Thursday, February 3, 2011

Hugo el sátrapa...

En: http://www.lapatilla.com/site/2011/02/03/gustavo-tovar-arroyo-hugo-el-satrapa/

Gustavo Tovar Arroyo

El 4 de febrero de 1992 en el disimulo de la medianoche Hugo nos ofreció su primer discurso político: un enjambre de balas sobre las espaldas desprevenidas de unos soldados que no sospechaban que aquel sería su último aliento de vida. Centenares murieron traicionados la madrugada del golpe de estado como preludio del cementerio que se edificaría en Venezuela con el arribo del teniente al poder.
No exageramos ni mentimos cuando mencionamos aquellas muertes ni a su responsable. Son hechos judiciales e históricos harto conocidos que la semántica adulterada de nuestros días ha pretendido desfigurar.
El líder golpista de aquella gala feroz hoy acusa de traidores a la patria y criminales “golpistas” a los que pretenden erradicarlo del gobierno a través de una lucha humanista noviolenta, sin golpes de estado ni sangre derramada (si acaso la nuestra que el comandante ha prometido derramar sin resquemor).
Uno se pregunta: ¿Qué es la patria sino los hombres y mujeres que la integran y exaltan a través de la cultura y la hermandad? ¿Quién la traiciona sino aquél que los asesina por la espalda y actúa como un golpista disparando contra sus ciudadanos e instituciones?
Con un prontuario inocultable (semejante al de Hitler, por cierto): con golpes de estado, cárcel, lenguaje “revolucionario” en código nacional socialista (nazi), un voto popular que lo encumbra y varias leyes habilitantes en su haber, el líder -führer en alemán- venezolano se ha instalado en el gobierno con sagacidad, astucia y una sensible inteligencia política, es decir -según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE)- como un sátrapa.
El DRAE además atribuye al sátrapa la cualidad de déspota, esto es, alguien que gobierna sin sujeción a la ley, persona que trata con dureza a sus subordinados (focas) y que abusa de su autoridad.
Llamar al führer tropical, Hugo Chávez, sátrapa no debe irritar a nadie, se trata de una categoría semántica e histórica que tiene sus raíces en la antigua Persia, la actual Irán -aproximación que lo vincula aún más con su “hermano del alma” Ahmadineyad- y que sólo define su estilo de gobernar.
Como novato de la categorización empleo este término académico consciente de que no es tan descriptivo como los motes de Chacumbele o Esteban que admiradas autoridades del eufemismo han tenido a bien pronunciar. Mi excusa es que no tengo temple ni pluma de eufemista y en el fuego cruzado nacional, donde las metáforas de guerra signan el momento, mi única arma es el diccionario.
No deja de sorprenderme cuando escucho a políticos arriesgar todo indicio de credibilidad al llamar “presidente” a Hugo instantes después de acusarlo de las más infames fechorías. Estimo que caen en el chantaje formalista, por un lado confundidos ante repertorio de categorías que el führer se ha impuesto a sí mismo: líder máximo, comandante presidente, jefe de la revolución, “el pueblo”; y por otro atemorizados de que responda o use sus fuerzas armadas de la descalificación para triturarlos.
No es la mojigatería de los políticos lo que me sorprende más en realidad, sino la sagacidad con que Hugo torea y hace olvidar el vendaval de categorías históricas y judiciales que lo definen desde la noche del 4 de febrero; me admiro de su habilidad para darle permanencia a la distorsión, de su astucia y su sensible inteligencia política para evitar que se le llame como lo que el sabio DRAE define con la madurez que los siglos le conceden: sátrapa.
En un país que ha extraviado el significado de las palabras yo uso el diccionario, nada más.

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