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Por Redacción.-
Ricardo Fernández Barrueco representa al boliburgués esencial. Se creyó el proyecto chavista. Se metió de lleno de él. Tan metido que eso terminó siendo su perdición. Así comienza su historia. Un comienzo que es al mismo tiempo su final. Lea Chavismo, Dinero y Poder.
Un mes antes de su caída, Ricardo Fernández Barrueco compartía la opinión de que el sector capitalista estaba ganando la disputa que sostenía contra los radicales estatistas y socialistas en el chavismo. Sin embargo, no era un hombre confiado, no se confiaba, ni de lejos. Ya olía el peligro. Ya lo escuchaba.
Imagine el lector la escena de este hombre joven, apenas 44 años, fornido, hablar pausado y rotundo, montado en la ola de los petrodólares de Chávez, viviendo un momento inmejorable, especie casi única de la boliburguesía nacida –o consolidada que era su caso particular– bajo la sombra del poder chavista, comprando bancos, comprando aseguradoras, controlando la red de transporte de carga más importante del país, controlando empresas agroindustriales, barcos atuneros, montado en un plan de expansión internacional, y comprando Digitel, la empresa de telefonía celular del magnate Oswaldo Cisneros por 1.200 millones de dólares.
Imagínelo sentado en el sillón de su oficina del edificio del Banco Canarias, ubicado en una de las calles más exclusivas de Caracas. Está allí, sonriente, paciente, recibiendo visitas al terminar el día. Lo visitan empresarios, banqueros, políticos y diplomáticos de potencias extranjeras.
Afuera, siguen las especulaciones sobre si dispondrá de la plata para pagar Digitel.
Puertas adentro escucha la explicación de que sí, la propiedad privada ya no corre peligro, que para Chávez lo que hay son objetivos específicos, enemigos específicos a quienes les quitará la empresa, el banco, el canal de televisión, la emisora de radio.
Ricardo Fernández Barrueco admite la hipótesis. Todavía no sabe que él mismo es un objetivo específico. Tal vez lo imagina, sí, pues esa tarde suelta esta frase que entonces, ahí, a esa hora y en ese lugar, significará poco y a la vuelta de contadas semanas tendrá todo el sentido del mundo:
–Pero no hay que subestimar a las otras fuerzas. Están ahí, existen.
Lo anterior es evidencia de que no se movía con total seguridad por las corrientes del poder. En apariencia, no temía ni al entorno ni a sus actores. Solo en apariencia, pues Ricardo Fernández Barrueco abrigaba dudas del modelo en desarrollo, la duda de lo que sería el futuro bajo Chávez, más la duda de qué hacían los adversarios que se movían dentro y fuera del gobierno. Admitía el riesgo, cómo no, pero señalaba, enfático, que «no habrá comunismo» en Venezuela.
–Menos con un Estado rico y con una población que consume.
–¿Hacia dónde va el modelo chavista, entonces?, le pregunté.
–Tal vez hacia el modelo chino. Al modelo de participación mixta de empresarios y Estado actuando juntos. No veo empresarios aislados. Tampoco una banca aislada, tutelada desde Nueva York. Se necesita una banca operando con el Estado. No estatizada pero sí apoyando al Estado. El interés individual no puede prevalecer sobre el interés colectivo pese a que aquel sea muy importante para promover el desarrollo. La especulación hay que castigarla, pues la especulación no puede determinar la tragedia de un colectivo. Estas ideas son las que comparto con la alta dirigencia del Estado, del gobierno.
Partiendo de esta concepción es que hizo oídos al ministro de Finanzas de la época, Alí Rodríguez Araque, de que entrara a comprar a bancos y que para ello contaría con el respaldo del gobierno. Y aún así, parecía que el fantasma de la duda lo rondaba. Mejor afirmar que nunca había dejado de observar los riesgos, ni de cerca ni a la distancia. Es que tres años antes, en una noche de abril o mayo de 2006, sentado en la que todavía era su oficina del Hotel Caracas Hilton antes de que Chávez lo transformara en Hotel Alba Caracas, dijo claro, sin perturbaciones:
–Yo no sé para dónde va esto. A veces siento mucho temor.
El testigo de aquella noche atinó a responder:
–Si tú no lo sabes, qué quedará para mí.
Desde aquella última vez en la oficina bancaria, con fondo de crepúsculo caraqueño en la milla de oro de la avenida Venezuela de El Rosal, había transcurrido apenas un mes y rodaban los rumores.
