ALFREDO YÁNEZ MONDRAGÓN | EL UNIVERSAL
sábado 14 de enero de 2012 12:00 AM
Una vez más se presentó en el lugar, ataviado como lo que no es. Desde la tribuna de oradores dirigió un mensaje cargado de cuentos, maltrechos y pobremente argumentados, sobre una realidad inexistente, sobre unas verdades que solo se sustentan en la muy desgastada labia populista, hoy impulsada por papelitos impresos y por promesas de obligatorio incumplimiento.
De las especulaciones que alimentó, de la incertidumbre que desató y de su drástico cambio de apariencia nunca habló. Tampoco de los acuerdos que a título personal firmó, o de los apoyos a cuanto malviviente internacional endilgó.
Lo suyo fue, como siempre, cuento; cuento para los que no tienen memoria, para los que se valen de la migaja, y se retuercen en la miseria como alfa y omega de sus vidas.
De nuevo, frente a una corte de aduladores -a favor y en contra- enumeró estadísticas manipuladas, y se ufanó de cifras que ni el mejor de los maquilladores podría convertir en positivas, y también dejó saber que necesita tiempo, mucho tiempo, para deslastrar los males de una ausencia de voluntad política enquistada desde hace más de trece años.
Allí, en silencio, por respeto a una investidura que no se respeta a sí misma, un pensamiento colectivo sacaba cuentas, estimaba pasos necesarios y trazaba estrategias; de ésas que en definitiva ayudan a entender cómo es que llegamos hasta aquí; en medio de esta pantomima de cuentos para los sin memoria, de cuentos que se trasmutan hacia una realidad de fantoche que una y otra vez oye sin escuchar, habla sin decir y pretende subsistir en vez de vivir.
Nuevamente, las reacciones fueron impulsivas, ancladas en la anécdota del día, en la frase maledicente; esa que echa raíces en la indignación, pero no termina de deslastrar la resignación. Nuevamente el cuento cumple su cometido: va como Caperucita, aplica la jauría del lobo y se retira con un final feliz de complacencia.
En menos de treinta días, los venezolanos -como nunca antes- tendremos la posibilidad en nuestras manos de desmontar este guión argumental de cuentos. Es tiempo de que la memoria se active para reconocer en unos y otros tanto cuento malo, tanto cuento chino, tanto cuento infame que no se corresponde con las auténticas realidades que se padecen en el país por causa de estos cuentacuentos de mal vivir; que llegan presentados como comandantes de una gesta de miseria, ataviados con galas de incoherencia manifiesta y vistos como presa fácil, en el marco de una evidente miopía estratégica; esa que por estos días de embriaguez, como el criticado, pretende echar un cuento para quienes no tienen memoria.
De las especulaciones que alimentó, de la incertidumbre que desató y de su drástico cambio de apariencia nunca habló. Tampoco de los acuerdos que a título personal firmó, o de los apoyos a cuanto malviviente internacional endilgó.
Lo suyo fue, como siempre, cuento; cuento para los que no tienen memoria, para los que se valen de la migaja, y se retuercen en la miseria como alfa y omega de sus vidas.
De nuevo, frente a una corte de aduladores -a favor y en contra- enumeró estadísticas manipuladas, y se ufanó de cifras que ni el mejor de los maquilladores podría convertir en positivas, y también dejó saber que necesita tiempo, mucho tiempo, para deslastrar los males de una ausencia de voluntad política enquistada desde hace más de trece años.
Allí, en silencio, por respeto a una investidura que no se respeta a sí misma, un pensamiento colectivo sacaba cuentas, estimaba pasos necesarios y trazaba estrategias; de ésas que en definitiva ayudan a entender cómo es que llegamos hasta aquí; en medio de esta pantomima de cuentos para los sin memoria, de cuentos que se trasmutan hacia una realidad de fantoche que una y otra vez oye sin escuchar, habla sin decir y pretende subsistir en vez de vivir.
Nuevamente, las reacciones fueron impulsivas, ancladas en la anécdota del día, en la frase maledicente; esa que echa raíces en la indignación, pero no termina de deslastrar la resignación. Nuevamente el cuento cumple su cometido: va como Caperucita, aplica la jauría del lobo y se retira con un final feliz de complacencia.
En menos de treinta días, los venezolanos -como nunca antes- tendremos la posibilidad en nuestras manos de desmontar este guión argumental de cuentos. Es tiempo de que la memoria se active para reconocer en unos y otros tanto cuento malo, tanto cuento chino, tanto cuento infame que no se corresponde con las auténticas realidades que se padecen en el país por causa de estos cuentacuentos de mal vivir; que llegan presentados como comandantes de una gesta de miseria, ataviados con galas de incoherencia manifiesta y vistos como presa fácil, en el marco de una evidente miopía estratégica; esa que por estos días de embriaguez, como el criticado, pretende echar un cuento para quienes no tienen memoria.
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