Capacitación humana y
oportunidades son los pilares de nuestro futuro digno, como país y de cada
persona. Lamentablemente, no solo está Venezuela en un momento de perplejidad
–atrapado sin encontrar salida–, sino que hemos retrocedido dramáticamente (a pesar
de los números) en capacitación de 14 millones de trabajadores en la actualidad
y de otros casi 10 millones en etapa de formación. Digámoslo sin rodeos:
nuestras universidades están en ruinas y la formación secundaria convencional y
la de los Inces va sin rumbo y en retroceso en cuanto a calidad, sentido y
razón de ser, justo en el momento en que la globalización nos obliga a
medirnos con los mejores del mundo, si no queremos desempleo masivo y
prolongación de la pobreza. Sin capacitación de primera y sin nuevas
inversiones y transformaciones, es mínima la posibilidad de sobrevivir de
nuestras empresas. Estamos importando aun las cosas más elementales (como la
construcción de viviendas, en lo que Venezuela había avanzado y los habitantes
de los barrios eran notables), se acabaron los dólares y se minimizó la
capacidad de endeudarnos.
El sistema educativo y la
universidad son la medida de la capacitación productiva de un país; en esta se
hace la investigación innovadora y de ella salen personas que han tenido 18
años de estudio desde su primera infancia. En los últimos años, la capacitación
de los universitarios para hacer algo productivo ha ido en proporción inversa
al crecimiento de la demagogia con el número de sus alumnos. Por otra parte, se
reducen las oportunidades de trabajo, pues la iniciativa y las inversiones
empresariales privadas y estatales se han frenado tanto que muchos
universitarios mejor preparados, ya antes de graduarse, están haciendo
las maletas para irse a producir en otra parte. Peor aún, nuestras
universidades han perdido toda posibilidad de retener a sus mejores talentos
como investigadores y profesores dedicados, pues no solo en Estados Unidos o en
Australia les pagan más, sino que en Colombia, Ecuador o Chile ganan 5 o 10
veces lo que aquí. En el afán oficial de controlar las universidades autónomas
y de ahogar a las privadas, han reducido brutalmente la inversión
universitaria. Al mismo tiempo han demonizado algunas palabras claves en el
sistema educativo, como evaluación, examen, competencias, productividad… con
tal grado de demagogia que los profesores de secundaria están obligados a pasar
al alumno, sepa o no, mientras que las materias no vistas por falta de profesor
las pasan exoneradas, y a las universidades el gobierno les declara la guerra
si quieren hacer examen de admisión, pues el autoengaño reinante en Venezuela
considera que todos tienen derecho de recibir cartones de licenciado y de
doctor, aunque estén vacíos de contenido. En todos los niveles entre obstáculos
y desestímulos la educación técnica se siente empujada al cierre.
Si Venezuela quiere tener un
futuro de dignidad humana y justicia y superar definitivamente la pobreza,
tiene que acudir a su fuente clave, que no es el petrolero sino el propio pozo
interior de cada persona, de donde debe salir el formidable potencial creativo
para encontrarse con oportunidades productivas en la inversión de
numerosas empresas. Eso es educar y capacitarse para ser productivos en las
empresas y creadores de calidad de vida social y de república. Esta no llueve
del cielo, sino que es hechura de los republicanos y de sus virtudes públicas;
pero lo público hoy es saqueo, ineficacia y anarquía, no porque el venezolano
sea incapaz y cimarrón, sino porque se ha fomentado ese espíritu de ir contra
toda ley y reducir el rendimiento y el profesionalismo como el camino
destructivo para hacer revolución.
Si la actual capacitación es baja
y la inversión empresarial nula, tenemos un resultado masivo (salvo
excepciones) de una población poco formada y sin oportunidades de buen trabajo
fecundo. Hemos hundido al país con el espejismo petrolero y la ilusión de que
somos un país rico al que solo le faltaba un buen distribuidor de dádivas y
vengador del imperio y de los ricos que acapararon nuestra abundante riqueza.
Esa miopía no empezó ahora, pero la “revolución” la llevó a extremos
increíbles. La elevada capacitación de toda la población, con especial énfasis
en la más pobre, tiene que ser la piedra angular del cambio y de todo pacto
social y acuerdo nacional para construir una nación justa y digna.
Vía El Nacional
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