Tulio Ramírez
El venezolano siempre ha sido un echao pa ´lante. Así como mis
viejos se fajaron como obreros y levantaron una familia, otros de esa
generación lograban el sustento realizando tareas "informales" que
hoy día serían catalogadas por los expertos en business como emprendedurías.
Cocer para la calle, cuidar niños, vender almuerzos, lavar y planchar ropa
ajena, peluquear a domicilio, fueron algunas de estas actividades. Además de
estas microempresas que garantizaban la papa diaria, había otros mata tigres
que se las ingeniaban para rebuscarse y completar el sueldo.
Siempre fue una salida vender
Tupper Were, ollas Rena Ware o productos Avon por catálogo. Hoy, muchos de esos
oficios desaparecieron, pero no debido al empuje de una economía moderna. En
esa materia la revolución está raspada. Las cosas han cambiado "pero para
peor", como diría Rosmery, una cartagenera que tuvo que eliminar su venta
de comida por la matraca de la Guardia Nacional y la escasez de harina y
aceite.
A nuestro entender, lo que
provoca que humildes compatriotas desistan de buscar los churupitos por estas
vías, es lo difícil que se ha puesto conseguir los insumos para hacer chicha,
empanadas, tortas, tequeños, dulces, forros para tanques de poceta o gallinas
de cerámica para poner los huevos. Ya ni a los raspaderos se les ve porque el
hielo en panela no se consigue y el costo del carrito y la máquina para
granizarlo pasó de un trancazo, de 5.000 bolívares a 40.000 del águila, como
dirían los mexicanos.
Así las cosas, esta actividad que
resolvió a tantos padres de familia, pasará a formar parte de los iconos de
Caracas junto al amolador de cuchillos, el manisero, el caramelero del cine, el
hombre-orquesta y el marchante "Turco", ese que vendía por cuotas
lencería, pantaletas y medias de nylon en las oficinas ministeriales del
centro.
Además de la poca capacidad de
inversión y la escasez de materias primas para arrancar una modesta empresita,
hay otra razón ligada al alma de la revolución. Ella es la falta de estímulo
hacia el trabajo duro y constante. Acérquese a golpe de 10 de la mañana de
cualquier día de semana a algún edificio de la Misión Vivienda y verá muchachos
entre 15 y 25 años en shorts y enchancletados, conversando animadamente al lado
de sus motos, cual si fuera un sábado o un domingo de agosto.
También observará a los más
mayorcitos jugando la partidita de dominó con la respectiva fría al lado. Con
vivienda gratis y la Bequita de la Misión, para qué diablos alguien se va a
fajar a chambear de sol a sol. Con esos Hombres Nuevos no nos queda otra que
decir, parafraseando la famosa novela de Hemingway, "Adiós al
raspadero".
Vía Tal Cual
No comments:
Post a Comment