tantos hace tiempo, cuando era una supuesta
novedad, hoy está descascarada. Ya no brilla ni es capaz de ocultar bajo
todos sus retoques apurados su olor a viejo, a trasto usado y abusado,
ni su esencial naturaleza: la de tiempo pasado, ese que siempre fue
incluso cuando nació, aunque muchos se negaron entonces a verlo.
Un Leviatán que
nos da miedo a todos
Si se la ve de lejos, o desde el otro lado de la vereda, solo puede
afirmarse que por ahora su aparatosa presencia luce inmensa y
avasallante. Es como un Leviatán mecanizado, inhumano y frío, sin
verdadero propósito ni funciones claras más allá que la de seguir
sirviendo de guarida y caja chica a unos pocos, o la de negar y
neutralizar a todo el que no esté con ella y por ella. Se la ve como un
armatoste del que cualquiera apenas puede intuir lo que lleva en
realidad por dentro, pero que sin embargo resuena escandaloso, chillón y
desajustado cuando suelta al viento sus oscuras y continuas humaredas.
Si no estás dentro de ella, lo único que puedes afirmar con certeza de
la máquina es que ahora contamina, y mucho. Nos tiene a todos con la
lanza en ristre, intoxicados, con el ceño fruncido y la mirada
desenfocada, y nos da miedo a todos, a propios y ajenos.
Quizás es porque alguien, desde adentro, hace tiempo le quitó a la
máquina sus partes esenciales, las que la hacían auténtica y cercana
para muchos. Quizás es porque otros le robaron lo que era necesario para
mantener las que al menos en apariencia fueron inicialmente sus
bondades, pero lo más probable es que sus artífices hayan olvidado que,
como lo demuestra la historia, las revoluciones solo son exitosas si
duran poco y luego se consolidan en paz. Cuando una revolución permanece
y envejece, ya no es revolución, es excusa.
Una serpiente insaciable
No se puede vivir con la eterna e insaciable pretensión de querer
demolerlo, aniquilarlo o cambiarlo todo continuamente. Si ya has acabado
con todo lo precedente, pero continúas “sobrerrevolucionado”, al final
terminas demoliendo, aniquilando y cambiando hasta lo que tú mismo has
logrado. La serpiente que todo se lo ha comido y que aún no sacia su
apetito corre el riesgo de encontrarse, ansiosa, hambrienta y ciega, con
su propia cola. Lo mismo le está pasando a la máquina. Se automutila y
ya no le sirven los pretextos: el enemigo está adentro, no afuera. Eso
la carcome.
Perdieron así los operadores su norte, o “su sur”, según se vea, y
olvidaron que si al cabo de más de tres lustros de haber presentado al
pueblo su máquina, todo lo que esta alcanzaría “sigue pendiente”, si
todos sus objetivos “por ahora” siguen “en construcción” y sin
alcanzarse, y si todos sus verbos y sueños los conjugan en obsesivo
futuro, descuidando el presente común, la verdad que sale a flote es
irrebatible: el anhelo del poder, egoísta, habla disfrazado de
irrealizables, de inalcanzables, de utopías. Eso no llena los estómagos
ni las almas de los pueblos. No hay ideología que cure la fiebre ni que
llene teteros. Tampoco sirven los “todo para luego” ni los “ya va” como
chalecos antibalas, ni curten la piel contra los puñales o los chuzos,
eso lo tiene claro el hampa, que como el hambre y el hastío, también
juega.
Lo que queda es
despojo y botín
La máquina tiene algunos resquicios a través de los cuales puedes ver
las caras mustias, generalmente rabiosas y ceñudas, de sus operadores, y
también una torreta central que corona una silla de mando, que según
dicen, domina o debería dominar el ahora destartalado conjunto. El
problema es que operador original, su principal oficiante, se fue hace
tiempo, y el nuevo aún no termina de dar con las claves que le permitan
entender los mandos. Al parecer, tras la partida del principal, esas
claves quedaron en manos de algunos de sus legatarios, pero
deliberadamente las esconden del que fuera ungido. No lo quieren allí,
en la torreta, pero ocultan sus intenciones. Ya les llegará, así lo
creen, su momento.
Por ahora, a la espera de tiempos más propicios para dejar caer las
caretas, y mientras tienden sus puentes dorados hacia los que les han
sido opuestos, sea por treinta monedas o por la promesa de la impunidad
disfrazada de inaceptable perdón, como el nuevo es alto y vociferante le
dejan jugar a creerse el dueño y señor de la máquina. Le dejan gritar y
amenazar mientras mueve palancas y aprieta botones sin tino ni luces,
sabiendo que eso lo erosiona y lo debilita. No da la talla, así que le
dejan hablar y decir de lo que sabe y de lo que no sabe. Eso les
interesa, más allá de uno que otro leco desaforado y pendenciero, que
nunca llega a más, está en su naturaleza cobarde evadir cualquier
conflicto real con quien intuyan más fuerte o más poderoso. Entretanto,
mientras le ven desgastarse, si se cruzan con él le llaman de viva voz
“presidente” o “líder”, y le juran mil veces, falaces, una lealtad que
en realidad solo se guardan, hoy por hoy, a sí mismos. Ya no está el
referente mayor, el único que podía forzarles al recato y evitar
rebatiñas entre ellos. Lo que queda es despojo y botín. Todos en la
máquina acaparan lo que pueden mientras juegan a esperar “su momento”,
ya que cada uno de ellos cree que es más digno del legado que los demás,
cada uno piensa que puede hacerlo mejor que el otro… Todos se
equivocan.
Cinco motores a punto
de quedar en silencio…
A la máquina se le funden las piezas que le quedan. Esto es evidente.
Quizás por eso es hoy más ruidosa y avasallante que nunca. Así son los
motores, y esta se preciaba de tener cinco. Cuando ya están cerca de
dejar de funcionar de manera definitiva, se les escuchan claras y
ominosas las fallas. No importa cuán estruendosos sean estos estertores,
son solo el preludio del silencio.
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