Anibal Romero
Sé que nuestros cada día más
despistados gobernantes no lo creerán; sin embargo lo digo: Washington no tiene
interés en auspiciar, estimular u organizar un golpe de Estado en Venezuela. Lo
que Washington busca en América Latina es estabilidad, y un mínimo de decoro y
decencia constitucionales de parte de los diversos gobiernos en la región. Los
Estados Unidos han hecho esfuerzos inusitados para convivir con nuestros
fervorosos y paranoicos revolucionarios. Lo que Washington les pide es que
preserven cierta civilidad y cordura, que no se metan en temas de drogas, que
no asesinen estudiantes en las calles ni apresen y torturen a sus adversarios
políticos, que no se roben las elecciones de manera tan tosca y descarada.
Pero nuestros revolucionarios
tienen su libreto, que por lo visto aprendieron durante los años sesenta y
setenta en lugares como la Plaza del Rectorado de la UCV y de otras
Universidades públicas, para entonces refugios de la ultraizquierda. Allí
nuestros ahora gobernantes se entrenaban para su misión de estadistas,
encapuchados, arrojando piedras y bombas molotov a la policía, quemando
vehículos y enarbolando efigies del Che Guevara, en tanto Cuba avanzaba en su
inexorable rumbo hacia la desilusión y el fracaso.
El libreto de nuestros
gobernantes señala que el Imperio es el enemigo y por lo tanto debe andar en
alguna conjura siniestra. Pero insisto: estoy convencido de que no es así.
Washington estaría encantado de entenderse con un régimen que aceptase unas
reglas mínimas de urbanidad y de buenos modales; pero los atolondrados que hoy
destruyen a Venezuela viven en otra dimensión, dominada por los anacronismos
ideológicos, y no aprenderán jamás. Washington no quiere derribarles; lo que ha
querido es protegerles de sí mismos, pues nuestros gobernantes son los más
enconados enemigos de ellos mismos.
La MUD, por lo demás, tampoco
quiere golpes de Estado. No me explico por qué el régimen ataca y humilla de
modo tan desconsiderado a una oposición “oficial” que al igual que Washington
sólo aspira a convivir dentro de ciertas reglas básicas de civismo. Por el
contrario, el régimen debería entregarles a los integrantes de la MUD un
certificado de buena conducta, la medalla de excelencia y un diploma de
reconocimiento por servicios prestados. Pero ni modo; el libreto ordena la
guerra de parte de una revolución que ya a estas alturas solamente existe en
las mentes recalentadas y fantasiosas de personas que parecen extraídas de una
película antigua, en blanco y negro e imaginada por Buñuel y Dalí.
Los esforzados dirigentes de la
MUD les solicitan casi a diario a nuestros revolucionarios: “entren en razón”,
“sean sensatos”, “vamos a dialogar de buena fe”, “hagan elecciones limpias”,
“permitan que ganemos algún día”; o mejor, “permitan que cobremos nuestros
triunfos”. Lo que la dirigencia democrática, o parte de ella, no quiere asimilar
es que tales llamados a la sindéresis equivalen, por ejemplo, a gritar desde
las butacas de una sala de teatro en la que están representando Macbeth,
una de las grandes obras de Shakespeare: “No seas malvada mujer, no seas cruel,
no seas loca, no empujes a tu marido al abismo”, dirigiéndose a la actriz que
encarna a la feroz y despiadada Lady Macbeth. ¿Absurdo, no es cierto? Ninguna
actriz puede convertir a Lady Macbeth en hada madrina o en Caperucita Roja, y
ningún revolucionario guevarista puede transigir con los “enemigos históricos
del pueblo”.
De modo que henos aquí, en medio
de mayores turbulencias. Como reza el viejo refrán: “tanto va el cántaro al
agua que al final se rompe”. El gobierno venezolano ha logrado la tan ansiada
confrontación con el Imperio, y todo indica que no será precisamente divertida.
De pronto, y empujado por la incesante sucesión de tropelías de parte del
régimen venezolano, de los insultos, provocaciones, creciente represión, abuso
de poder, persecución a la disidencia, caos económico, desplantes
internacionales, y paremos de contar, Barack Obama se ha transformado en una
especie de “Hulk, el hombre increíble” con respecto al desastre venezolano.
Pero nuestros afanosos rebeldes deberían tranquilizarse; las sanciones
recientes no son el preludio de un ataque militar contra Venezuela. Todas estas
exageraciones son parte del libreto.
A veces cuesta entender a
nuestros gobernantes; hablan de la “injerencia” de otros en nuestros asuntos
internos, pero no existe régimen político en el mundo que más se meta en los
problemas del resto que el venezolano, hasta el punto de que nuestro Presidente
amenazó recientemente con lanzarse como candidato en España (donde se dice que
dinero venezolano engrasó y sigue engrasando fuerzas políticas de izquierda).
Era una broma de Maduro desde luego, pero una broma muy elocuente. La
impermeabilidad a la autocrítica de parte de nuestros paladines sigue
resultándome sorprendente. Son realmente incapaces de ver la viga en el ojo
propio, a pesar de que saltan furiosos al observar la más pequeña brizna en el
ojo ajeno.
Con el empeño de apegase a su
obsoleto guion de insurrectos, de aprendices de brujo jugando a la revolución,
el gobierno venezolano se dedica a hundir este país nuestro en un estado de
degradación y postración verdaderamente lamentable. Optaron por cabalgar el
tigre del sueño revolucionario y ya no pueden bajarse. El daño que han hecho es
inmenso, pero se preparan a intensificar su entusiasmo destructivo, empujados
por un antiimperialismo bufo del que ya ni siquiera los hermanos Castro
participan. Además de bufo es estéril, pues lo que la agudización del
enfrentamiento seguramente va a dejar como legado a Venezuela es más miseria y
más tristeza.
Imagino que las cancillerías de
los países latinoamericanos y caribeños, que continúan encantados explotando la
ingenuidad de nuestros gobernantes, ofreciendo su solidaridad a cambio de
dinero y haciéndose de la vista gorda ante el desmantelamiento de la libertad y
la democracia en Venezuela, se hallarán reevaluando las cosas. Todo indica que
Washington decidió marcar algunos límites dentro su ya larga trayectoria de
tolerancia y condescendencia ante la tragedia que desangra a nuestro país.
Tal parece que ha empezado otro
juego.
Vía El Nacional
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