Para el año 1998, Venezuela era
un país soberano y consciente de su interés en defender y fortalecer dicha
soberanía. Hoy, después de dieciséis años de política exterior objetivamente
entreguista, Venezuela es un país dependiente e indefenso ante poderes foráneos.
En 1936 Venezuela dio los
primeros pasos para controlar sus recursos y desarrollar una política exterior
sistemática que la hiciera respetada dentro del concierto mundial. De 1941 a
1945, se fortaleció la posición internacional del país, por iniciativas diplomáticas
acertadas que supieron aprovechar la coyuntura de la Segunda Guerra Mundial.
Los años 1945 al 48 trajeron grandes avances en términos de nacionalismo
petrolero y desarrollista, y de militante postura internacional democrática y
antidictatorial.
Luego de una década de retroceso,
en 1958 se reinició, esta vez poderosamente, el proceso de creación de una
política exterior de Estado, defensora del interés nacional determinado por
consenso de todos los sectores, y ejecutada por un Servicio Exterior profesionalizado.
Todos los gobiernos democráticos en su turno coincidieron en la promoción de
tres grandes valores: la democracia, la soberanía y la seguridad. Se elevó el
nivel de vida material y cultural de la población, se nacionalizó el petróleo y
se desarrolló un capitalismo de Estado diversificado y con inclusión social.
Venezuela creó la OPEP y se transformó en un país protagónico dentro del Tercer
Mundo. Se ganó el respeto de Estados Unidos por su diplomacia de “firmeza sin
desplantes” y dentro del hemisferio lideró una tercera posición entre el
extremo conservador del capitalismo yanqui y el extremo revolucionario del
comunismo cubano.
A partir de 1999 se impuso una
política exterior dogmática y voluntarista. En aras de un presunto liderazgo
externo “revolucionario” se sacrificaron las importantes posiciones que
Venezuela ocupaba en el área andina, en el macro-Caribe, frente al interlocutor
norteamericano y como mediadora entre extremos, y se inició una inclinación
geopolítica casi exclusiva hacia el Sur, llevando al país a una posición
subalterna, en lo económico, frente al subimperio brasileño, alentado en ello
por Cuba. Queriendo reducir la dependencia externa ante el “imperio”
norteamericano, el régimen chavista nos hizo tributario financiero de China.
Por otra parte, la política exterior y la económica interna son
interdependientes, y el peor daño externo que se infligió al país provino de la
desastrosa política económica del chavismo: regalo de recursos, mientras la
estatización burocrática asfixiaba la producción nacional. Venezuela es hoy más
dependiente de importaciones desde los “imperios” que a comienzos del siglo XX;
es decir, más neocolonia que nunca.
La obnubilación ideológica ha
inducido al régimen a debilitar la seguridad y la integridad del territorio
nacional y de sus proyecciones marinas y submarinas. Frente a Colombia se ha
desatendido la defensa, que la “cuarta república” nunca descuidó, de los
intereses nacionales en el golfo, las cuencas hidrográficas y otras áreas, para
ser tratados en el marco de una amistosa “globalidad” de temas. Más grave
es lo que ocurre frente a Guyana: ya parecieran vanos todos los esfuerzos
diplomáticos venezolanos realizados desde 1960 para hacer valer la reclamación
del Esequibo. Hasta se ha retrocedido más. Por la negligencia del régimen, hoy
no solo está cuestionada la reclamación, sino que el gobierno de Guyana
–insolentemente– reclama a su vez áreas de la fachada atlántica del Delta
Amacuro, retomando las banderas del imperialismo británico de la época de lord
Salisbury. En ello Guyana cuenta con el respaldo, no solo de Norteamérica, sino
también de Cuba y de los países de Petrocaribe, desagradecidos beneficiarios de
la dadivosidad chavista.
Errores y negligencias
imperdonables.
Vía El Nacional
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