El gobierno va a intervenir los bancos de Ricardo Fernández: Canarias, Confederado, Banpro y Bolívar, y va a paralizar la compra de Digitel. El portal Descifrado adelantó la noticia: «Madrugonazo contra Ricardo Fernández». Se mueven la Disip, la policía política; la Superintendencia de Bancos, el Ministerio de Finanzas, el Banco Central. La operación iba en serio.
La carrera de fondo parte el viernes 13 de noviembre de 2009 con el rumor de que el superintendente de bancos, Edgar Hernández Behrens, será sustituido. Pasa el fin de semana y no hay reemplazo. El martes 17 se da por descontado que el cambio ha sido parado por órdenes del presidente Chávez. Después se descubre que Hernández Behrens se ha movido, le ha dicho al presidente de la República que es víctima de una guerra sucia. En su cita en Palacio, le ha hecho compañía su cuñado Ronald Blanco La Cruz, embajador en La Habana. En Caracas, los embajadores en Cuba disponen de audiencia e influencia. Han sido los casos de Julio Montes, después embajador en La Paz; de Alí Rodríguez Araque, después ministro de Finanzas y Electricidad; y Adán Chávez, ahora gobernador en Barinas.
Lo que Blanco La Cruz y Hernández Behrens le muestran a Chávez es el secreto mejor guardado. Es un informe de los muchos que sobre funcionarios, políticos opositores y chavistas, militares, periodistas y empresarios ha levantado el G-2 cubano en Venezuela. ¿Acaso no ha dicho Diosdado Cabello que el poder chavista sabe lo que hace cada dirigente de la oposición? ¿Acaso también Chávez no le dijo una vez a Lorenzo Mendoza que conocía los detalles de con quiénes se reunía?
El informe es la prueba. En el documento no faltan detalles. Y si faltaban, la conversación sostenida en Palacio complementaba el expediente. Se supone que, además, Chávez habría sostenido otra conversación sobre el caso con Fidel Castro, esta vez en La Habana. Toda esta cadena de elementos va a ser determinante, sin duda.
Pasa el tiempo. Y desde su lugar de reclusión, Ricardo Fernández Barrueco confirmará, para este libro, de dónde el G-2 obtuvo toda la información sobre sus empresas:
Corría 2008. El empresario se encontraba en la cúspide. El grupo se consolidaba y ninguna nube negra se avistaba. Entonces aparecen los cubanos ofreciéndose para instalarle un sistema de seguridad que integraba toda la red de empresas.
–Necesitaba montar el sistema de seguridad –confirma uno de los ejecutivos del empresario.
El sistema contemplaba que desde cualquier lugar del mundo el empresario dispondría de acceso a la vigilancia y control de las compañías. Control total, la aspiración de alguien que sueña con el poder. Control total, que de esto los cubanos saben bastante. Por ello, Ricardo Fernández Barrueco no duda. No lo piensa. Y el paso siguiente es que les da acceso a los técnicos cubanos que comienzan a recorrer el país, e inclusive viajan a Panamá, levantando la data necesaria.
El grupo de Ricardo Fernández Barrueco adelanta 300 mil dólares y el sistema de seguridad no aparece. Lo que aparece un año después es el informe del G-2 con los detalles precisos de lo que es la organización, cuántas empresas, cuántos empleados, ubicación de plantas, activos, tierras, productos, etcétera. Ese informe va a incluir el análisis subjetivo del peso político del grupo y el riesgo que entraña si sigue creciendo, si sigue expandiéndose, comprando empresas y ubicándose en posiciones políticas.
–Hacia donde se mueva el dinero se moverá la política –expresó en exclusiva para este libro un agente de alto nivel del G-2. Se supone que este agente es uno de los responsables de ese informe. Y ahora, en perspectiva, en ello pensó Hugo Chávez. Y en ello piensa Maduro.
Hay quienes piensan que Fernández Barrueco hizo algunas jugadas en solitario, creyéndose con cierto grado de autonomía. De hecho, al producirse la caída, una de las quejas de Fernández Barrueco es el desamparo en que Adán Chávez lo había dejado.
–Entrégate, compadre. A ti no te va a pasar nada –le dijeron sus amigos la tarde en que se decretaba su derrumbe.
Y confiado, el empresario se dirige a la sede de la policía política, donde queda detenido. ¿Y Adán Chávez? Nada. No hay llamada que responda.
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