Ante el desborde inflacionario
que padecemos, es muy válido que nos preguntemos cómo se puede atacar y abatir
ese flagelo que tanto daño está causando a los venezolanos. La respuesta la
podemos conseguir indagando qué hicieron otros países de la región para
doblegar los graves problemas inflacionarios que padecieron hasta años
recientes, varios de ellos mucho más graves que el nuestro. Lo primero fue
imponer disciplina fiscal y monetaria, eliminando la práctica de incurrir en
situaciones de exceso de gastos sobre ingresos que obligaban a los gobiernos a
endeudarse masivamente, y eventualmente a acudir al prestamista de última
instancia, es decir, al banco central, para que financiara los enormes déficits
a través de la creación recurrente y creciente de dinero inorgánico, lo cual se
traducía en grandes y sostenidas expansiones de la oferta monetaria.
Eso se logró a través de la
imposición de limitaciones al gasto público, del control efectivo del uso de
los recursos, de esfuerzos para incrementar la eficiencia del gasto, y del
desarrollo de estructuras eficientes de recaudación tributaria. Paralelamente,
se instauró y respetó la autonomía de los bancos centrales, organismos que no
solo volvían a tener la potestad de negarse a financiar gasto público deficitario,
sino que establecían metas anuales de inflación, y se les daba la autoridad
para establecer acciones e implementar políticas orientadas al logro de esos
objetivos.
Otra gran acción se centró en el
estímulo de la oferta a través de incentivos a la inversión reproductiva, con
lo que se busca no solo incrementar la cantidad de bienes y servicios que se
producen o prestan, sino también diversificar la producción con el fin de
ampliar la gama de productos que se ofrece. Ese objetivo lo han logrado a
través de incentivos financieros, fiscales y de otra índole, así como a través
de la preservación del Estado de Derecho y la independencia de los poderes
públicos, fundamental para la generación de confianza. Esa mayor inversión
también ha permitido la modernización de las fábricas y de los centros de
prestación de servicios, haciéndolos más eficientes y productivos, lo cual
redunda en una reducción de sus costos medios y en un incremento de la
producción y de la productividad. Esto, a su vez, se traduce en una mayor
competitividad y en una moderación de los precios. Esa mayor
inversión no solo debe centrarse en el capital físico, sino también en el
humano, ya que sin personas preparadas y bien formadas es muy poco lo que se
puede avanzar en el logro de esa necesaria mayor eficiencia productiva.
También fue clave el
desmantelamiento de los excesivos controles y regulaciones, que impedían el
funcionamiento racional de los mercados y la óptima asignación de los recursos.
La imposición de controles de precios que no toman en consideración la
evolución de los costos, las limitaciones al acceso de divisas a través de
controles cambiarios, las obligaciones acerca de los productos y volúmenes que
se pueden producir y la imposición de otros controles distorsionadores, lo que generan
son limitaciones de la oferta y, consecuentemente, presiones alcistas de los
precios.
De la lectura anterior puede
inferirse que lo que está sucediendo en Venezuela es algo diametralmente
opuesto a lo que debe hacerse para abatir la inflación. El descomunal y
creciente déficit público, su financiamiento masivo por el BCV con dinero
inorgánico, el hostigamiento gubernamental a la actividad económica privada, la
imposición de controles desproporcionados de precios, de producción y de otra
índole, la imposibilidad de acceder a las divisas, las enormes deudas
acumuladas con los proveedores externos, la supina ineficiencia de las empresas
manejadas por el Estado, y las limitaciones para importar, lo que nos indican
es que, mientras las cosas sigan así, lo que tendremos es una altísima y
creciente inflación. Insólito que nos neguemos a aprender de las exitosas
experiencias de nuestros vecinos.
Vía El Nacional
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