Fernando Rodriguez
N o debería escapar a algunos chavistas pensantes debe
haberlos que en los próximos comicios electorales para parlamentarias y los
que han de seguir, incluso sobrevenir, tienen una alta probabilidad de perder.
Eso están diciendo las encuestas, todas. Y no hace falta mediciones
matemáticas, basta ver simplemente lo que pasa con la vida diaria de nuestros
conciudadanos, los atroces males que padecen, viejos y nuevos, para llegar a
esa conclusión.
Desde hace mucho, y en diversas tonalidades, no todas muy sensatas, la paranoia abunda en estos regímenes despóticos. No pocos se preguntan si estos señores (y señoras) van a entregar el poder así como así, como sucede en los países abiertamente democráticos. Pues no parece que, hipérboles aparte, sean dudas irracionales; es más, es inevitable encararlas.
Y cuando decimos entregar el Poder, es el Poder, la Presidencia de la República. Lo cual es bueno aclararlo porque sitúa el argumento que esgrime en estos días el digno rector del CNE, Vicente Díaz, razonamiento a menudo utilizado, de que hay pruebas fehacientes de que el gobierno atrabiliario ha reconocido a la oposición diputaciones, gobernaciones, alcaldías y hasta la negación de una reforma constitucional. Esos son poderes con minúsculas, no el Poder, en especial en un país desaforadamente presidencialista. Y acotemos, de paso, que no pocas trácalas han hecho los derrotados por revertir con acciones siniestras esos resultados de las urnas. Basta recordar cómo Chávez, pateando la mejor Constitución del mundo, utilizó los Poderes alcahuetas e impuso con diversas leyes lo sustancial de la reforma rechazada por la mayoría de los venezolanos. O las barbaridades con que se ha atropellado al alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma, ese valiente demócrata, para hacerle pagar el pecado de vencer al gobierno en la propia capital, dos veces, y bloquear hasta lo inaudito su gestión.
Desde hace mucho, y en diversas tonalidades, no todas muy sensatas, la paranoia abunda en estos regímenes despóticos. No pocos se preguntan si estos señores (y señoras) van a entregar el poder así como así, como sucede en los países abiertamente democráticos. Pues no parece que, hipérboles aparte, sean dudas irracionales; es más, es inevitable encararlas.
Y cuando decimos entregar el Poder, es el Poder, la Presidencia de la República. Lo cual es bueno aclararlo porque sitúa el argumento que esgrime en estos días el digno rector del CNE, Vicente Díaz, razonamiento a menudo utilizado, de que hay pruebas fehacientes de que el gobierno atrabiliario ha reconocido a la oposición diputaciones, gobernaciones, alcaldías y hasta la negación de una reforma constitucional. Esos son poderes con minúsculas, no el Poder, en especial en un país desaforadamente presidencialista. Y acotemos, de paso, que no pocas trácalas han hecho los derrotados por revertir con acciones siniestras esos resultados de las urnas. Basta recordar cómo Chávez, pateando la mejor Constitución del mundo, utilizó los Poderes alcahuetas e impuso con diversas leyes lo sustancial de la reforma rechazada por la mayoría de los venezolanos. O las barbaridades con que se ha atropellado al alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma, ese valiente demócrata, para hacerle pagar el pecado de vencer al gobierno en la propia capital, dos veces, y bloquear hasta lo inaudito su gestión.
Amén de otros atropellos
como degollar diputados gratuitamente (el caso Caldera, en pleno desarrollo,
podría ser la tapa de ese frasco) y negarles todo lo posible a los gobernantes
regionales electos.
Jaua dijo estos días que la alternabilidad no era revolucionaria y ni se podía pensar en ella, sería el fin del Proceso. Es el pensamiento marxista, el que utilizó por estos lares Fidel para no hacer verdaderas elecciones en más de medio siglo. Pero es premisa mayor de toda dictadura, fascista o bananera. En lo cual subyace un suprematismo moral, nosotros los elegidos por la Historia, común a Gómez y a su hijo Stalin. Por lo demás muy paradójico tratándose de regímenes extremadamente corruptos e incapaces.
Pero hay otro argumento que no argumenta mucho pero que es muy fuerte. Qué va a pasar con las mil y una barbaridades contra la cosa pública y las leyes que se han cometido en tres lustros de despotismo, con las decenas de miles de millones que se extraviaron en Cadivi según el apóstol Giordani, para dar un solo ejemplo. Se trata pues de cuidar el propio pellejo y no hay que pararle mucho a esos espíritus de conciliación, pacificación y reencuentro nacional. Eso pesa y mucho. A todo lo cual se agregan los fantasmas y las realidades muy tangibles, pregúntenle a Rodríguez Torres, de milicias, colectivos, cubanos, patriotas cooperantes y otras civilidades parecidas.
Por último, habría que decir, dándo la razón a Vicente Díaz, que sí, se ha desvanecido el mito de la adulteración del voto en las máquinas electrónicas, el fraude en sentido restringido. Pero todos sabemos que la perversidad y el delito electoral están en otro lado. En el fondo en la maldita reelección continua y en nuestro caso indefinida. En todos los abusos del poder que ella potencia, que comienzan en las cadenas radioeléctricas y pueden llegar hasta la masacre económica del Dakazo, pasando por las triquiñuelas en ciertas modalidades electorales, las que señaló Capriles en la última elección presidencial. Y un largo etcétera, con listas negras y presiones laborales rojas. No se trata de desechar el voto, que sepamos no tenemos a mano otro instrumento para el cambio, pero todo esto indica que hay que estar muy mosca y saber que el camino es arduo.
Jaua dijo estos días que la alternabilidad no era revolucionaria y ni se podía pensar en ella, sería el fin del Proceso. Es el pensamiento marxista, el que utilizó por estos lares Fidel para no hacer verdaderas elecciones en más de medio siglo. Pero es premisa mayor de toda dictadura, fascista o bananera. En lo cual subyace un suprematismo moral, nosotros los elegidos por la Historia, común a Gómez y a su hijo Stalin. Por lo demás muy paradójico tratándose de regímenes extremadamente corruptos e incapaces.
Pero hay otro argumento que no argumenta mucho pero que es muy fuerte. Qué va a pasar con las mil y una barbaridades contra la cosa pública y las leyes que se han cometido en tres lustros de despotismo, con las decenas de miles de millones que se extraviaron en Cadivi según el apóstol Giordani, para dar un solo ejemplo. Se trata pues de cuidar el propio pellejo y no hay que pararle mucho a esos espíritus de conciliación, pacificación y reencuentro nacional. Eso pesa y mucho. A todo lo cual se agregan los fantasmas y las realidades muy tangibles, pregúntenle a Rodríguez Torres, de milicias, colectivos, cubanos, patriotas cooperantes y otras civilidades parecidas.
Por último, habría que decir, dándo la razón a Vicente Díaz, que sí, se ha desvanecido el mito de la adulteración del voto en las máquinas electrónicas, el fraude en sentido restringido. Pero todos sabemos que la perversidad y el delito electoral están en otro lado. En el fondo en la maldita reelección continua y en nuestro caso indefinida. En todos los abusos del poder que ella potencia, que comienzan en las cadenas radioeléctricas y pueden llegar hasta la masacre económica del Dakazo, pasando por las triquiñuelas en ciertas modalidades electorales, las que señaló Capriles en la última elección presidencial. Y un largo etcétera, con listas negras y presiones laborales rojas. No se trata de desechar el voto, que sepamos no tenemos a mano otro instrumento para el cambio, pero todo esto indica que hay que estar muy mosca y saber que el camino es arduo.
Vía Tal Cual
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